¿Ejecutivos o escritores?
La historia reciente de las calles de Santander no aparece en los libros de historia sino en las novelas, y no está escrita por historiadores ni por literatos de prestigio sino por hombres de empresa. Baldomero Madrazo, fallecido el pasado mes, Máximo Machín o Antonio Escalante, antiguos directivos de grandes empresas de la región, han reflejado en memorias y novelas muchas circunstancias que ayudan a comprender el Santander actual.
Álvaro Pombo ha novelado Santander y Jesús Pardo ha diseccionado con muy poca piedad a la burguesía santanderina, de la que él fue un notable miembro. Pero ni en sus libros ni en los escritos por los historiadores se puede llegar a deducir por qué Santander es como es, algo que sí aclara a la perfección la novela de Baldomero Madrazo, ‘Gavias de través’. El antiguo responsable jurídico y director de recursos humanos de Electra de Viesgo encontró una pasión irrefrenable en la literatura, a la que se entregó desde el momento de su jubilación y en su obra más destacada refleja con detalle las circunstancias que se dieron en la reconstrucción de la ciudad tras el devastador incendio de 1941.
Madrazo siempre pensó que su novela podría ser un equivalente a ‘Lo que el viento se llevó’ en versión santanderina y, si algún día aparece un director de cine lo bastante atrevido como para acometer el proyecto, muchos podrían comprobar que la historia de la ambiciosa cosedora de guantes que, gracias a la especulación con los solares, acaba haciendo fortuna, no es muy diferente a la protagonizada por la cinematográfica dueña de ‘Tara’.
La reconstrucción de Santander
El incendio se llevó por delante más de cuatrocientos edificios, una catástrofe de la que resulta difícil hacerse una idea clara en la distancia; obligó a trasladar a miles de personas a campamentos improvisados y exigió reconstruir la ciudad en los años más difíciles de la posguerra, cuando menos dinero había para hacerlo con cierta dignidad. Basta recordar que 1941 también fue conocido en España como el Año del Hambre.
Madrazo mantuvo un recuerdo muy vívido hasta el final de sus días tanto de la destrucción como de la reconstrucción y todo el proceso por el cual una importante parte de la población fue desplazada del centro de la ciudad al ir vendiendo por muy poco dinero los documentos que acreditaban sus derechos sobre los solares, a medida que pasaba el tiempo, los edificios no se volvían a levantar y las necesidades económicas apremiaban.
En su novela, Madrazo describe la aparición de una nueva clase empresarial –los logreros, en la denominación de por entonces– y reconstruye escenas impagables de esa historia reciente de la ciudad que, sin embargo, han estado tan escondidas, como la defensa a ultranza que hizo el alcalde Emilio Pino de los derechos de los afectados por el incendio y que le aisló de la burguesía local, tanto que acabó muriendo en un centro de beneficencia madrileño. O el cese fulminante del alcalde y del presidente de la Diputación Provincial, decretado por el ministro del Interior, tras enfrentarse ambos a bofetadas en el despacho consistorial a raíz de las quejas del segundo por la calificación que se daba a un solar de su familia.
Los problemas surgidos en las subastas de los solares que dejaron libres los edificios incendiados o los criterios para rediseñar la ciudad aplicados por los técnicos de Regiones Devastadas que envió Madrid son algunos de los retazos históricos que Madrazo recupera en su libro, así como la paradoja de que sólo las autoridades alemanas tuviesen constancia del incendio en el mismo día en que se produjo, a través de un avión de la Lutwafe, mientras que en España nadie supo lo que pasaba en Santander hasta el día siguiente, cuando un radiograma de un barco de la CAMPSA rompió el aislamiento en el que había quedado la ciudad, o el dramático embarque de miles de combatientes republicanos y de familias vascas que huían al exilio a través del puerto de Santander cuando la provincia cayó en manos del ejército nacional.
La compra del Mercantil
Baldomero Madrazo, que en su vida profesional adquirió para Viesgo muchos de los saltos eléctricos repartidos por la región, lo que dio lugar a una compañía regional, frente a la miriada de suministradores que había anteriormente (casi uno por pueblo), también desgranó en sus libros las peripecias de la compra del Banco Mercantil por el Santander, bastante más pequeño, con la compra de acciones puerta a puerta por parte de Emilio Botín padre o la alianza con Pablo Garnica, el todopoderoso patrón de Banesto y accionista del Mercantil, que a cambio obtuvo el palacete de la calle Hernán Cortés en el que tenía su sede el banco absorbido.
La historia de la CAMPSA en Cantabria
Si el primer libro que escribió Madrazo tiene poco que ver con la literatura, ya que fue editado por Viesgo con motivo del 75 aniversario de la compañía para recoger su historia, Máximo Machín, hizo otro tanto de la CAMPSA en sus memorias, aunque no fuese esa su intención. El que durante muchos años fuese director de la Compañía de Petróleos en Cantabria narró su peripecia vital en unos cuadernos que más tarde fueron recuperados y editados por su hijo, el periodista José Antonio Machín, en un libro póstumo denominado ‘Memoria del Viaje’. Una historia personal que se convierte en la historia de una industria cántabra, desde la salida de Machín con su madre del pueblo aragonés de Sos del Rey Católico para reencontrarse en Santander con su padre, que acababa de encontrar empleo en un rústico complejo petrolífero portuario asentado en la ría de Astillero y denominado El León, donde apenas se refinaban 4.000 toneladas de crudo al año. En dos grandes tinajas que los trabajadores denominan ‘los diablos’ se destilaban únicamente un disolvente conocido como white spirit y el éter que usaban los fontaneros en las lamparillas.
La llegada de Máximo Machín a Santander y su entrada en la empresa en la que estaba su padre –entonces el trabajo de un niño de 14 años no extrañaba a nadie– coincidió con la conversión de aquellas precarias instalaciones en una auténtica fábrica, con una chimenea de 25 metros de altura, promovida por la sociedad Francisco Novelda SA. Máximo no solo trabajó para levantar aquella factoría, sino que toda su vida laboral acabaría vinculada a aquel proyecto y a los que le sucedieron. De hecho, él mismo los protagonizó. De chico para todo pasó en un tiempo muy corto a responsable del personal obrero, lo cual era doblemente sorprendente en una empresa que en 1928 había dado un salto cualitativo al ser expropiada y pasar a manos de la CAMPSA, el monopolio creado por Primo de Rivera al nacionalizar los intereses de la Shell, Texaco y otras compañías extranjeras y nacionales, como Novelda.
Después de ser despedido por secundar la huelga revolucionaria del 34, Machín volvió a ser readmitido. En sus memorias, cuenta con detalle la guerra en Santander y su movilización por las fuerzas nacionalistas una vez tomada la ciudad, las dramáticas batallas que vivió pueblo a pueblo por todo el Maestrazgo, la guerra en el frente de El Ebro, la dureza de la represión posterior sobre las poblaciones liberadas, el avance hacia Cataluña y la vuelta a Santander y al trabajo en la fábrica. Machín retrata la postración general de aquellos años, la miseria y las actitudes abusivas de algunos que aprovecharon la victoria para fines inconfesables.
No obstante, su vida fue pronto bastante mejor que la de la mayoría, porque en 1947, cuando la CAMPSA decidió hacer una planta mucho más moderna en las proximidades de Santander, fue nombrado administrador general. Como ya ocurriera 25 años antes, cuando participó como peón en la construcción de la planta de Astillero, viviría todo el proceso desde el origen hasta prácticamente su desaparición.
Dos años después, en 1949, Machín adquiría la condición de delegado general de la CAMPSA en Santander, con lo que sumaba la dirección de las dos fábricas, algo insólito en una persona no afecta al régimen, que tenía por entonces 38 años y que se había incorporado a la empresa sin ningún estudio, aunque posteriormente los hizo en horario nocturno, mientras trabajaba en la planta.
Machín se retiró en 1974, después de dejar ultimada la ampliación de la factoría portuaria para poder mover 200 millones de litros al año. Llevaba más de 50 años en la planta y se había convertido en la historia misma de la compañía en Cantabria.
Escalante
El tercero de los directivos literatos es Antonio Escalante, un personaje polifacético, que a sus 89 años mantiene tan lúcida la mente como intactas sus dotes de conversador. Escalante fue durante quince años administrador general de Talleres del Astillero (lo que ahora son los Astilleros de Santander) y abandonó el cargo al pasar la compañía de manos del Banco Santander a las del INI, en los años 60. A pesar de su talante conservador, se encontró una incompatibilidad personal con los gestores del organismo público, de perfil opusdeista, y optó por abandonar el cargo y dedicarse a los negocios, especialmente a la construcción.
Escalante, nieto del historiador, novelista y poeta Amós de Escalante, ha escrito varios libros de poesía y dos extensas biografías. La primera, titulada ‘La Guerra de Mis Nietos’ se centra en los años de la contienda bélica y la posguerra, mientras que la continuación, aún sin publicar, habla del Santander del desarrollo, con muchas referencias al anterior presidente del Banco Santander y a las más que discutibles prácticas económicas de las empresas en una época en la que el rigor de Hacienda era escaso y la organización del país dejaba mucho que desear. También relata Escalante sus escarceos por la política, ya que fue el candidato de la derecha al comienzo de la Transición.
Los tres han utilizado las memorias para adentrarse en la literatura y a través de los tres puede reconstruirse la historia del Santander de posguerra, con datos de primera mano. Madrazo, de memoria prodigiosa, también recrea la del Racing de Santander, al que dedicó un libro ‘Pasión Inexplicable’ y numerosos artículos periodísticos en los que se entrelazan experiencias personales con los avatares vividos por el club. Y es que la historia general se compone de muchas pequeñas historias individuales, como las suyas.