La huelga general anuncia un cambio de clima social

Desde el 14-D tanto los gobiernos como los sindicatos saben que cualquier huelga general se gana o se pierde días antes de su celebración. En esta ocasión, desde el Gobierno se puso en marcha su enorme aparato mediático para crear un estado de opinión contrario a los sindicatos y se retrasó deliberadamente la declaración de servicios mínimos hasta el último momento para que los recursos de los sindicatos ante los tribunales no tuvieran tiempo de prosperar.
Por su parte, los sindicatos trataron de organizar sus huestes para que los piquetes se centrasen en los dos elementos claves de una huelga de este tipo: el transporte, por el efecto encadenado que provoca sobre casi toda la actividad, y los comercios, no tanto por su importancia cuantitativa en volumen de empleo como por su efecto ante los medios de comunicación. Todos son conscientes de que ni las televisiones ni la ciudadanía se tomarán el trabajo de ir a comprobar si paran las empresas de los polígonos industriales y, en cambio, unos y otros medirán el éxito o el fracaso de la convocatoria por lo que ocurra en el centro de la ciudad.

Dificultades para formar piquetes

Lo cierto es que en esta ocasión la realidad apenas se parece a la imagen que los medios han plasmado en la retina de todos. Los sindicatos por primera vez fueron conscientes de su enorme debilidad al comprobar en las jornadas previas a la huelga el distanciamiento de sus afiliados, no muy distinto, por otra parte, del que viven los partidos políticos. Sólo los viejos militantes, curtidos en mil batallas, acudieron a la llamada de las organizaciones para formar los llamados piquetes informativos, y la fría respuesta (apenas dos centenares de personas) suscitó una sensación de vértigo ante lo que se presumía como un enorme fracaso.
Curiosamente, la machacona campaña del Gobierno sobre la presumible violencia con que actuarían los piquetes, acabó por convertirse en aliado de los convocantes, ya que atemorizó a pequeños empresarios, cuyas plantillas no están muy sindicalizadas, y sobre todo a los comerciantes y hosteleros. Muchos optaron incluso por negociar con sus trabajadores cambiar la jornada por un día de descanso.
El Gobierno comprendió que el efecto de su campaña podía volvérsele como un boomerang pocos días antes del 20-J y trató de rebajar la tensión verbal hacia los sindicatos y desviarla hacia el líder del PSOE, pero era demasiado tarde. Esa circunstancia y la escasa beligerancia de las grandes patronales, que no han considerado el asunto cosa suya y se han limitado a algunas declaraciones no demasiado comprometidas, propició que el resultado de la convocatoria fuese bastante más significativo de lo que el Ejecutivo hubiese querido, aunque menos de lo que los sindicatos han tratado de atribuirse. El hecho de que se hayan respetado los servicios mínimos y que entre esos servicios mínimos decretados por el Gobierno se incluyesen algunos tan atípicos como la obligación de mantener funcionando permanentemente la televisión, aunque fuese con películas o programas enlatados, también ha podido dar la impresión de un menor seguimiento del que realmente tuvo en casi todos los sectores excepto en el de servicios, donde su incidencia fue baja, sobre todo en las administraciones públicas y oficinas.

El centro no opuso resistencia

Los sindicatos, conocedores de su propia precariedad para la presión, no llegaban a creerse a media mañana del 20-J el resultado que habían logrado, en buena parte por esa ayuda indirecta de las autoridades y los medios. A esa hora, se podían hacer gestiones en el Gobierno regional, en Hacienda o en el Ayuntamiento, pero no había forma de encontrar una tienda abierta en el centro de Santander ni de tomar un café. Las fábricas estaban paradas, los autobuses ya habían dejado de funcionar, no se podía usar Correos y los pasajeros del ferry buscaban inútilmente donde comer algo. En la Universidad no había actividad y la mayoría de los padres optó por no enviar a sus hijos a las escuelas, ante la duda. Las grandes superficies funcionaban aparentemente con normalidad, pero no tenían compradores. Alguna de ellas había anunciado por carta a sus empleados que quien secundase la huelga sería sancionado con falta grave, un lujo que no se pueden permitir la inmensa mayoría, que trabajan con contratos temporales, y en los sindicatos se recibieron durante toda la mañana numerosas llamadas de empleados de estos centros que pedían la presencia de los piquetes para forzar el cierre, pero las centrales no estuvieron en disposición de enviar a nadie hasta casi mediodía, porque sus dos únicos piquetes, que en ocasiones se fusionaban en uno solo, estaban más interesados en que el centro de la ciudad mantuviese la imagen de paralización que en lo que ocurría en el extrarradio.
En realidad, el centro se les rindió con facilidad. Muchos de los comerciantes se sintieron coaccionados el día anterior, cuando les entregaron un cartel en el que manifestaban secundar la huelga, y optaron por pegarlo en sus escaparates y cerrar, ante el temor a saldar el 20-J con la rotura de una luna o que una parte de su clientela les retirase su confianza por no secundar el paro. De esta actitud se distanciaron las cadenas nacionales muchas de las cuales abrieron sus puertas, pero optaron por echar el cierre al paso del piquete sin entrar en discusiones.
Pocos incidentes

A pesar de algunos incidentes aislados, la huelga general del 20-J ha sido la más pacífica de las cinco celebradas desde el retorno de la democracia, si se utilizan como baremo las detenciones realizadas por la policía y las denuncias presentadas en Comisaría por daños o coacciones.
Si algo ha dejado claro es que el empresariado prefiere no presentar batalla en las huelgas generales, donde no se siente implicado, y que los sindicatos tienen un serio problema generacional, dado que no son capaces de dar relevo a su militancia, ya veterana, con los jóvenes que acceden al empleo, si bien este conflicto es posible que les haya echado una mano en su necesidad de reideologizar la sociedad. La manifestación que concluyó la jornada de huelga reunió alrededor de 10.000 personas, una cifra que las centrales sindicales no lograban desde hacía más de una década, y entre ellas aparecían, con una representación nutrida, varias organizaciones juveniles, lo que les abre una cierta esperanza de continuidad.

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