ROSILLO: Medio siglo de obra pública en Cantabria

La historia de la obra pública en Cantabria es, también, la historia de quienes la han protagonizado. Empresas familiares, como Fernández Rosillo, que evolucionó al ritmo de una región que pasaba de las pequeñas obras de los años sesenta a las grandes infraestructuras de los años previos a la crisis. Hoy, Rosillo sigue teniendo en la obra pública su razón de ser, pero está ramificada por otros negocios, algunos de ellos internacionales.
En 1964, Manuel Fernández Rosillo, que había trabajado en una de las firmas cántabras más conocidas de la época, Agosa (Agustín Gómez Obregón), decidió montar su propia empresa, iniciándose con dos empleados y un camión. Además de su experiencia profesional, contaba con una cierta tradición familiar. Su padre gestionaba la cantera de Penilla de Toranzo, su localidad natal, y también era contratista de obras.
En los años sesenta, Cantabria era una región rural necesitada de todo tipo de infraestructuras, muchas más de las que permitían los modestos recursos que manejaba la Diputación Provincial y los ayuntamientos. No obstante, se acometieron los primeros abastecimientos de agua, accesos a núcleos urbanos y saneamientos, lo que requería de empresas capaces de afrontar esos trabajos. La mano de obra también jugaba un papel crucial, porque apenas existía maquinaria. La tecnología hidráulica no llegó hasta los años setenta y las obras que se realizaron hasta entonces tenían más que ver con modos de otros siglos que con los de hoy en día.
La empresa fue creciendo en plantilla y en equipamiento, realizando inversiones que le permitían autoabastecerse de áridos, de hormigón y de asfaltos. Unas actividades complementarias, aunque en los momentos del boom inmobiliario y de las grandes infraestructuras llegaron a facturar más que el negocio principal. Su actividad ha decaído mucho desde entonces por el parón en la construcción, pero el Grupo cuenta actualmente con canteras en Voto y Puente Viesgo y con tres plantas de hormigón.
El crecimiento de Rosillo tuvo un punto de inflexión una década después de su creación, al acometer el depósito de agua de Colindres, todo un hito en el tamaño de las obras que venía ejecutando, aunque para entonces contaba ya con 70 trabajadores.

La segunda generación

El fallecimiento del fundador en 1986, a los 59 años de edad, situó a la empresa ante la necesidad de buscar una continuidad en la dirección que se solucionó acelerando la incorporación de dos de sus hijos, Manuel y Roberto, que apenas contaban con 19 y 18 años de edad.
Además de disponer de una empresa sólida y saneada, su llegada a la gestión coincidió con una etapa de auge en la obra pública. España se acababa de incorporar a la Europa comunitaria y a nuestro país empezaron a llegar cuantiosos fondos para el desarrollo de infraestructuras que propiciaron un gran impulso en las empresas constructoras hasta el parón económico de principios de los noventa.
Pero aquellas crisis fue pasajera y la empresa no tardó en volver a la senda de expansión. Fruto de ese proceso fue su diversificación, a partir del año 2000, hacia otros sectores, como el de la promoción inmobiliaria y los geriátricos, o la creación con otro socio de la empresa Asfin Cantabria.

El salto a Berlín

La incursión en la promoción inmobiliaria se había iniciado en Cantabria pero tuvo una proyección inesperada en 2006 al descubrir que Berlín podía ser una ciudad idónea para llevar a cabo este tipo de actividad. La vinculación del grupo Fernández Rosillo con la capital alemana ha sido permanente desde entonces. Allí adquirió dos edificios de viviendas para destinarlas al mercado de alquiler y más recientemente ha promovido otro inmueble de pisos, en este caso, para la venta que se entregará en diciembre.
La intención de Rosillo es continuar en Berlín, una ciudad muy dinámica que atrae a mucha gente en busca de trabajo. Esa llegada de población foránea va modificando la cultura de vivienda, hasta ahora más proclive al alquiler, y surge un creciente mercado de venta, que se ve favorecido por unos precios no muy distintos a los de Santander, a pesar del mayor poder adquisitivo de los alemanes.

Una delegación en Málaga

Aunque se aventure en otros mercados, Fernández Rosillo continúa siendo una empresa volcada en la obra pública. Y el largo parón que ha sufrido el sector en Cantabria le ha obligado a buscar fuera los contratos.
Frente a la opción de trasladarse a Sudamérica, que han adoptado otras empresas locales, Rosillo ha preferido un escenario más estable y más seguro jurídicamente y lo ha encontrado en el sur de España.
En 2011 creó en Vélez-Málaga una delegación con oficina técnica y desde entonces ha venido realizando diversas obras públicas para los ayuntamientos de la zona norte de esa provincia. En algunos casos se trata de cesiones de obras que se quedaron sin concluir al entrar sus adjudicatarios en concurso de acreedores.
Entre las obras que ya ha ejecutado en Málaga se encuentran varios polideportivos, un parking subterráneo, pavimentaciones de calles y el campo de fútbol Fernando Hierro, en Vélez.

De la obra pública a la privada

En cualquier caso, la proximidad de las elecciones de 2015 ha reactivado todas las administraciones locales, que licitan pequeñas obras para hacer más visible su gestión. Esa circunstancia también se ha dado en la Administración autonómica cántabra, cuyo plan de actuaciones municipales está devolviendo la actividad al sector de la obra pública.
Como consecuencia de este repunte, Fernández Rosillo ha acumulado una notable cartera de trabajos que tendrán ocupada la empresa durante los próximos meses y que van desde obras para empresas públicas de cierta entidad, como la finalización del parking del PCTCAN o la última fase de la ampliación del polígono de Vallegón, hasta pequeñas obras municipales, y otras no tan pequeñas, como un parque que se construirá en Camargo o el campo de fútbol de Cuchía (Miengo). Quizá la obra más singular de las que tiene en cartera sea la recuperación del mercado de abastos de Reinosa, que sufrió un devastador incendio en 2012 y va a convertirse en un centro cultural.
A pesar de esta mejoría temporal, el futuro de la obra pública en Cantabria continúa siendo incierto. Con las grandes infraestructuras ya concluidas, un sector empresarial todavía sobredimensionado en número, y la escasez de recursos públicos parece impensable que se recuperen los niveles de actividad de la pasada década. Se abren expectativas interesantes, en cambio, para los trabajos de mantenimiento y conservación de las carreteras y de otras infraestructuras ya ejecutadas. En cualquier caso, será muy difícil que se puedan recuperar los niveles de empleo de las mejores épocas del sector, cuando Fernández Rosillo llegó a contar con una plantilla de 202 trabajadores. Hoy, y tras el obligado ajuste, tiene 75.
Anticipándose a ese incierto futuro, ha reorientado su actividad hacia la obra privada. Proyectos con presupuestos más ajustados pero que pueden asegurar una mayor continuidad en la carga de trabajo. Tras concluir el almacén logístico de AD Cantabria en Igollo, ha comenzado la urbanización del solar de Valdenoja-La Pereda en el que se levantará un McDonald´s y está reparando los desperfectos sufridos por los chalets situados en primera línea de playa en Somo, tras los fuertes temporales del pasado invierno. En esa misma zona construye unas defensas para evitar que pueda repetirse la inundación. También tiene en estudio proyectos para algunas de las empresas que se van a instalar en Tanos.
Esa flexibilidad y la diversificación de actividades han sido claves en la supervivencia del grupo familiar, que ahora cumple medio siglo. Pero los sucesores del fundador están convencidos de que tan importante o más ha sido un rasgo de identidad mantenido desde la creación de la empresa: “No hemos sido demasiado ambiciosos y ha primado más la calidad de nuestro trabajo que los beneficios. Siempre hemos pensado que hacer las cosas bien tiene sus compensaciones y son muchos los clientes que nos llaman porque saben que respondemos”, dicen.

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