La piedra, ¿el mineral más valioso?

Cantabria podría exportar ingentes cantidades de caliza, sobre todo a Francia e Inglaterra, donde la demanda desborda ampliamente la oferta. Trasladar la piedra nunca fue un buen negocio, porque los portes tienen una repercusión decisiva en un producto cuyo valor intrínseco es bajo, pero las cosas han cambiado mucho en poco tiempo. Ahora, la piedra cada vez está más valorada y el transporte resulta cada vez más sencillo. Eso significa que la caliza de cualquier cantera cercana al puerto de Santander o que se encuentre en las proximidades de un ferrocarril que lo enlace, podría ser embarcada sin mayores problemas y vendida en otros mercados europeos. Cantabria ya importa de China e India areniscas y piedras ornamentales, lo que quiere decir que las distancias han dejado de ser una limitación para cualquier producto, incluso para el más modesto de todos, las piedras.
Por el momento, las canteras de Cantabria no se han subido a ese barco, porque los extractores locales de áridos tienen un mercado interno suficientemente potente, que les permite vender a un precio muy rentable, ya las dificultades para abrir nuevas canteras han dado lugar a un cartel de empresas, con muy pocos productores. Una situación que beneficia a los que ya están dentro del sector, aunque les crea serias limitaciones para ampliar, y beneficia aún más a las empresas constructoras que tienen canteras dentro de su grupo, ya que pueden trabajar con costos mucho más bajos que el resto.
Por el momento, el extraordinario consumo de áridos de la construcción y en las grandes obras públicas que se hacen en la región basta para absorber la oferta. Esa situación quizá no se mantenga por mucho tiempo y, ante esa eventualidad, las empresas locales de áridos tendrán que pensar en la exportación, tal como lo están haciendo algunas canteras del sur de Asturias y del País Vasco.
En la actualidad, el consumo cántabro es de 13 toneladas de áridos por persona y año, una cuantía superior a la media nacional. No es casualidad que tres regiones con un enorme desarrollo urbanístico encabecen el ranking nacional de consumo (Murcia y Navarra, con 15 toneladas, y la Comunidad Valenciana, con 14).
El uso de la piedra para fines industriales también dispara las necesidades de Cantabria. Hay que tener en cuenta que la fábrica Solvay requiere, por sí sola, varios millones de toneladas de caliza al año para producir el carbonato de sosa, tras un proceso de calcinación de la roca.
Ramón Berasategui, presidente de la Cámara Minera de Cantabria recuerda el caso de Solvay para demostrar las dificultades que acarrea poner en marcha una nueva cantera en Cantabria. La empresa química de capital belga ha necesitado más de dos décadas de tramitación burocrática y de negociaciones con los vecinos para poder iniciar los trabajos previos a la explotación en Viérnoles. Durante todo ese tiempo se ha visto obligada a ralentizar las extracciones en su cantera de Cuchía, donde sus reservas estaban prácticamente agotadas, y a completar la cobertura de sus necesidades con la compra de piedra a proveedores externos.

La caliza reina

De los 13,2 millones de toneladas de áridos que se extraen cada año en Cantabria, el 70% (9,2 millones) son de caliza. En realidad, el porcentaje llegaría al 85% si se excluyen las dos millones de toneladas de sal gema que Solvay saca cada año desde sus pozos de Polanco y conduce hasta la factoría en forma de salmuera, otra de las materias primas que utiliza para la obtención de productos clorados.
Las 26 canteras de caliza que están activas en Cantabria se reparten por toda la región, pero sobre todo en el eje costero, donde se concentra la demanda y, más específicamente, en torno a Santander. No obstante, el agotamiento progresivo de algunas de estas explotaciones y la colonización de gran parte del suelo por las promociones inmobiliarias va a obligar a desplazar la actividad hacia el interior, donde este recurso minero no escasea. El gran lomo calcáreo que se extiende desde Los Corrales hasta más allá de Puente Viesgo es un buen ejemplo de la potencia de este mineral que se muestra a la vista por toda la región, aunque en muchas ocasiones –como ocurre con los Picos de Europa– esa misma visibilidad hace que su explotación resulte imposible, ya que causaría graves daños al paisaje.
Si la región destaca por la abundancia, su segunda gran ventaja es la calidad que tiene su caliza. Los áridos son el segundo recurso natural más consumido (el primero es el agua), pero también los más capaces de sustituirse entre sí. En cada lugar se ha optado siempre por aprovechar los que existían en las inmediaciones, porque las dificultades de transporte no permitían otra cosa, pero eso no quiere decir que todos sean equivalentes en calidad y esas diferencias van a resultar más relevantes a medida que las especificaciones de las normativas de construcción sean más exigentes.
Frente a estas ventajas, hay una desventaja manifiesta: la dispersión poblacional de Cantabria ha acabado por hacer inviables en la práctica las distancias que se exigían desde las explotaciones hasta los núcleos habitados. Una distancia, que paradójicamente, no se observaba a la inversa, dado que las construcciones se han ido aproximando a gran velocidad a las canteras, hasta el punto de que muchas son ya prácticamente vecinas.
Esto ha dado lugar a no pocas polémicas, que en muchos casos han acabado en los tribunales. Berasategui sostiene que la normativa que regula la apertura de canteras se ha quedado muy anticuada, ya que los reglamentos de actividades molestas que se le aplican se elaboraron a comienzos de los años 60, cuando las técnicas utilizadas eran otras. Ahora, los carenados de las cintas transportadoras evitan la mayor parte del polvo, junto con los lavados de los viales y las ruedas de los camiones y con el acompañamiento de las pantallas vegetales. También los ruidos se han reducido muy sensiblemente. El uso de explosivos mucho más potentes y menos sonoros permite grandes voladuras y eso ha convertido en esporádicas las explosiones que antes eran prácticamente diarias.
El problema paisajístico también tiene solución, aunque menos viable económicamente. Se trata de extraer la piedra por el interior, como se hace en las minas, pero eso, en opinión de Berasategui, supondría elevar los costes de extracción “al doble o al triple”. Por tanto, es una opción que no cabe desechar para un futuro, pero que hoy es económicamente poco competitiva.
El sistema extractivo se ha tecnificado, con la incorporación de grandes máquinas, que han multiplicado la productividad medida en toneladas/hombre. No obstante, en las canteras de la región siguen trabajando alrededor de 500 personas, y cada uno de esos empleos induce, según los cálculos del sector, otros 5,4. De esta forma, dentro del perímetro de influencia de las canteras pudieran incluirse a unas 3.000 personas y, curiosamente, es un sector con una siniestralidad laboral muy inferior a lo que se suele pensar.
Frente a otras actividades, ésta no corre el peligro de deslocalización. En primer lugar, porque las empresas del sector tienen unos beneficios muy elevados y, en segundo término, por el hecho de que la explotación no es trasladable.
Los áridos no están sometidos a cupos ni restricciones comerciales dentro de la Unión Europea, aunque, a cambio, la UE es muy severa con la normativa medioambiental y Berasategui reconoce que “otros problemas los hemos resuelto, pero aún tenemos que encontrar la forma de evitar el impacto visual que causan las canteras”.
En realidad, ese impacto sólo debe producirse mientras están en explotación, dado que una vez se han agotado o cerrado, el paisaje afectado debe regenerarse. A lo largo de la región hay ya varias muestras de cómo se han utilizado los rellenos y las revegetaciones para restablecer el paisaje inicial o uno muy aproximado, que evite cicatrices tan agresivas como las que dejó la cantera de Peñacastillo, cuando aun no había una normativa en este sentido.
Para evitar que cualquier empresario de canteras caiga en la tentación de eludir sus responsabilidades una vez agotada la piedra, la ley establece que han de depositar un aval garantizándolo, de forma que si no procediese a esta regeneración del paisaje, la Administración la realizaría por sí misma, ejecutando el aval, para resarcirse. No obstante, queda aún bastante camino por andar en el cumplimiento de esta exigencia, algo en lo que la Consejería de Industria ha sido más tolerante que la de Medio Ambiente con las aperturas de nuevas canteras o en la ampliación de algunas de las ya existentes.
Berasategui destaca el interés del sector por participar en la elaboración de la nueva legislación medioambiental. “Antes de que se haga, lucharemos por que se nos tenga en cuenta y beneficie a todos, pero una vez que se apruebe y publique, que nadie dude que nos someteremos a ella”, dice.
Sean cuales sean los términos en que se regule el futuro de las canteras, parece claro que se tiende a una integración de su actividad en grandes grupos, tanto por motivos ambientales como por razones económicas. Las canteras están dejando de ser una actividad minera más, para reconvertirse en un centro de materiales de construcción, donde se producen hormigones, prefabricados y aglomerados, lo que aumenta el valor añadido del producto original, evita acarreos y reduce los impactos ambientales que genera el tener que hacer salpicar el paisaje de plantas de uno y otro tipo.
La propia evolución del sector cementero colabora en esta dirección, ya que España, como otros países europeos, vive un proceso de concentración, a consecuencia del cual media docena de grandes fabricantes internacionales ha ido adquiriendo la mayoría de las empresas del sector y, a partir de él, de plantas de hormigón e, incluso, las canteras, con lo que empiezan a tener el control de todo el proceso, desde las materias primas.

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