El factor vasco

Con la reanudación de los atentados de ETA todo el país pierde mucho pero, en términos puramente materiales, Cantabria pierde más que otras regiones. Por su proximidad, La Rioja, Navarra y Cantabria se benefician de las ondas económicas que genera el País Vasco y, en especial, los que estamos más cerca de Bilbao, que actúa como la gran urbe del norte. A pesar de cuarenta años de terrorismo y de ver su modelo industrial sometido a la reconversión más extensa e intensa de toda la geografía nacional en los años 70 y 80, el País Vasco es hoy la segunda región española en renta per capita con una capacidad de compra muy superior a la media europea. Según los últimos datos, los vascos están en el nivel 124 sobre el promedio 100 de la Europa de los 25, un estándar que Cantabria aún no ha alcanzado (está en el 96) y al que España en su conjunto (98%) está a punto de converger.
Esta realidad indica la enorme capacidad de recuperación de la economía vasca, incluso en la adversidad. Sin terrorismo es obvio que ese potencial endógeno aumentaría sensiblemente y, con él, el arrastre sobre otras economías próximas, como la nuestra.

Nos han sobrado prejuicios para valorar el fenómeno, pero lo cierto es que el asentamiento de empresas de capital vasco ha sido decisivo para el rearme industrial de la zona oriental de Cantabria y las miles de viviendas que han adquirido los vizcaínos en Castro Urdiales, Noja o Laredo han trasladado a nuestra región un volumen muy elevado de recursos generados fuera. Rentas que fueron acumuladas a lo largo de vidas de ahorro o que serán detraídas del consumo futuro en su comunidad de origen para pagar los créditos hipotecarios. Centenares de millones de euros que nos han acostumbrado a unos niveles de ingresos irreales, porque los hemos conseguido por un procedimiento tan sencillo como poco repetible, el de vender nuestro patrimonio de suelo y viviendas, pero que han creado, al menos temporalmente, un innegable efecto riqueza.
Llegará el día en que no podamos vender más casas, pero el espíritu emprendedor de los vascos y las necesidades de una gran concentración humana como Bilbao seguirán garantizando un gran mercado para los cántabros y una permanente fuente de iniciativas que sumar a las que nosotros mismos generamos. Cualquiera que conozca las rivalidades entre Bilbao y San Sebastián será consciente de que, en condiciones idénticas, es bastante más probable que los vizcaínos inviertan en Cantabria o se compren una casa en nuestra región a que lo hagan en Guipúzcoa, por mucho que les una un sentimiento nacionalista común. Dado que Vizcaya es, con mucha diferencia, la primera provincia en PIB del País Vasco, eso es una enorme ventaja para Cantabria. Una circunstancia que apenas se ha valorado al juzgar los flujos económicos que influyen sobre nuestra región, lo que no deja de resultar extraño si tenemos en cuenta los muchos estudios que se han hecho, en cambio, sobre los nexos económicos con Castilla y León.
Otro factor que ha colaborado calladamente a bascular a los vizcaínos sobre Cantabria es la gratuidad de la autovía entre Bilbao y Santander, frente a la obligación de pasar por el peaje que tiene quien vaya hacia San Sebastián. Hay que reconocer que el retraso que sufrió la construcción nos trajo esa compensación inesperada. Para entonces, la política de autopistas de pago del franquismo había sido sustituida por la política de autovías financiadas por el Estado.

Las relaciones entre el País Vasco y Cantabria se han entretejido sobre estas circunstancias, casi espontáneas, que han propiciado que nuestra región pueda aprovechar las olas vascas de crecimiento. Por eso, la vuelta del terrorismo activo, después de tres años y medio sin muertos –una situación que nunca se había vivido en cuatro décadas– es doloroso, decepcionante y económicamente negativo. El camino de normalización que empezaba a vivirse en el País Vasco había creado ilusión y un estado de vitalidad que resultaba evidente para cualquier visitante. Había ganas de vivir, de invertir y de crear. Algo que nos cogía a nosotros muy de cerca. Más de lo que a menudo suponemos.

ALBERTO IBAÑEZ

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