Editorial

Todavía hay quien piensa que este proceso se puede contener o, incluso, invertir. Algunos de ellos están en el Gobierno de Cantabria y han hecho suya, con entusiasmo, una tesis que puso en marcha el ex consejero José Luis Gil, la de crear campeones regionales, empresas privadas de gran proyección que, mimadas desde el sector público, podrían convertirse en líderes nacionales y devolver a través de inversiones o centros de I+D el favor que se les hace al inyectarles fuertes cantidades de dinero público. De esta forma, los fines acabarían por hacer buenos unos medios tan dudosos como el saltarse la ley de contratos para favorecerlas.
Como siempre que los gobernantes echan mano de la razón de estado para atajar los problemas por vías non sanctas, estos asuntos suelen acabar mal y, en el mejor de los casos, generan una ristra de agraviados: todos aquellos que se sentían con más méritos para obtener el contrato. Pero ni siquiera garantizan el fin que se pretende. Cuando la empresa favorecidas ha adquirido el tamaño suficiente para destacar en el mercado nacional –si es que lo ha conseguido–, lo más probable es que llegue otra más grande y se la coma, con la misma lógica depredadora que funciona en la naturaleza. Algo que ha estado a punto de ocurrir con algunos de los campeones regionales que éste y los anteriores gobiernos regionales han cuidado con tanto mimo, lo que habría arruinado todas las expectativas de crear un líder nacional. Una ilusión de enorme ingenuidad, por otra parte, en una economía que se mueve con palancas financieras mucho más potentes que los contratos que pueda proporcionar una pequeña comunidad autónoma, como pueden ser la bolsa o las grandes infraestructuras nacionales.
Por si fuera poco, la lógica de la economía indica que, cuando una empresa crece lo bastante como para estar presente en todo el ámbito nacional tiende, irremediablemente, a llevarse sus centros de decisión a una gran capital, que es donde se sustancian los contratos de gran fuste, con lo que toda la estrategia pública de pupilaje puede darse por baldía.

La política de reservar la mejor ración para engordar la vaca más vistosa hasta convertirla en campeona, a costa de reducir la dieta de las demás, ni sirve para crear una gran cabaña ni garantiza la permanencia de la vaca. Si el dueño opta por venderla, es posible que haga un buen negocio, pero la región se encontrará con que le queda un censo famélico y sin capacidad para hacer frente a la voracidad de los gigantes foráneos, que ya existen y no son producto de ninguna incubadora pública.
Bastante tienen los gobiernos con consolidar las empresas públicas que crean como para hacer de empresario tutor de las privadas. Esa economía-ficción puede resultar muy seductora puesta en la mesa de un Consejo de Gobierno, pero es tan inútil como legalmente discutible. Si llegamos a tener campeones en algún terreno, como ha ocurrido con el Banco Santander, será por sus propios méritos. Que no tengamos que pasar el sofoco de comprobar que nos han pillado en un control antidoping.

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