Inventario

Una catástrofe diaria

Primero fue culpa de las carreteras. Más tarde, de un parque móvil envejecido, después, del alcohol y en el futuro, quién sabe de qué. Parece menos importante buscar la forma de reducir la tasa de accidentes de circulación que encontrar una excusa para justificarlos. Y nos hemos pasado la vida poniendo excusas para un desastre que ya se da por inevitable y frente al cual no existe la mínima sensibilidad social.
¿Hay algún motivo que explique que Gran Bretaña tenga tres veces menos muertos en carretera que España por cada cien mil habitantes? ¿O que en el resto de países europeos, a excepción de Portugal y Grecia, la tasa también sea muy inferior? Probablemente sí, pero nadie parece tener mucho interés en buscarla, a pesar de que los accidentes de tráfico nos cuestan a los españoles más de un billón de pesetas al año en daños económicos, además de un drama humano inconsolable.
Siempre se supuso que era producto de un cóctel de deficiencias, achacables al retraso del país con respecto a sus colegas continentales, pero esa explicación ya no vale. Los clubes de automovilistas insistieron mucho en la década de los 80 en que las desmesuradas estadísticas de accidentalidad eran consecuencia de las malas carreteras, pero hoy nuestra red es comparable a la media europea y no sólo no se reducen los accidentes, sino que son más graves, porque la mayoría se producen en autovías.
Los fabricantes de automóviles aprovecharon la mejora de las carreteras para desplazar la responsabilidad hacia el envejecido parque móvil de los españoles, pero lo cierto es que las espectaculares ventas de los últimos cuatro años lo han rejuvenecido y no por eso bajan los fallecimientos, lo que indica que los fallos mecánicos eran una proporción mínima del total de accidentes. Pero lo peor es que tampoco se ha dejado notar la incorporación en los coches de muchos nuevos elementos de seguridad activa y pasiva, de forma que su eficacia ha quedado contrarrestada por otros factores como una conducción más rápida.
Cuando han fallado todos los argumentos anteriores se han pretendido cargar las culpas sobre el alcohol y otras drogas, que si es cierto que tienen una parte de responsabilidad, no puede suponerse que sea tan universal y las últimas estadísticas han matizado mucho otras anteriores que encontraban implicaciones del alcohol en la mitad de los accidentes.
De esta forma, seguimos sin identificar el problema y dando tumbos. Cuando llegó el PP al Gobierno, anunció la retirada de las campañas publicitarias de tráfico con escenas dramáticas, el último ensayo que hizo el PSOE, para tratar de corregir una situación fuera de control. Cuando se vio que la publicidad en positivo tampoco servía para mucho, volvieron los anuncios sanguinolentos, pero la conciencia ciudadana se cauteriza con mucha rapidez y su eficacia es cada vez más breve. Así que nos hemos quedado sin estrategia y optamos por considerar que 6.000 o 7.000 muertos al año son el pago inevitable del progreso. Sin embargo, es un peaje intolerable cuando nuestros equivalentes europeos tienen la mitad.
El problema es que ha dejado de ser una preocupación ciudadana. Como las lluvias en Bangla Desh o los terremotos en Centroamérica, se asumen con el fatalismo de quien cree que son cosas del destino. Nos olvidamos que hace mucho que Occidente demostró que el destino sólo es la coartada de quienes no creen en la capacidad del hombre para labrar su propio futuro. Francia acaba de demostrar con un cambio en el régimen de sanciones que es posible reducir sustancialmente la accidentalidad. Nosotros seguimos pensando que el destino no está de nuestro lado.

El ministro y yo

El ministro de Trabajo tiene a bien escribirme con frecuencia. Me manda, como a todos, unas circulares firmadas en las que me informa de lo mucho que hace el Gobierno por nosotros, los que cotizamos al régimen de autónomos. Supongo que con otros colectivos hará lo mismo, porque desde que los ministros han descubierto la publicidad y el marketing, empiezan a resultar obsesivos.
Así que cuando me llega el recibo del banco con la comunicación del abono de mi cuota a la Seguridad Social corro a buscar la última carta del ministro Zaplana para comprobar si me advertía de lo que estoy viendo. Pero no, no me decía nada de que iban a subirme la cuota mensual en 6.000 pesetas (ahora pago ya 117.114 al mes, sin incluir las cotizaciones de mi cónyuge, es decir, el equivalente a vez y media un salario mínimo, lo que parece a todas luces excesivo). Sólo me anunciaba que el Gobierno ampliaba mis prestaciones como autónomo, todo un logro político del Partido Popular.
El ministro ha optado por subir ya la cuota en noviembre, para que no le coincida con la de enero, y hacer más digerible el susto de los afiliados a este régimen. Es cierto que se puede renunciar a las nuevas coberturas, pero también es cierto que eso no viene explicitado en ninguna comunicación, por lo cual, la inmensa mayoría de los beneficiarios-afectados no lo sabe.
Y yo, que siempre he sido un defensor a ultranza de la Seguridad Social como mecanismo de previsión y de cohesión social del país, empiezo a tener dudas de la eficacia. Porque el ministro me ofrece con la subida bastantes menos prestaciones de las que me ofrecía el seguro privado que ya tenía contratado para esas contingencias. Lo cual quiere decir que, o a la Seguridad Social le resultan más caras, o directamente ha decidido hacer caja con esta benéfica reforma. Como ya es público que se está utilizando el superávit de la Seguridad Social para equilibrar las cuentas del Gobierno, habrá pensado que con otra vuelta de tuerca más, nos salimos.
El resultado es que, por primera vez, me ha suscitado la duda de mantenerme en las bases más altas de cotización. Siempre me insistieron en que hay fórmulas privadas mucho más rentables por el mismo precio, pero siempre pensé que la Seguridad Social es el mecanismo redistributivo más justo que existe, y merece ser contemplado desde la generosidad. Pero ahora tengo la desazón de pensar que el ministro no ha sido muy generoso con nosotros. Aún espero la carta en la que me explique esta segunda parte de la reforma.

Negociar las estadísticas

Quizá sea reiterativo al hablar de las estadísticas, pero es que son cada vez más sugestivas. La ingeniería estadística ofrece productos realmente innovadores, de forma que un porcentaje puede ser susceptible de múltiples interpretaciones.
El ejemplo más insólito es la decisión del Gobierno de negociar con la agencia estadística europea Eurostat la contabilización de la deuda de Radiotelevisión Española que, como es sabido, se ha mantenido a propósito fuera de las cuentas oficiales del Estado, como se está haciendo con las obras del AVE y con las del Plan Hidrológico, es decir, con la mayor parte de los gastos de inversión pública. Pues bien, el Gobierno no ha tenido empacho en reconocer que pretende conseguir que Eurostat no compute en sus estadísticas del déficit público español toda la deuda de RTVE que ahora va a asumir el Estado, sino una décima parte cada año. Es decir, que en lugar del billón trescientos mil millones de pesetas que vamos a tener que abonar todos los españoles, la estadística sólo incluya cada año 130.000 millones de pesetas, con el argumento de que es una deuda que se ha generado en diez años, y aunque se abone ahora, de una vez, en realidad debiera haberse contemplado cada año la parte correspondiente.
Está claro que el Gobierno, una vez pasado el examen del pacto de estabilidad en el que se ha permitido dar lecciones a todos, ya no tiene interés en seguir ocultando deuda por más tiempo debajo de las alfombras. Necesita aflorarlas, como ocurre con las de RTVE, pero no puede permitirse el lujo de que a finales de 2004 el ejercicio del sector público se cierre con un fuerte déficit, porque esto pondría en entredicho parte de los éxitos anteriores. El déficit se va a producir, pero lo importante, al parecer, es la opinión pública y a la opinión pública lo que le llega es la estadística oficial. Por tanto, la solución es negociar la estadística que, al parecer, es transaccionable, como todos sospechábamos.
Además de contaminar un ejercicio y las estadísticas de una década entera, estas prácticas son profundamente injustas, puesto que al final, quien va a afrontar el problema no es quien lo generó, sino sus sucesor, sea Mariano Rajoy o sea Rodríguez Zapatero. Aznar se presentará ante la historia con las cuentas más limpias que se vieron nunca, pero habrá dejado a su sucesor el problema de encajar toda la deuda que, trasladada a organismos autónomos o empresas públicas, se hizo desaparecer de la contabilidad nacional pero que, antes o después, ha de volver al Estado que es, finalmente, quien la ha de pagar.
No son problemas tan pequeños como parece. Por lo pronto, habrá que idear la fórmula para pagar más de un billón de pesetas ahora que los presupuestos están cerrados, ya que curiosamente, la iniciativa de absorber la deuda de televisión no se tomó antes de elaborar los presupuestos de 2004, sino después, quizá también como una estrategia para no manchar el inmaculado déficit cero con que se presentaban. Veremos quién es ahora el que acepta mancharse las manos.

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