Una cuestión personal

En los juegos de suma cero alguien pierde para que otro gane, pero el sumatorio final es inalterable. Aparentemente, eso es lo que sucede en las elecciones. Pero esa sería una visión muy simplista. Basta escuchar a los participantes para comprobar que casi todos tienen motivos para sentirse satisfechos por haber mejorado en algún aspecto, de lo que se deduce que cuantas más veces se repartan las cartas electorales, más bazas saldrán del mismo mazo y más contentos estarán todos. Son esos milagros de la sociología que hacen tan sugestiva la política. Cada uno tiene su propia opinión sobre el mismo hecho, y poco importa que, en muchos casos, sean completamente contradictorias.
En estas postelecciones los políticos cántabros van a tener más trabajo que nunca, porque el trabajo de interpretación no ha hecho más que empezar. La noche electoral en realidad fue la primera vuelta de un proceso que ellos van a concluir en los despachos. No es un hecho inédito. En toda la trayectoria autonómica de Cantabria sólo un presidente, José Antonio Rodríguez, fue elegido por mayoría absoluta. Todos los demás, incluido Juan Hormaechea, tuvieron que buscar pactos explícitos o se vieron forzados a recurrir a maniobras tan poco edificantes para la democracia como el captar a los diputados del rival más encarnizado seduciendo a los tránsfugas con consejerías en el Gobierno, como hizo Hormaechea en una auténtica OPA hostil al PRC.
Los precedentes también nos indican que hubo justificaciones para todo. En 1991 no gobernó el partido más votado, PSOE, que obtuvo 16 escaños, sino la UPCA (13) y el PP (8), que se reconciliaron tan rápidamente como luego volvieron a enfadarse. En 1983, el Grupo Popular llegó roto al Gobierno, al pasar al Grupo Mixto cuatro diputados encabezados por José Luis Vallines, que también aspiraba a la presidencia; en 1987 el PP pudo formar gobierno gracias a la abstención del CDS, que no quiso aceptar el tripartito que le ofrecían el PSOE y el PRC; en 1995 Sieso necesitaba la abstención de un partido tan poco proclive a sus tesis como IU para salir investido en la primera vuelta y la obtuvo.

Los resultados electorales han forzado, otra vez más, una salida negociada y en esta ocasión Miguel Angel Revilla está dispuesto a coger el tren de la presidencia, sabedor de que posiblemente no pasen muchos más. Revilla, de alguna forma se siente fundador de la autonomía, aunque el auténtico padre de la comunidad fuese un asturiano llamado Ambrosio Calzada, y tiene la necesidad de que su nombre quede ligado a la historia de esta región verde, poco agradecida con sus personajes más conspicuos. Sabe que si alcanzase la presidencia regional probablemente se jubilaría en ella, porque es más fácil permanecer que llegar. Pero también es consciente de que sólo se la puede dar el PSOE y es que el PP difícilmente puede ofrecerle más de lo que ya le dio en las dos ocasiones anteriores, una oferta generosísima que, como todas las ofertas generosas, primero deslumbra al beneficiario, después simplemente le satisface y con el tiempo acaba por parecerle insuficiente.

La tendencia de muchos concejales regionalistas de acercarse al PSOE antes que al PP para formar mayorías, preocupa seriamente a los populares, dado que no sólo les va a quitar alcaldías históricas, sino que puede ser un síntoma de los ánimos que se viven en el interior del PRC y una excusa para que Miguel Angel Revilla pueda llegar a justificar un cambio de socio en el Gobierno regional.
Todos los escenarios están muy abiertos y todos ellos han convertido el resultado real de las elecciones en una simple cuestión personal. El líder regionalista se va a debatir entre la presión que ejercerá sobre él un lobby conservador formado en largas décadas de ejercicio del poder en Cantabria, y su propio anhelo personal de ser presidente, que le empuja a buscar un acuerdo con el PSOE. Revilla sabe aguantar muy bien la presión y tiene una enorme capacidad para explicar incluso lo inexplicable. Pero ya en 1999 tuvo la oportunidad de ser presidente –Duque no rechazó incluirlo en la negociación– y prefirió no pactar con el PSOE. ¿Qué hará ahora?

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