‘Necesitamos que nos infundan ánimo’

P.- ¿Qué significa el mar en la vida de Jaime Piris?
R.- Tengo una relación casi congénita. He vivido siempre en Castelar y a veces me miro entre los dedos de las manos para ver si tengo membranas interdigitales, como los patos, (ríe) porque no puedo estar lejos del agua. He dado cinco o seis vueltas a la Península y he hecho tres viajes oceánicos cruzando el Atlántico, siempre de carácter deportivo. Suelen preguntarme cuál ha sido mi peor experiencia a bordo y yo respondo que ‘el día que se acabó el ron’ (se ríe) porque, con sus penas y alegrías, sigo queriendo y añorando la mar.

P.- ¿Se acuerda del primer barco al que se subió?
R.- La primera vez que me recuerdo al lado de un barco fue con cinco añitos, algo raro en los años 40 del siglo pasado porque en la postguerra casi no existían embarcaciones de recreo. Guardo una foto en la que aparezco junto a una piragua y, de fondo, la playa de La Caracola, en el Sardinero. Años después ya empezó a verse alguna flotilla de botes y luego llegó el florecer de los fueraborda…

P.- ¿Y cuándo comenzó su carrera profesional ligada al mundo de los barcos?
R.- Fue en 1956, cuando tenía veinte años. Me propusieron ir a Inglaterra para aprender la técnica de fabricación de embarcaciones de fibra y poliéster, que hoy es muy corriente. Un año después fui pionero al construir las primeras embarcaciones de poliéster en España, de las que todavía conservo una unidad. Quise donarla al Museo Marítimo de Santander pero, como no tenían un espacio para que permaneciera a cubierto, la tengo en la tienda de Raos.

P.- ¿Cómo decidió montar su propia empresa?
R.- Primero me dedique durante unos años a construir barcos en una fábrica en Madrid, hoy extinguida, que se llamaba EPE (Elaboraciones Plásticas Españolas). Esa fue la mejor universidad porque fui evolucionando hacia modelos mayores y pude conocer las empresas y clubs náuticos de toda la costa, dándome cuenta del potencial de cada región. A los clubes marítimos hay que reconocerles muchas glorias porque no se crearon gracias a las subvenciones del Estado sino a las aportaciones de los socios, y han hecho mucho por la promoción del deporte y por la educación náutica en nuestro país.

P.- En 1970 nace Yates y Cosas. ¿Había empresas parecidas cuando la creó?
R.- Detecté la necesidad porque sólo había actuaciones espontáneas y algún pequeño astillero en la zona de San Martín, como Pompeyo y el de Jan Abascal que ahora están derruyendo, pero casi todos los barcos se fabricaban en Bilbao o Barcelona. Es lo que debe hacer cualquier persona que tenga vis empresarial: descubrir un vacío en un sector y tratar de llenarlo.

P.- ¿Qué balance hace de la travesía que ha surcado para llegar hasta aquí?
R.- Yates y Cosas es hoy una pequeña empresa con cerca de veinte empleados y mi hijo, Jaime Piris Turner, está al frente del negocio. Y tenemos el honor de ser ‘los más tontos’ porque ahora que todo el mundo presume de haber echado a varios empleados, yo me enorgullezco de haber conservado a ultranza a todos nuestros colaboradores en activo. Una costumbre que debería ponerse de moda en España para que las cosas cambiaran.

R.- Usted siempre ha estado muy pegado a la actualidad socioeconómica de Cantabria. ¿Qué cree que nos haría falta para salir adelante?
R.- El empleo no lo va a traer el nordeste, lo tienen que traer los empresarios. Y necesitamos el estímulo de alguno, despegado del mundo de la política y de la banca, como Amancio Ortega, que proclame que si este país no lo sacan adelante los empresarios, no lo saca nadie. Y si ellos no están dispuestos a luchar, es mejor que hagamos las maletas. Necesitamos que nos infundan ánimo y que la imagen de los empresarios empiece a cambiar, porque mucha gente, en lugar de verlos como héroes, les considera canallas. Y eso no es así.

P.- También ha sido muy activo en la defensa de los terrenos de Raos para los empresarios que, como usted, tenían sus sedes en el polígono. La lucha ha dado su fruto.
R.- Es que lo de Raos ha sido un expolio propio de paises tercermundistas. Ahora, después de haber puesto en peligro a las 140 empresas que están ubicadas en el Polígono, parece que por fin se está reaccionando. Gracias a la proclama que hemos hecho desde este colectivo durante veinte largos años parece que hemos conseguido cambiar la Ley de Costas o más bien su reglamento.

P.- ¿Y cómo valora la subida de las tasas portuarias?
R.- Ese tema nos ha dañado muchísimo porque, estando concesionado, han cambiado de destino el territorio de Raos y se lo han otorgado al Puerto, con lo cual, hoy en día, vive de nuestro trabajo. Pero nosotros no podemos mantener el Puerto y sus fracasos. Si es deficitario que lo cierren, lo reestructuren o encojan su plantilla para que haga números positivos porque, en el fondo, es una empresa como otra cualquiera y no tiene por qué manchar mi ejercicio económico. Eso es una tropelía.

R.- Seguramente este sea uno de los momentos más difíciles que les ha tocado vivir.
R.- Las embarcaciones de recreo, como las joyas y cualquier otro producto ‘prescindible’, ha acusado mucho la situación. Pero Yates y Cosas está ahora como las zapaterías, que se quejan de que no venden calzado, pero el zapatero remendón no deja de trabajar. La mayoría de nuestros empleados se dedican a los servicios de postventa, que felizmente está muy activa. La parte comercial está echando la siesta.

P.- Hace apenas unos meses publicó un libro de memorias ¿Cómo fue la experiencia?
R.- Yo me autodefino barquero porque he pasado la mayor parte de mi vida alrededor de los barcos. Por eso, cuando tomé la decisión de escribir un libro, lo llamé ‘Las historias del barquero’. Quería dejar constancia, para los que vengan, de muchas cosas que han ocurrido en esta ciudad. Los beneficios van a parar a la Cocina Económica porque, afortunadamente, no necesito ganarme la vida escribiendo. Escribo, sobre todo, en invierno, porque también me gustan mucho las actividades al aire libre, como jugar al golf, pasear o cultivar mi huerta. Antes salía a navegar hasta nevando, pero con la edad eso ya pasó a la historia.

P.- ¿Va a seguir cultivando su faceta literaria?
R.- Ya estoy con el siguiente libro y espero tenerlo acabado el año que viene por estas fechas. En él relato mi experiencia en un viaje, que no es importante pero sí poco corriente para el común de los mortales (sólo lo hacen 300 barcos al año entre toda la población náutica europea) que consiste en partir de Europa del Norte en septiembre, bajar hacia el sur, cruzar el charco y estar seis meses allí hasta regresar en primavera. Lo hice junto a mi mujer cuando me retiré, hace diez años, y estuvimos nueve meses fuera de casa.

P.- ¿Se considera un hombre con suerte?
R.- Soy afortunado por haber sabido hacer uso de mi fortuna. Pero nunca he estado parado. He seguido el consejo de Picasso de que la inspiración te pille trabajando.

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