Cantabria en verano

El Interior…

Si Cantabria se presenta ante el resto del mundo como una comunidad infinita no es por su tamaño sino por la cantidad y variedad de paisajes que encierra dentro de su reducido territorio. Uno de los lugares donde más claramente se pueden apreciar los contrastes es el mirador de La Gándara, un hermoso balcón al vacío que permite disfrutar de la belleza del Valle del Soba y del ímpetu del agua que cae desde unos 70 metros de altura desde la cascada que se forma a poca distancia del Nacimiento del Río Asón.
Los amantes de la naturaleza deben tener los ojos bien abiertos para no perder detalle de la rica flora y fauna local, al tiempo que contemplan los vestigios culturales que han ido dejando las distintas civilizaciones a su paso por Cantabria y descubren que la cultura autóctona de nuestra región es una de las pocas que todavía conserva muchos rincones con auténtico sabor a vida rural.
Visita obligada en el camino es el Valle de Cabuérniga: en Carmona se pueden conocer las fachadas blasonadas y las calles empedradas que caracterizan la arquitectura popular cántabra; Tudanca, el pueblo que da nombre a la más conocida raza de vacuno de Cantabria alberga la casona, hoy museo, que inmortalizó Pereda en ‘Peñas Arriba’; y Cossío que es la cuna del que fuera académico de la lengua, Jose María de Cossío. Todas estas localidades forman parte de la Reserva Nacional del Saja, la más grande del país y la verdadera joya ecológica de Cantabria.
También en el interior, pero hacia el Sur, se encuentra el municipio de Campoo y, en su seno, el Valle de Valderreredible. Un lugar excepcional para los amantes del Románico ya que, en unos pocos kilómetros, se pueden visitar muchas iglesias representativas de este estilo artístico como San Andrés, San Martín y Castrillo de Valdelomar, Villanueva de la Nía o San Martín de Elines, su obra cumbre.
Hace tres años que Valderredible cuenta con un Centro de Interpretación, situado en Santa María de Valverde, que ayuda a entender el significado del arte rupestre y permite visitar algunos de los muchos eremitorios y necrópolis que se reparten por su entorno.

… y la Costa

El poeta José Hierro o el cantante Jorge Sepúlveda no han sido los únicos que han soñado mirando las aguas de la Bahía santanderina, tan solo un ejemplo de la belleza de toda la costa de Cantabria.
A nuestra comunidad no solo se viene buscando sol y playa pero, sin duda, cuando la climatología lo permite, uno de sus principales reclamos turísticos son sus más de doscientos kilómetros de costa. Entre la desembocadura del Río Deva y la ría de Onton, el visitante puede elegir entre más de sesenta playas de arena fina y dorada, aptas para todos los gustos: urbanas, como las de El Sardinero, una de las más frecuentadas por los turistas, agrestes como la de Oyambre, cita obligada para los amantes de los paisajes naturales, pequeñas calas como la de Mataleñas o largos arenales como La Salvé en Laredo, la más extensa de la región.
Tampoco faltan playas como Liencres, Los Locos, Somo, El Brusco o Santa Marina, etc que hacen las delicias de los amantes del surf ya que sus olas tienen renombre internacional.
Ahora bien, la costa cántabra no se reduce a sus playas. Su extensión casi se triplica debido a la existencia de rías, en las que el mar invade la tierra por el influjo de las mareas y genera una flora y una fauna especial.
Algunas rías convierten en navegables los cursos finales de pequeños ríos debido al agua que entra procedente del mar y llegan a alcanzar las tres o cuatro millas con sus mareas.
La Ría de Suances, que desemboca en el Saja-Besaya, la de Mogro, que va a parar al río Pas, la de Cubas, que culmina en el Miera, la de San Vicente de la Barquera o la Rabia, en Comillas, son algunos rincones que no conviene perderse.
Una buena forma de conocer la costa es recorrerla siguiendo los senderos que conducen a las playas o que parten desde ellas, llevando al caminante hacia núcleos urbanos, miradores o iglesias que, de otra forma, no hubiera podido visitar. Muchas veces son sólo viejos caminos que han sido limpiados, restaurados o señalizados para ofrecer a los visitantes una perspectiva diferente del paisaje.

…Y LA CULTURA

El deporte cántabro está muy vinculado al territorio, de ahí que las modalidades que más se practican son las que aprovechan nuestras potencialidades geográficas, ya sea la bravura del Mar Cantábrico, los abruptos montes de su Cordillera o la belleza de sus parajes naturales.
Como en el resto de localidades norteñas, si hay un deporte que despierta del letargo invernal, salpicando la costa con sus colores, es el remo. Ya no se disputan el pescado de la lonja, como hace siglos, pero la rivalidad entre los pueblos (Astillero, Castro Urdiales, Pedreña, Santoña, Colindres o Santander) no ha descendido ni un ápice desde entonces. Uno de las principales citas de la época estival es el Campeonato regional, que acaba de celebrarse con la victoria de los rojillos de La Marinera en el Brazomar.
Pero el remo no es, ni mucho menos, el único deporte náutico que puede practicarse en aguas cántabras. La tradición marinera y el clima suave convierten a la región en un lugar idóneo para la práctica de la vela. Muestra de ello es que en la Bahía santanderina se ubica el CEAR «Príncipe Felipe», del que proceden muchos medallistas olímpicos.
Cantabria es también la tierra del ganador de tres Opens británicos y dos Masters de Augusta, Severiano Ballesteros. No ha logrado subirse al carro del golf a tanta velocidad como otras regiones españolas pero cuenta con buenas condiciones naturales para la práctica de este deporte, tiene el mayor ratio nacional de federados y cinco campeones nacionales.
La hípica también tiene un hueco destacado en el verano gracias al concurso internacional de saltos que se celebra en La Magdalena.
Para estar en contacto directo con la Naturaleza es recomendable pasarse una jornada a remojo en una de las piraguas que descienden el río Deva o el Asón; calzarse unas botas para hacer senderismo por el Valle de Liébana o proveerse de una linterna frontal para hacer una ruta de espeología por los tesoros que deparan las cuevas de la región.
Visitar los tradicionales corros o boleras situados junto al bar o la iglesia de cada pequeño pueblo es una buena opción para pasar la tarde. Nadie debería perderse el ambiente que se genera en torno al bolo palma, el deporte cántabro por antonomasia.
Y, para poner el broche final al día, qué mejor que pedalear un rato en bicicleta propia o en una de las que se pueden alquilar en las localidades que han puesto en marcha carriles bici para fomentar el uso de este vehículo sano y nada contaminante.
Una cultura más popular
Si algo se echaba en falta en Cantabria, en concreto, en Santander, era que el mundo de la cultura y del arte se atreviera a tomar la calle. Al verano de la ciudad nunca le han faltado atractivos culturales ya que acoge, entre otros muchos eventos, el Festival Internacional de la Santander, los cursos de verano de la UIMP o la Feria Artesantander. Sin embargo esta oferta, bien por su precio o por estar dirigida a un público selecto, no siempre ha logrado recabar la suficiente participación ciudadana.
Ha sido en los últimos años, sobre todo, tras la decisión de Santander de competir por la Capitalidad de la Cultura Curopea en 2016 cuando sus vecinos y, por extensión, el resto de cántabros, han comenzado a volcarse en todo tipo de fiestas, conciertos y exposiciones celebradas a pie de calle, en ocasiones para reinvidicar la rehabilitación de una zona histórica como el céntrico Cabildo de Arriba o la recuperación de un barrio degradado como el Río de la Pila.
En el resto de la geografía cántabra, la cultura también se acerca a la calle en forma de exposiciones, conciertos musicales, mercados artesanos y fiestas populares que gozan de gran seguimiento popular como las Guerras cántabras de los Corrales de Buelna, la Virgen Grande de Torrelavega o la famosa Batalla de Flores de Laredo.

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