Ediitorial

Si cualquier día llega a casa y comprueba que la luz no enciende, puede que se lo tome como una circunstancia incómoda, pero pasajera. Si el suministro se interrumpe durante horas, es posible que se plantee reclamar a la compañía eléctrica. Pero si alguien le responde que, por el momento, no pueden darle una solución, inevitablemente pensará que ha retrocedido al siglo XIX. Pues eso está pasando en muchos de los polígonos industriales de Cantabria. Hay empresas que no pueden poner en marcha sus nuevas instalaciones o lo están haciendo gracias a equipos generadores autónomos, porque Viesgo no les facilita energía.
Es curioso que ahora que empieza a estar resuelto el problema de las comunicaciones nos hayamos tropezado con otro que ni siquiera hubiésemos podido imaginar, el de la electricidad. Y no tanto por el retraso de la línea de 400 kV que llega desde Asturias como por el hecho de que Viesgo no ha hecho los deberes desde hace mucho tiempo. La empresa eléctrica cántabra se ha escudado en el retraso de las grandes líneas de transporte para eludir su responsabilidad en las grandes carencias de la red de distribución. El problema más inmediato no es la insuficiencia de la energía, sino la que padecen las subestaciones, y eso sólo puede achacarse a una falta de previsión de la compañía eléctrica y a una política de inversiones demasiado tacaña desde hace años.

Es posible que Enel crea que no ha hecho un buen negocio al comprar Viesgo, como afirma siempre que tiene la más mínima oportunidad, pero eso, en ningún caso, puede convertirse en un problema para su clientela. Cuando alguien tiene un servicio público en régimen de monopolio, está obligado a atenderlo con unos parámetros de calidad, al menos como los que había anteriormente. La Consejería de Industria no puede andarse con contemplaciones ante un servicio esencial, que debe estar garantizado en todo momento. Y no en el 2007 o en el 2008, sino ahora mismo.
Viesgo ha sido un gran negocio para Endesa, que al absorber la compañía cántabra se quedó con los más de 120.000 millones de pesetas de recursos propios que había acumulado a lo largo de décadas, cuando la rentabilidad era muy alta. Ese dinero lo utilizó Martín Villa, por entonces presidente de Endesa, en aventuras en Iberoamérica y no repercutió en lo más mínimo aquí donde se había generado. Nadie protestó en Cantabria, a pesar de que se trataba de una clarísima descapitalización de la región. Basta señalar que esas reservas eran quince veces superiores a las que tenía Caja Cantabria, para hacernos una idea de lo que supuso perderlas. Pero, a veces, estamos tan preocupados por el asfalto que nos pasan desapercibidas este otro tipo de cosas.
Con una mínima exigencia política, una pequeña parte de ese dinero hubiese podido servir para poner en marcha muchas más empresas que Mundivía y para mejorar el equipamiento eléctrico de la región, que ya entonces era muy ajustado y, después de varios años de una política raquítica de inversiones, se ha quedado absolutamente desbordado.

Si Enel cree que la distribución eléctrica en España no es rentable, está en su derecho de deshacerse de Viesgo. El Gobierno regional no puede impedirle que venda, pero sí está obligado a exigirle que, mientras sea titular del servicio, cumpla con su obligación de dar energía a cualquier industria que se implante o a cuantas viviendas se construyan. Pasaron ya los tiempos –o así lo creíamos– en que otra compañía monopolista, Telefónica, tardaba seis meses en dar el alta de una línea fija. En pleno siglo XXI, no se puede invitar a nadie a poner una industria en la región y, cuando se ha conseguido trabajosamente que levante aquí su fábrica, reconocer que no hay energía para ponerla en marcha. Como dice uno de los afectados: “Cuando se reúne el consejo de administración, no sé como explicarle que he comprado una parcela en un polígono público, he levantado una fábrica y ahora no hay electricidad para hacerla funcionar. Deben pensar que soy tonto”. Realmente, no es fácil de explicar, pero así estamos.

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