ALFACEL: Muchas ayudas, pocos resultados

Pocos proyectos como el de Alfacel han nacido tan arropados por los poderes públicos y ninguno ha defraudado tan rápidamente las expectativas. El trayecto recorrido por los 52 trabajadores excedentarios de la planta de ABB en Reinosa que se recolocaron en esta empresa, ha sido tan breve como decepcionante. En tan sólo dos años aquel proyecto se ha venido abajo, y tras declararse el pasado mes de noviembre en suspensión de pagos, los responsables de Alfacel anunciaban a finales de abril el cierre de la empresa y el despido de los 350 trabajadores que se encontraban repartidos entre la planta de Dueñas (Palencia), el centro de Reinosa y las oficinas madrileñas de la compañía.
El proyecto de Alfacel prometía ser la solución para las dificultades por las que atravesaba la fábrica reinosana de ABB, que amenazaba con cerrar la planta si no se producía un severo reajuste de plantilla. Aquella crisis venía a producirse, además, en una zona especialmente sensible a la pérdida de puestos de trabajo, difícilmente sustituibles dado el declive industrial de la comarca campurriana.
Era preciso buscar soluciones que vencieran la resistencia de los trabajadores de ABB al recorte de plantilla planteado por la multinacional como una condición de supervivencia. Sodercan (la Sociedad para el Desarrollo Regional de Cantabria) colaboró activamente en la búsqueda de una salida y la opción de Alfacel representaba, al menos sobre el papel, una solución inmejorable: no sólo daría empleo a los excedentes de ABB sino que prometía generar cien puestos más de trabajo.

La recolocación de trabajadores

La fórmula aplicada por Alfacel ya había sido puesta en práctica en Dueñas en 1996 por el promotor de este proyecto, Luis Michelena, tras separarse de la firma navarra Viscofán para crear su propia empresa de fabricación de tripa celulósica. Él necesitaba una plantilla y las administraciones públicas estaban deseando encontrar donde reubicar a los trabajadores de Santa Bárbara. Así que Michelena se convirtió en la solución ideal aunque exigía una fuerte cantidad por cada recolocado. El resultado era muy aceptable para las dos partes. Michelena obtenía una financiación muy jugosa y los poderes públicos desactivaban un potencial foco de conflicto.
A la planta de Dueñas se incorporaron 140 trabajadores de la empresa pública Santa Bárbara, que en una primera etapa fue accionista de Alfacel, a cuyo capital social aportó 477 millones de pesetas. La Junta de Castilla y León acudió también en ayuda de la nueva empresa con más de 700 millones de pesetas de subvenciones y el Ayuntamiento de Dueñas se ocupó de facilitar los terrenos en los que se levantaría la nueva fábrica. Para completar el programa de financiación, dos cajas de ahorros de la comunidad castellano leonesa –Caja España y Caja Duero–, además de Caja Madrid y el ICO, proporcionaron los créditos que Alfacel precisaba para su expansión en el mercado mundial de tripa celulósica.
Con un apoyo público semejante, la empresa desembarcaba en 1997 en Estados Unidos con la apertura de una planta en Chicago, la capital mundial de la carne. Una aventura que sólo proporcionó dolores de cabeza. Cuando se cerró a principios de este año, Alfacel llevaba invertidos cerca de 2.000 millones de pesetas en aquella iniciativa frustrada.
El mercado no acompañó esta estrategia de expansión y a partir de 1998 comenzaron a sucederse acontecimientos muy negativos. A la crisis económica rusa, que limitó extraordinariamente la demanda de un país que importaba cantidades ingentes de carne y embutidos, le siguió la retracción del mercado norteamericano por la aparición de gérmenes de listerosis. Para completar el desastre, a ese encadenamiento de dificultades vino a sumarse la caída del mercado alimentario europeo producida por la crisis de las vacas locas. Alfacel estaba bien preparada para lanzarse al mercado mundial, pero el mercado no estaba preparado para recibir la producción de tripa artificial que añadía. El exceso de capacidad del sector provocó un notable retroceso de los precios, que bajaron en tres años desde las 5 pesetas/metro a 3,60 pesetas, lo que puso en una situación financieramente delicada a la mayoría de las empresas fabricantes de tripa celulósica.
Antes del cierre de la empresa, Alfacel había conseguido una cuota del mercado mundial del 5% y una producción anual de 550 millones de metros, lo que resulta meritorio, aunque queda muy lejos de los 4.400 millones de metros que lanza Viscofán, la compañía de la que se desgajó su propietario, y que lidera el mercado mundial de la tripa artificial, con el 40% de las ventas. La segunda empresa en importancia es la francesa Viscase, con el 30% de cuota de mercado y una producción de 3.300 millones de metros y completan el sector dos firmas norteamericanas: Teepack y Celpack, con el 20% y el 5% de ventas respectivamente (2.200 y 550 millones de metros).

La planta de Reinosa

En ese escenario, en el que ya empezaban a asomar las primeras dificultades, se produce la decisión de abrir una nueva planta en Reinosa para el plisado de la tripa artificial que producía la fábrica de Dueñas. El guión seguido para la puesta en marcha de este nuevo centro es el ya conocido: ABB había planteado una reducción drástica de su plantilla con la consiguiente conmoción popular en Reinosa, que se alivió al encontrar una empresa predispuesta a hacerse cargo de los excedentes a cambio de una compensación económica (Alfacel) y la administración regional, a través de Sodercan, y Caja Cantabria también se aprestó en acudir en ayuda del nuevo centro para facilitar la resolución de la crisis. La empresa no llegó a obtener subvenciones del Gobierno regional, y las peticiones, canalizadas hacia el Ministerio de Economía a través de Incentivos Regionales, fueron rechazadas por no cumplir una de las condiciones exigidas. ABB llegó a aportar 608 millones de pesetas (cerca de 12 millones por cada uno de los 52 trabajadores recolocados) y Caja Cantabria otorgó créditos por valor superior a los 700 millones de pesetas.
A pesar de los apoyos logrados, sobre Alfacel pesaban demasiados problemas y los incumplimientos no tardaron en hacerse patentes. Los equipos prometidos –32 máquinas de plisado– no pasaron nunca de diez y los 70 puestos de trabajo con que arrancó la fábrica en enero de 1999, se redujeron en poco tiempo a las 52 personas que procedían de ABB. Lejos quedaban las promesas de elevar la plantilla hasta los 140 trabajadores y las expectativas de la propia empresa, que aspiraba a lograr en sus cuatro primeros años de actividad más de 3.000 millones de pesetas de beneficios.
Los problemas financieros poco a poco se conviertieron en irresolubles y los responsables de Alfacel se vieron obligados a plantear la suspensión de pagos al no poder hacer frente a un pasivo acumulado de 5.500 millones de pesetas, de los que cerca de 3.000 son créditos concedidos por las cajas de ahorro.
Los intentos de Alfacel para hacer viable la empresa tampoco han dado su fruto. El proyecto de reintegrarse en Viscofán chocó con la negativa del consejo de administración de la empresa navarra, cuya cotización en Bolsa atravesaba por dificultades. Un grupo inversor, Iber 21, especializado en reflotar empresas se interesó por el proyecto para finalmente descartar su intervención y un último intento de obtener nueva financiación de las cajas castellanoleonesas, acompañada con una ampliación de capital de 500 millones de pesetas, acabó también por fracasar ante la negativa de las entidades de crédito a conceder nuevos préstamos. Agotadas las salidas, a finales de abril, la dirección de Alfacel anunciaba el cierre de la empresa y el despido de toda su plantilla.

La claúsula de garantía

Dos años después de su salida de ABB, los trabajadores recolocados en Alfacel deben afrontar de nuevo la incertidumbre de su futuro laboral. Tanto la Junta de Castilla León como Sodercan han anunciado su intención de buscar un comprador para Alfacel que haga viable la continuidad de la empresa pero un pasivo tan abultado supone una dificultad considerable y la paralización de la actividad hace que el tiempo corra en contra de la empresa. Cada día que pasa su fondo de comercio disminuye, dado que sus clientes se han visto forzados a acudir a otros proveedores y no será fácil rescatarlos.
Los trabajadores procedentes de ABB cuentan con la garantía de su antigua empresa de que si, en el plazo de cinco años la planta de Alfacel en Reinosa cerraba, volverían a ser recolocados en la fábrica campurriana de origen. El cumplimiento de ese compromiso no parece fácil, dado que ese centro de trabajo fue vendido por ABB al grupo holandés Buce Industries, y los responsables de la actual Cantarey no se sienten en absoluto vinculados por aquella promesa. En cualquier caso, en el compromiso asumido por ABB se especifica la responsabilidad subsidiaria de la filial española de la multinacional, en las obligaciones económicas que pudieran derivarse de esa garantía, “en el caso de que ABB Reinosa no pueda o no haga frente a la misma, en el plazo de tres meses a partir de ser requerida para ello”.

Nuevas ayudas

Sea cual sea la solución que se adopte, los trabajadores afectados creen que faltó previsión en la Administración regional y en los sindicatos a la hora de apoyar tan generosamente un proyecto que ha demostrado ser poco fiable: “Una de las conclusiones que se puede sacar –afirma el presidente del comité de empresa de Alfacel Reinosa, Jesús Ruiz– es que en el año 98, cuando se crea la planta de Reinosa, Alfacel estaba ya en una situación financiera dificilísima y es responsabilidad de los que hicieron los acuerdos el no haber profundizado en la situación real de la empresa”.
En su descargo pueden argumentarse las enormes dificultades que tiene la Administración regional para convencer a los empresarios de que se instalen en Reinosa. Ni la rebaja del precio del suelo, ni ayudas más abultadas están siendo elementos suficientes de convicción y fuentes cercanas a la operación subrayan que el proyecto estaba bien estudiado: “Sabíamos que entrar en un mercado que se mueve en una situación de oligopolio tenía muchos riesgos, aunque también podía generar muchos márgenes. Y una prueba de que estaba bien analizado es que convenció a dos empresas de capital riesgo y a las cajas y bancos que han financiado a la empresa”.
Ahora, los trabajadores vuelven al punto de partida. La solución para las fábricas, si la tienen, volverá a pasar por una fuerte quita que permita sanear el pasivo, la aparición de inversores y nuevas subvenciones públicas.

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