Pesués, una fecunda historia de acuicultura marina con mal final
Por Fernando Sopeña Pérez (Miembro de la Red de Patrimonio Industrial de Cantabria)
En el costado derecho del estuario de Tina Menor, en Pesués, ya se conocían las actividades de cría de peces y moluscos a comienzos del pasado siglo. Así lo dejan ver las actas del Ayuntamiento de Val de San Vicente de 1907 y 1910 y la construcción de un muro en esa margen derecha para regular las actividades de cría. No eran las únicas en Cantabria; por ese tiempo había otras iniciativas interesantes en las marismas de Boo de Guarnizo y en las Santoña, en torno al engorde de la ostra.
Lo que hizo singular a Pesués, muchos años después, fue la concesión administrativa de unas 60 hectáreas que obtuvo en 1973 para instalar un parque de cultivos marinos en ese lugar a nombre de María Dolores Valdés Sánchez.

La posterior llegada de un ejecutivo y, más tarde, empresario de origen venezolano, Gustavo Larrazábal, facilitó el impulso definitivo a la instalación destinada a la producción y comercialización de semillas de moluscos: almeja japónica, almeja fina, almeja babosa y ostra. También para la producción de alevines y juveniles de peces marinos: rodaballo, lubina y dorada.
Las producciones anuales alcanzaban los 120 millones de semilla de molusco y 20 millones de alevines que oscilan entre los 2 y 3 gramos de peso, y de juveniles, de entre 5 y 15 gramos, a solicitud del cliente.
Los moluscos eran destinados a la siembra y los peces a plantas de engorde de España, Túnez, Portugal, Italia, Marruecos y Chipre.
Estamos hablando, pues, de una empresa de alta tecnología y de alto conocimiento científico, una referencia en Europa en una época en que la acuicultura aún estaba despegando.
La planta de Pesués obtuvo los primeros alevines de rodaballo, algo muy complicado porque el rodaballo es un pez ‘normal’, con ojos a cada lado hasta que, al cabo de unos días, se desencadena un proceso de metamorfosis, al crecerle el nervio óptico de un solo lado, lo que hace que los dos ojos se coloquen en el mismo lado y el pez se haga plano. En ese proceso moría el 95%, y evitarlo costó varios años. Además, nacían sin pigmentación, hasta que se descubrió que ese problema era una cuestión de nutrición. Tinamenor era una auténtica empresa de I+D en la que se formaron muchísimos técnicos de acuicultura que luego aportaron sus conocimientos a todas las granjas del Mediterráneo, desde Malta a Italia, pasando por Grecia.
La Junta Asesora Nacional de Cultivos Marinos otorga a esta instalación dos hitos fundamentales en el desarrollo de la acuicultura en España: la cría de semillas de moluscos y alevines de peces, en 1973, y la primera producción de rodaballo, en 1983.
LA PRODUCCIÓN DE MOLUSCOS
El criadero de moluscos se componía de un área de reproductores, un área de larvas, otro de postlarvas y un semillero. Las tres primeras fases se desarrollaban en los bajos de un edificio hexagonal, mientras que en la cuarta pasaban a una marisma exterior.
Los reproductores se mantenían en unos pequeños tanques hasta el inicio del desove, inducido por un shock térmico. Las puestas se trasladaban a un área de larvas formada por 15 tanques de 1.200 litros de capacidad cada uno, donde se alimentaban con el fitoplancton que la propia piscifactoría cultivaba.

El área de postlarvas constaba de 20 piscinas de 700 litros de capacidad cada una.
La última etapa del proceso se desarrolla en el semillero de moluscos al aire libre, donde se procedía al engorde de las semillas. El semillero era una estructura flotante situadas entre las dos balsas de agua. Inicialmente la semilla era alojada en unos contenedores de poliéster de medio metro de diámetro por 30 centímetros de altura donde se iba adaptando a su nuevo hábitat. Un proceso que aún requería otro paso más, en unos contenedores de 1,5 m. de diámetro x 0,7 m. de altura donde alcanzaban una talla de entre 10 y 12 milímetros.
El semillero recibía el agua de dos circuitos creados por sendas tomas de la marisma y los moluscos se alimentaban del propio plancton que generaba la marisma. La estructura flotante disponía en sus extremos de unas aspas para remover la masa de agua.
LA PRODUCCIÓN DE PECES
Por su parte, la producción de peces se desarrollaba en tres instalaciones diferentes: un criadero en el que se desarrollaban las primeras etapas (reproductores, incubación, larvas y postlarvas) y dos instalaciones de preengorde diferenciadas para alevines y juveniles.
El área de los reproductores constaba de 20 piscinas de 18 m3 cada una que alojaban varios ejemplares adultos programados para que sus puestas anuales se realizaran en fechas distintas, a fin de obtener huevos fecundados a lo largo de todo el año.
El área de cultivo larvario constaba de 42 pequeños recintos y la unidad de postlarvas de 24 piscinas que consumían unos 150 m3 a la hora a una temperatura estable de 20ºC.
Cuando las larvas alcanzaban los 0,7 gramos de peso se trasladaban al área de alevines, 8 unidades cuadradas de 15 m3 de capacidad y otras 40 cilíndricas de 5 m3.
La instalación tenía una cubierta de tipo invernadero y las piscinas contaban con aireación y sombreado automático de malla aluminizada, que contribuía a retener el calor en invierno.
El área de juveniles (una nave de 2.300 m2) constaba de 62 piscinas de hormigón recubiertas con fibra de vidrio de 24 m3 de capacidad cada, recogidas en 6 túneles, tipo invernadero.

Los traslados de peces de realizaban mediante bombas de trasvase que aspiran el agua junto a los alevines y eran conducidos por medio de tuberías flexibles a las piscinas de destino. Ambas instalaciones estaban equipadas con clasificadoras y contadoras automáticas de peces por análisis de imagen, lo que permitía preparar los pedidos de forma ágil.
El proceso de producción de alevines de dorada, lubina y rodaballo exigía mantener en piscinas independientes varios grupos de progenitores, en condiciones de iluminación y temperatura controladas, para obtener puestas de huevos durante los doce meses del año.
En el caso del rodaballo los óvulos y los espermatozoides se extraían mediante masaje abdominal, mientras que la dorada y la lubina desovaban espontáneamente, por lo que los huevos fecundados se recogían en pequeños depósitos de polietileno.
La incubación de los huevos se realizaba durante cuatro o cinco días y tras la eclosión se trasladaban a tanques más grandes, donde las larvas iniciaban la ingesta de alimento vivo (rotíferos y artemia), producido en las propias instalaciones.
Pasadas dos o tres semanas se iniciaba la alimentación con piensos. Tras adaptarse a la nueva alimentación, las larvas eran trasladadas al área de postlarvas, donde se iniciaban las labores de clasificación de los peces para evitar el canibalismo y facilitar el conteo.
Al terminar esta fase, a los noventa días de edad aproximadamente, los individuos habían alcanzado una talla de 0,5 gramos y estaban totalmente habituados a alimentarse con comederos automáticos. En este momento se trasladaban a la unidad de alevines y posteriormente a la de juveniles, donde alcanzaban la talla de venta.
La empresa vendía tanto alevines como juveniles, que eran transportados a las instalaciones de los clientes en plataformas especiales para el transporte de peces vivos, equipadas con aire y oxígeno.
PRODUCCIÓN DE PLANCTON, ARTEMIAS Y ROTIFEROS
Las instalaciones también producían plancton, utilizado para alimentación de los moluscos y de los peces en su estado larvario, y artemia y rotíferos, dos microinvertebrados de entre 0,1 y 0,5 mm, que se utilizaban como fuente de proteínas para las larvas de peces, debido a su alto valor nutricional.
El plancton, las artemias y los rotíferos se obtenían en dos estructuras metálicas, tipo invernadero, situadas detrás del edificio hexagonal. Mientras que el cultivo del plancton se hacía en una especie de bolsones plásticos suspendidos, el de los rotíferos y las artemias (que se alimentaban del plancton) tenían lugar en unos cilindros de cristal apoyados sobre el suelo.
INSTALACIONES COMUNES
Existían dos grandes instalaciones comunes para la producción de moluscos y peces: la captación, tratamiento y distribución del agua de mar y la planta de tratamiento del efluente o EDAR.
El agua de mar llegaba, coincidiendo con las pleamares, a un estanque denominado parque de bombeo. La captación disponía de dos tipos de compuerta de tal manera que, si el agua de mar no presentaba las condiciones adecuadas (por presencia de sólidos, baja salinidad o turbiedad) se cerraba la compuerta de guillotina.
El agua se bombeaba mediante bombas verticales, situadas en los bajos de una vivienda y se hacía pasar por unos filtros de arena y por equipos ultravioleta. El agua para las larvas requería un tratamiento más. Una vez tratada, el agua se conducía por dos tuberías de polietileno hasta dos depósitos de 60 m3, donde quedaba almacenada. Desde allí se distribuía por gravedad a los distintos destinos mediante una red de tuberías de PVC de diferentes diámetros.
La EDAR, situada en el punto más al norte de toda la planta, tenía como misión captar los efluentes de aguas residuales de las área de alevines, juveniles, de alimento vivo y de la zona de moluscos, además de los servicios sanitarios de las oficinas de administración. Su misión era minimizar los restos de amonio y materia orgánica que pudieran ser emitidos a la ría.
En el desarrollo de las instalaciones jugó un papel importante la llegada en 1985 de un técnico de origen venezolano, Gustavo Larrazábal, sin experiencia previa en acuicultura, mandatado por un empresario catalán criador de pollos que consiguió hacerse con una participación en la empresa. Más tarde pasó a dirigir la planta, a pesar de representar a un accionista minoritario. Eran los comienzos de la acuicultura en España y en Europa,
Con el tiempo el empresario catalán se hizo con la totalidad de las acciones pero acabó por vendérselas a Larrazábal en 1999. La empresa se denominaba Tinamenor, SA.
En medio de muchas dificultades (“no había materias primas, ni pienso para alimentar las larvitas; por no haber, no había ni mercado”, recordaba años después Larrazábal) consiguen sobreponerse y rentabilizar la planta.
En 1990, deciden cerrar el ciclo productivo con el engorde de los alevines, para su venta directa al consumidor final. Crean la empresa: Alevines y Doradas, y abren dos instalaciones de engorde en La Palma de Gran Canaria: una terrestre, en Castillo del Romeral y otra en alta mar, en la zona de Melenara.
El régimen de temperaturas de las aguas de Canarias permite que los peces crezcan más rápidamente. En aguas cálidas su metabolismo se acelera por lo que el tiempo de engorde se reduce en comparación con los mares de aguas más frías.
La de Melenara fue la primera granja instalada en aguas abiertas en España, hasta tal punto que un temporal se llevó por delante la instalación completa, perdiéndolo todo. No se desanimaron y volvieron a instalar una segunda granja de engorde, esta vez más reforzada.
El saber hacer de Tinamenor, la llevó a convertirse en una referencia obligada del desarrollo de la acuicultura en nuestro país y en Europa. Gustavo Larrazábal fue el primer presidente de la Plataforma Europea de Innovación Tecnológica en Acuicultura, cargo que desempeñó durante 14 años.
Mientras tanto, la compañía se convirtió en el Grupo Tinamenor, que agrupaba las sociedades Tinamenor, Comercial Tinamenor y Alevines y Doradas.
Tuve oportunidad de visitar la planta de Pesués en su época de esplendor. Era el año 2006, cuando el entonces responsable comercial del área de moluscos, José Luis González Bedoya, nos mostró el sofisticado y complejo proceso de cultivar peces y moluscos, cuando un simple cambio brusco de temperatura, de salinidad o del pH del agua de la marisma podía arruinar la cosecha. La plantilla en ese momento alcanzaba el medio centenar de trabajadores, algunos de ellos investigadores marinos.
INICIO DEL DECLIVE DEL TINAMENOR
El año 2008 fue fatídico para el grupo Tinamenor. Se juntaron la caducidad de la concesión del área marítimo terrestre, después 35 años y de varias prorrogas, y la crisis financiera global, que tuvo efectos devastadores para nuestro país.
Además, se añadían las declaraciones ambientales que afectaron al ámbito de las instalaciones de Pesués, como la Zona LIC Rías Occidentales y Dunas de Oyambre o la Red NATURA 2000. La legislación medioambiental en nuestro país se había endurecido notablemente.
Ante la difícil situación de la empresa, se produce un gran pacto de todas las partes implicadas para asegurar su continuidad en el que participaron los Ministerios de Medio Ambiente y Pesca, la Delegación del Gobierno, las Consejerías de Industria, Obras Públicas, Pesca, Medio Ambiente y Educación, el Ayuntamiento de Val de San Vicente, la Federación Agroalimentaria de CC OO, la Asociación Ecologista ARCA y la empresa Tinamenor. Un documento fechado el 25 de febrero de 2008 recoge los compromisos que asumió la empresa:
1. Mantener la sede social, el centro de decisiones del grupo Tinamenor y la I+D en Cantabria.
2. Hacer inversiones para mejorar la calidad ambiental.
3. Cooperar con las administraciones en el control ambiental sobre la calidad del agua de la ría.
4. Abrir la planta a visitas de centros de enseñanza secundaria de Cantabria.
5. Financiar, con ayudas públicas, el traslado de las instalaciones que pudiera exigir el Plan de Desmantelamiento y Reubicación que aprobasen las administraciones.
6. Ceder el uso de los molinos fluviomotrices (que movían las aguas embalsadas en la ría) al Ayuntamiento de Val de San Vicente para su uso energético o didáctico.
7. Recabar recursos para la investigación y la implantación de un nuevo modelo de producción de plancton para el semillero de moluscos en instalaciones ubicadas fuera del dominio público marítimo.

Ese documento no llegó a buen puerto. Tinamenor, que seguía funcionando, se encontraba con otro problema más, un crédito sindicato, liderado por Liberbank, que impidió a la empresa hacer frente a los vencimientos en un plazo razonable.
La renovación de la concesión ya agotada era otra espada de Damocles. Tinamenor necesitaba prolongarla al menos 20 años más para poder amortizar la inversión que necesitaba la planta, unos 8 millones de euros, pero la Administración de Estado solo ofrecía una prórroga de 12 años.
Abrumado por las dificultades, en 2016 Tinamenor solicitó al Juzgado de lo Mercantil número 1 de Santander la apertura de la fase de liquidación, lo que conllevaba la paralización total de la planta y el despido de los 44 trabajadores directos que tenía en plantilla. Había otros 35 trabajadores afectados más, entre eventuales e indirectos. Desde el sindicato CCOO. fue muy criticada esta decisión.
Tras varios meses buscando una solución a la pérdida de empleo, el 23 de diciembre de ese mismo año, el consejero de Medio Rural, Pesca y Alimentación del Gobierno de Cantabria, firma la adjudicación de la unidad productiva a Naturix Cantabria, que se subrogaba la petición de concesión realizada por Tinamenor SL y continuaba desarrollando la acuicultura marina.
LLEGADA DE NATURIX
Naturix Cantabria, era una filial de Naturix, una empresa familiar castellano- manchega dedicada a la cría de trucha y esturión y a la pesca deportiva en un lago, ubicado en Valderrebollo, provincia de Guadalajara. Una compañía experta en acuicultura continental pero no en acuicultura marina. Con este bagaje firmaron la concesión administrativa para la explotación del criadero de Pesués en diciembre de 2016. La concesión se otorgaba para el cultivo de las mismas especies y abarcaba las 40 hectáreas de que disponía su antecesora.
Naturix asumió a bastantes de los antiguos trabajadores, incluidos algunos técnicos, y empezó con 700 reproductores de dorada y 300 de lubina, que alguien mantuvo vivos entre la salida de una empresa y la llegada de la nueva.
La concesión se otorgó por 10 años prorrogables por otros 10 –a Tinamenor SL únicamente le ofrecieron 12 años– y entre las cláusulas firmadas, a la nueva empresa se le exigía la aplicación de medidas de corrección y compensación ecológica del estuario, como ampliar la depuración, eliminar la vegetación invasora, el control de la avispa asiática o instalar cajas nido y posaderos de aves en el recinto acuático exterior.

Naturix Cantabria invirtió una cantidad cercana a los 4 millones de euros en dos años, de los que 1,1 millones habían sido aportados por el Gobierno cántabro mediante la línea de subvenciones que mantiene para facilitar las inversiones productivas, diversificar la producción y modernizar los centros acuícolas. Decidió que su nombre comercial para los productos fuera Sonnrionansa.
Los nuevos propietarios se exigieron unos objetivos poco realistas. Para 2018 esperaban producir entre 20 y 25 millones de alevines. En 2019 preveían duplicar la producción y llegar a los 50 millones de unidades. Todo ello requería acometer previamente un plan de inversiones de cinco millones de euros a lo largo de 2017 y principios de 2018.
Una de las iniciativas más novedosas que pusieron en marcha, asesorados por el Chef Oscar Calleja del restaurante Annua de San Vicente de la Barquera, premiado con dos estrellas Michelin y una estrella Repsol, fue la preparación de unas conservas con lubinas y doradas de crianza de pequeño tamaño denominadas “lubinucas” y “doraducas”. También envasaron ostras.
Muy pronto empezaron los problemas. En mayo de 2019, la plantilla compuesta en ese momento por sesenta y siete trabajadores, inició una huelga indefinida al debérsele las nóminas de los tres meses anteriores.
En julio de ese mismo año la nueva empresa entró en concurso de acreedores, a petición de los propios trabajadores, para tratar de cobrar cuatro nóminas adeudadas, que se sumaban a las dos pendientes de antes del concurso.
Ante esta situación tan precaria que vivía la plantilla, una buena parte de los trabajadores solicitó la rescisión del contrato por falta de pago.

En el 2020 el juzgado de lo Mercantil Número 1 de Santander decretó el embargo preventivo de bienes y derechos de Martín Alonso y Antonio Sainz Millán, socios principales de Naturix Cantabria, por más de un millón de euros para cubrir un déficit concursal aflorado por los administradores, fruto de presuntas irregularidades, que llevarían a calificar la insolvencia de la planta como culpable.
El Gobierno regional tenía comprometidos fondos públicos a través del Instituto Cántabro de Finanzas y de la Consejería de Pesca y, además, se encontraba en un proceso de concurso de acreedores. El juzgado cifraba en 8,62 millones de euros el pasivo concursal, de los que 5,95 millones eran créditos ordinarios.
En el 2021 los trabajadores vuelven a denunciar las condiciones que están viviendo y advierten de la grave situación de los peces, y del deterioro de instalaciones e impago de nóminas.
Ese mismo año, durante el mes de mayo, el Juzgado de lo Mercantil número 1 de Santander había decidido levantar las medidas cautelares dictadas contra los propietarios. La empresa planteó una hoja de ruta en la que proponía pagar la deuda acumulada de 8 millones de euros en cinco años, con casi tres de carencia, mientras seguía intentando renegociar la deuda con la Seguridad Social.
En estas circunstancias llega la pandemia del Covid-19, que conduce al colapso definitivo de la planta en 2022. Un mal final para un centro que en otros tiempos fue referencia europea en la cría de moluscos y alevines de peces.
VANDALIZACIÓN
Paralizada la planta, y a falta de una vigilancia adecuada, las instalaciones empezaron a sufrir un proceso de devastación irrecuperable.
Los vándalos no dejan nada servible, tanto lo que les sirve como lo que no, y sus consecuencias se asemejan al paso de un tornado. Suerte que una buena parte de los materiales de una planta de acuicultura son plásticos: polietilenos, PVCs, fibras de vidrio… que apenas tiene valor en el mundo de la recuperación.
He visitado la planta un par de veces este año y he podido obtener imágenes de la devastación producida en todas las instalaciones, incluidas las oficinas, donde incluso el papel, que tampoco tiene venta, aparece igualmente vandalizado.
Es un triste final, además de inmerecido, para una planta que en su momento fue la punta de lanza del desarrollo de la acuicultura en nuestro país y con un criadero de moluscos valorado como uno de los mejores de Europa. En estas condiciones, es difícil que algún empresario se atreva a invertir en esas instalaciones, y posiblemente hayamos asistido al fin de la acuicultura en esa zona.





