Ingeniería electoral

El 25 de mayo se cerraban las urnas con la misma sensación que si se tratase de una elección a dos vueltas. La primera estaba ya resuelta, pero no la segunda. Los resultados sólo permitían saber que gobernaría el PRC, pero no con quién. La tercera fuerza política regional se había convertido, curiosamente, en protagonista principal de una segunda vuelta que se dilucidará en los despachos y en la que se juegan el Gobierno regional, la presidencia del Parlamento y medio centenar de ayuntamientos.
Nunca antes se habían inaugurado tantas cosas, ni siquiera en la primera legislatura de Hormaechea, cuando se gastó el dinero de tres cuatrienios. Nunca se habían concentrado tantos actos y ceremonias. Nunca se hizo un esfuerzo semejante a última hora para congraciarse con el electorado.
El Gobierno regional llegó a protagonizar treinta actos públicos por día –además de los mítines y otras actividades de partido–. Las inauguraciones llegaban de tres en tres y las obras avanzaban en semanas más de lo que antes lo hicieron en meses. Los consejos de Gobierno aprobaban contrataciones masivas de parados para hacer pequeñas obras en los ayuntamientos, y la publicidad el Ejecutivo llenaba los medios de comunicación. Pero el esfuerzo titánico del último trimestre no ha sido suficiente para asegurar los resultados. El Gobierno Sieso ha mejorado sustancialmente con respecto a las expectativas que le habían deparado las últimas encuestas, pero no tanto como para repetir el resultado de 1999 y, mucho menos, para conseguir la ansiada mayoría absoluta que entonces se le escapó por unos centenares de votos.
En esta ocasión tenía la ventaja de no tener a la UPCA como competidor, que entonces –ya sin Hormaechea– había obtenido apenas 9.000 votos. A cambio, le había surgido el grano de Unidad Cántabra, el partido del inquieto José Ramón Saiz, que suele tener mucho más éxito en las tareas de fontanería que como cartel electoral.

El intento de frenar las inauguraciones

Curiosamente, el vencedor moral ha sido Miguel Angel Revilla, que no había reservado ninguna inauguración para la campaña, y no por falta de ganas. Sus obras más importantes ya estaban en servicio y en la única pendiente, el nuevo puerto de Santoña, la constructora Tragsa no ha sido capaz de cumplir los plazos previstos.
Revilla intentó frenar la salida en tromba de sus socios de Gobierno tratando de impedir que se hiciesen inauguraciones durante los días de campaña, pero la Junta Electoral –que en cada circunscripción ha tomado decisiones distintas para la misma circunstancia– no lo admitió. Así que el líder del PRC se tuvo que consolar inaugurando una modesta pasarela para pescadores en Puente Viesgo y poco más, mientras que sus aliados abrían un tramo de autovía de La Meseta –aunque no completo– el nuevo Valdecilla, el Palacio de Deportes, el Museo Marítimo, el centro de salud de El Sardinero, piscinas, pabellones deportivos, polígonos industriales y un etcétera tan largo que a cualquier lector de prensa podía darle la impresión de que vive en otra Cantabria distinta después de las elecciones.
El PP no solo puso toda la carne de la actividad gubernamental en el asador, sino que movilizó a todos sus pesos pesados. Hizo venir a Cantabria a José María Aznar, Mariano Rajoy y Rodrigo Rato. Bien es cierto que el PSOE también contó con la presencia del poco pródigo Felipe González en la precampaña, y de José Luis Rodríguez Zapatero. Revilla, obviamente, sólo contó con sí mismo aunque, a falta de referencia nacional, tuvo la ventaja de responder únicamente de su propia gestión.
Bien sea por las circunstancias nacionales o por su propio esfuerzo, el líder del PRC ha conseguido rentabilizar por fin su vicepresidencia, algo que los electores no reconocieron en 1999, cuando ya llevaba cuatro años en el cargo. El aumento de dos escaños es, en cualquier caso lo bastante modesto como para imaginar que este camino pudiera llevarle algún día a la presidencia como partido más votado de la región.
El PRC no ha conseguido ocupar en Cantabria el hueco que los nacionalistas tienen en el País Vasco o en Cataluña, pero es consciente de que ya sean ocho escaños o tan solo dos, son vitales cuando el poseedor es el único grupo que puede decidir una mayoría. Y, en este caso, el aumento de escaños le sirve a Miguel Angel Revilla para sentirse vencedor moral, frente a sus rivales, PP y PSOE, que han descendido un diputado cada uno. Una imagen de victoria que le ha dado a Revilla la fortaleza de ánimo suficiente como para reclamar la presidencia regional, a pesar de ser la tercera fuerza política.
En el interior del PRC en esta ocasión se vive una euforia desbordada que presiona a su líder para que pacte con el PSOE, convencidos de que esa alianza puede reportar resultados aún más saneados de los que han obtenido con el PP. Una cosecha que incluiría la presidencia regional, la del Parlamento y más de 40 alcaldías, aún a riesgo de renunciar a la de Torrelavega.

Tensiones en el PP

La situación es más complicada que nunca para el PP, que no puede acceder a esta pretensión, pero que se enfrentaría a una auténtica catástrofe si el PRC llega a pactar con el PSOE, dado que eso significaría también perder más de una docena de ayuntamientos emblemáticos donde no se ha puesto el sol popular desde el comienzo de la democracia. Entre las alcaldías en peligro se encuentran algunos tan significativas como Cabezón de la Sal, Comillas, Los Corrales de Buelna, Laredo, Noja, Medio Cudeyo, San Vicente de la Barquera o Reocín.
Todo eso ha conducido al PP a tratar de buscar un acuerdo con los socialistas para reeditar el viejo pacto municipal que daba las alcaldías a la lista más votada y que en este caso le garantizaría al PSOE volver a sentarse en el sillón de la alcaldía de Torrelavega. Pero los socialistas no tienen prisa por retirar los ayuntamientos del terreno de juego, sabedores de que pueden ser piezas muy importantes en un acuerdo en el que también se hable del Gobierno regional. El poder llegar a Puertochico no es fácil, pero tampoco es imposible para los socialistas, aunque obviamente tendría que ser de la mano del PRC.
Eso no quiere decir que no haya otras posibilidades dentro de la ingeniería de los pactos. Un sector del PP parece proclive a negociar con el PSOE un Gobierno en minoría. De aceptar, los socialistas permitirían la investidura de Martínez Sieso absteniéndose en la votación, y a cambio obtendrían las alcaldías de algunos ayuntamientos donde han sido la lista más votada –los populares se abstendrían de apoyar al PRC– y quizá otras compensaciones en la Caja de Ahorros, en el Parlamento regional o, incluso, el senador autonómico.
La solución, no es un secreto para nadie, daría lugar a un gobierno débil, puesto que Martínez Sieso dependería toda la legislatura de la oposición, aunque no hay que olvidar que entre 1995 y 1999 ya gobernó en teórica minoría (el pacto PP-PRC sumaba sólo 19 diputados), aunque en aquella ocasión siempre tuvo el favor de UPCA en los momentos difíciles.

El PSOE necesita tocar poder

El PSOE no tiene nada que perder y mucho que ganar, por lo que antes o después ofrecerá a Revilla la presidencia. Es cierto que la secretaria general socialista se enfrentaría en ese caso a una durísima campaña del sector crítico, pero es igual de cierto que las acusaciones serán aún más encarnizadas si el partido no toca poder y ya se sabe que el ejercicio del gobierno acaba por dar fortaleza y cohesión interna.
En estas condiciones, y con las aproximaciones que en muchos municipios han hecho los concejales del PRC hacia los del PSOE para formar mayorías y los pronunciamientos inequívocos de los miembros de la ejecutiva regionalista en favor de un pacto con el PSOE, los ánimos populares están en vilo.
La situación para el partido hegemónico en Cantabria sería muy difícil si abandona el poder regional, tanto por la falta de experiencia en la oposición como por el propio liderazgo de Martínez Sieso al frente de la presidencia del PP. Hay una parte de la militancia, de procedencia piñeirista, que no está del todo conforme con la nueva dirección, mucho más distanciada de los asuntos internos del partido que la anterior, y la comparación del resultado regional con la mayoría absoluta que ha obtenido Piñeiro en Santander podría ahondar esa brecha.
Las negociaciones postelectorales abren, pues, muchos escenarios distintos y sus resultados afectarán no sólo a la historia próxima de la región, sino también al interior de los partidos.

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