‘La crisis más grave es que llueva’

P.–¿En qué año empezaron Los Reginas a cruzar la Bahía de Santander?
R.– La sociedad nació en el año 1967 y el servicio comenzó a prestarse un año después. Ese barco que está ahí (señala la lancha que acaba de llegar al embarcadero), el ‘Regina Pacis’, fue el primero de todos. Esta claro que tenía una buena estructura, porque ha resistido, a pesar de que el mar deteriora mucho la madera. Al ‘Regina Pacis III’ y al IV, por ejemplo, ya les dimos de baja.

P.– ¿La empresa tenía alguna relación previa con el mar? 
R.– Mi abuelo era uno de los Diez Hermanos y la empresa se inició por un problema de división familiar. Un grupo se quedó con los Diez Hermanos y otros, entre ellos mi abuelo, crearon Los Reginas. Esa generación era ya mayor, tenían unos 70 años, así que el negocio lo continuaron mi padre y mis tíos, que rondaban los 40. Yo, por entonces, era un chaval de 18 años y estudiaba Empresas. Al principio, no tenía idea de trabajar en el negocio familiar pero, sin querer, me fui involucrando. Y, desde entonces, solo he tenido este trabajo.

P.–¿De dónde procede ese nombre tan religioso?
R.– Se lo puso mi abuela Águeda al primer barco que tuvimos para que significara, en latín, ‘Reina de la Paz’, ya que en la familia no había mucha (se ríe). Quería transmitir que no había malas intenciones en el proyecto ni veníamos a echar a los otros.

P.– ¿Cómo recuerda aquellos primeros tiempos?
R.– Fue una época muy dura porque la competencia no nos lo puso fácil y se hacía cuesta arriba. La competencia, al ser dentro de la familia, era descarnada, casi sin alma. No había posibilidad de llegar a arreglos económicos. Hasta que, poquito a poco, conseguimos mantener el servicio. Fue triste pasarlo pero en esa época estaba estudiando la mayor parte del tiempo y sólo lo sufría en verano, cuando tenía que meter muchas horas. Siempre he metido más de las que debía… pero no hay otro camino.

P.– ¿Cómo terminó aquel cisma familiar?
R.– La competencia terminó diez años después, cuando nos vendieron los barcos. Habían bajado mucho los precios y, aunque tenían más gente que nosotros, ellos mismos se cerraban los ingresos. En el año 1977 nos hicieron una oferta y, como ya teníamos credibilidad en los bancos, pudimos aceptarla.

P.– Imagino que eso da comienzo a una era mucho más tranquila para Los Reginas…
R.- Sí, pero siempre hemos tenido muchas dificultades con los dragados de la Bahía. Ese ha sido uno de los mayores problemas, porque había momentos en los que se cortaba el servicio durante una hora o más y teníamos que buscar barcos nuevos que no pasaran de un metro o 1,10 de calado. A partir de finales de los 80 y principios de los 90 empezamos a renovar los barcos.

P.– ¿Cuántos tiene actualmente su flota?
R.– A los Diez Hermanos les compramos 9 barcos, que se unieron a los 5 que teníamos nosotros. De esos 14 solo quedan 4 y, en la actualidad, tenemos 9 en total. Hemos ido renovando los motores y los cascos porque, cuando los barcos son de madera, la mar los deteriora mucho. También los hemos comprado nuevos y eso que un barco para 150 pasajeros cuesta más de un millón de euros. Y eso es mucho dinero.

P.– ¿Cómo les ha afectado la crisis de los últimos años?
R.– Se nota porque, qué duda cabe, los pasajeros la sufren y algo nos trasladan a nosotros. Pero, como estamos dentro del sector turístico, el ambiente es más llevadero. Hemos tenido que mantener los precios y hemos procurado reducir los gastos y cuidar más el material. Pero, la crisis más grave es que llueva. Cuando caen cuatro gotas no llevamos a nadie al Puntal, aunque la situación económica sea boyante.

P.– Al menos, desde que tienen instalaciones cubiertas, uno ya no se moja mientras espera a que llegue la lancha.
R.– Sí, pertenecen a la Autoridad Portuaria porque se encuentran en terreno público y en Pedreña tenemos otras desde el año 2003. Ahora no solo si llueve, también si hace viento o frío, tienes un sitio para resguardarte.

P.– ¿Que relación tienen los clientes de todos los días?
R.– El otro día me comentaban que, entre los propios turistas, se acuerdan de los que no han venido este año o de los que ya no están y se preguntan qué habrá sido de ellos. Es como si fueran una pequeña familia porque no solo comparten el trayecto a la playa sino que allí se ponen siempre en el mismo sitio y el resto parece que se lo está guardando.

P.– Cuénteme alguna anécdota que hayan vivido en todos estos años.
R.– Recuerdo que, hace muchísimos años, en el sesenta y algo, estaban funcionando unos gánguiles de la Autoridad Portuaria, de esos que recogen arena, y al mismo tiempo pasaba la lancha de El Puntal y la embistió. Echó el barco a pique pero no le pasó nada a nadie, ni siquiera a un niño pequeño que viajaba en el barco. Solo hubo una señora que no pudo localizar a su perro y nunca supimos que fue de él.

P.– ¿Han sufrido muchos incidentes?
R.– No, sólo hemos tenido problemas en algún páramo con una estaca de acero que se utilizó para señalizar una regata y luego no se quitó. Cuando sube el agua no se ve y algún barco se la ha clavado y ha llegado lleno de agua a Pedreña.

P.– ¿Cuál es el mejor recuerdo de su trayectoria?
R.– Lo mejor fue cuando se terminó la competencia y cada verano, cuando llega el final de la temporada, hacia el 15 de septiembre, y vemos que no ha habido nada negativo que resaltar. Eso significa que la labor se ha hecho bien y me da mucha tranquilidad.

P.– ¿Seguirán Los Reginas en manos familiares?
R.– De momento, parece que sí, porque los hijos se van haciendo con el servicio poco a poco. Aquí seguimos varios hermanos y tengo otro en Vigo, que se encarga de los barcos que van a las Islas Cíes (Mar de Ons), que son mayores que éstos.

P.– Tiene alguna afición que no sea observar la llegada de lanchas al embarcadero
R.– Me gusta mucho el golf y soy juez árbitro de la Federación Nacional. En la Cántabra también pertenezco a la junta directiva. Juego desde el año 70 y de joven hacía de caddy en Pedreña. Mi madre y la de Seve son primas carnales.

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