FIN A UNA CARRERA DE MEDIO SIGLO

La historia de Revilla, el político que rescató el nombre de Cantabria, creó la autonomía y la gobernó durante 24 años

Todos los políticos tienen la tentación de escribir unas memorias, incluso los más efímeros. Miguel Ángel Revilla (Polaciones, 1943) podría llenar varios tomos, en sus casi 50 años de actividad. En realidad, ya los ha escrito, porque desde hace años es también uno de los autores más leídos del país. Libros que reflejan muchas de sus vivencias, anécdotas y opiniones, pero que no recogen los momentos personales más duros y la larga travesía del desierto de su partido, cuando la larga mano de Hormaechea le dejaba sin diputados.


Miguel Ángel Revilla, a los 17 años, cuando fue a estudiar Económicas a Bilbao.

La carrera de todos los políticos acaba algún día pero pocas son tan dilatadas y tan decisorias como la de Miguel Ángel Revilla. El político que está a punto de colgar los trastos se puede vanagloriar de que sin él es muy probable que la autonomía de Cantabria no hubiese existido. Tampoco el nombre de Cantabria.

Con sus luces y sus sombras, ningún político de la región pasado o presente ha tenido tanta trascendencia en su futuro. Ni siquiera Alfredo Rubalcaba, que alcanzó la vicepresidencia del Gobierno nacional, la secretaría general del PSOE y organizó la abdicación de Juan Carlos I en su hijo D. Felipe. Revilla ha ocupado todo el espacio histórico de la autonomía, desde el primer día hasta hoy.

A un joven escolar de hoy, los inicios de la autonomía hace medio siglo pueden parecerle la prehistoria pero ha podido llegar a conectar con su promotor, porque Miguel Ángel Revilla ha sido capaz de adaptarse a las circunstancias durante estas cinco décadas como nadie. Nunca pudo imaginar que la eclosión de las televisiones privadas en 1991 o que la llegada de internet, poco después, le daría una proyección nacional y le convertiría en el líder autonómico más conocido o en el ‘compañero perfecto para tomar una caña’, según la encuesta que cada año hace la patronal española de la cerveza entre los jóvenes.

Lo más sorprendente es que todo esto ocurrió después de que Hormaechea (y bastantes más de otros partidos) certificasen su defunción política en numerosas ocasiones. Lo hacía para humillarle (pero convencido) cuando logró atraer al otro diputado regionalista en la primera legislatura, dejándole en una posición muy desairada, y lo volvió a conseguir en 1987 cuando, con todo descaro, volvió a cambiar el sentido de los resultados electorales, arrebatándole dos de los cinco diputados que consiguió el PRC, por un procedimiento tan descarado como nombrarles miembros de su Gobierno, una compra que le garantizaba en la Cámara los votos que los electores no le dieron.

Revilla tuvo que rumiar estas humillaciones desde su escaño en la entonces Asamblea Regional de Cantabria, y las constantes invectivas que le lanzaba Hormaechea, incluso con anuncios en la prensa pagados por el Gobierno en los que llegaba a ofrecerle alfalfa. 

Pueblerino o no, la política es una carrera de fondo y al de Polaciones le llegó la hora de resarcirse, al ser uno de los impulsores de la moción de censura que apartó al atrabiliario exalcalde de Santander del Gobierno en 1990, apoyada también por el PSOE, el CDS y por el propio PP, que no pudo ponerse de perfil ante el vendaval originado en todo el país por la publicación de los insultos que Hormaechea lanzaba en locales públicos contra Aznar e Isabel Tocino.

Rescatar un nombre histórico

Revilla había sido un referente en la batalla autonómica, que lideró de una manera indiscutible, pero llevar la bandera no garantiza tener más votos o, al menos, un número semejante al de las principales fuerzas políticas de entonces (UCD, PSOE y AP). 

A poco de la muerte de Franco, el líder regionalista se lanzó con encomiable perseverancia a la recuperación del nombre histórico de Cantabria, que era desconocido para más del 90% de la ciudadanía de la entonces provincia de Santander que sí se reconocía, en cambio, por otro nombre, La Montaña, y por el gentilicio de montañeses.

Revilla, junto a la cúpula del partido, analizando los resultados electorales de 1995, cuando las urnas comenzaron a sonreirle.

Curiosamente, el único que había mostrado un afán parecido –al margen de algún erudito local– era el presidente de la Diputación Provincial del franquismo Pedro Escalante, que no solo defendió la denominación de Cantabria mientras ejerció sino que se atrevió a utilizarla en la placa que da fe de la inauguración del Monumento al Indiano. Allí quedó, para atestiguarlo, con Franco vivo.

Revilla siempre mostró inquietudes políticas, antes incluso de la democracia, y participó en los últimos años del sindicato vertical del franquismo, aunque su papel fue muy escaso, tanto que para atestiguarlo no queda más que una referencia de una conferencia que dio (las demás fotos que se han publicado en la prensa para atacarle son meros fotomontajes ridículos). 

La decadencia de la provincia

En cambio, quedarán en los archivos dos artículos de opinión que entregó en mano en el periódico Alerta al redactor jefe, Alfonso Prieto, a quien se presentó como economista y director de la sucursal del Banco Atlántico en Torrelavega. El hecho de que Prieto (que había compatibilizado muchos años el trabajo en el periódico con otro en los sindicatos verticales) no le conociese indica lo poco relevante que fue el paso de Revilla por esos sindicatos.

En esas tribunas de opinión el joven Revilla ya aireaba, como economista, un asunto que ahora parece muy manido: el declive de la provincia, que década y media antes encabezaba los rankings nacionales de renta tras Guipúzcoa y Vizcaya, y la competencia fiscal que nos hacía la provincia de Navarra, al tener un fuero especial. La situación no era muy distinta a la actual pero, en esa época, Navarra seguía siendo un bastión del franquismo, por su “lealtad” a los sublevados el 18 de julio, y sacar a relucir esas ventajas no era políticamente correcto. No obstante, y a pesar de ser Alerta por entonces un periódico del Movimiento, los artículos se publicaron sin problema y sin revuelo alguno.

La región, no obstante, tenía muchos motivos para sangrar por esa herida, porque años antes, cuando Nueva Montaña Quijano llegó a un acuerdo con el fabricante de coches British Leyland para hacer sus coches en España y pidió la autorización a Franco (los fabricantes de automóviles los decidía el Consejo de Ministros) la experiencia resultó muy frustrante para Santander. La empresa obtuvo el plácet del Gobierno, pero decidió aprovechar la fiscalidad navarra y montó en el pueblo de Landaben la planta que había previsto hacer junto a su factoría de Los Corrales de Buelna. 

La localidad cántabra tuvo que conformarse con un premio de consolación: la fabricación de los motores, como ya hacía para la Renault de Valladolid.

El salto a la política

Con la muerte de Franco, la historia se aceleró extraordinariamente y con los primeros movimientos hacia la democracia, las autonomías reconocidas en la República reclamaron recuperar ese estatus. Prendido el fuego, otros quisieron sumarse: primero Andalucía y, luego, todas los demás regiones.

Revilla abandonó la línea profesoral y tomó una bandera mucho más política, la reclamación del nombre de Cantabria para la provincia y, poco después, un estatuto de autonomía, algo de lo que muy pocos habían oído hablar y menos aún sentían como necesidad.

La necesidad la creó él y muy pocos más, con esa capacidad que ha tenido siempre para arrastrar a las nuevas generaciones, que se sumaron a la causa con un entusiasmo que no pudieron sofocar los partidos mayoritarios, UCD y PSOE, nada partidarios de crear más autonomías que las mínimas posibles, hasta que resultó inevitable la política de ‘café para todos’, como se denominó entonces.

Revilla impulsó el movimiento ADIC, que en principio fue de amplio espectro, tal como hacían presuponer sus siglas: la defensa de los intereses de Cantabria. Lo que surgió como un movimiento de notables de la región preocupados por la negativa evolución de la provincia (gentes con perfiles políticos muy distintos y entre las que había empresarios y sindicalistas) acabó por incluir a los propios partidos, aunque UCD optó por bajarse del barco al ver que no tenía posibilidad alguna de controlarlo.

Revilla utilizó esa plataforma (fue el presidente) que le serviría para crear el PRC en 1978. Sin ella quizá no hubiese llegado a tener fuerza suficiente para torcer la mano de los partidos mayoritarios y conseguir la autonomía de Cantabria, cuyo destino era seguir formando parte de Castilla La Vieja, una entidad que era bien vista por los mayores pero que, precisamente por eso, representaba la opción ‘viejuna’ para los jóvenes.

El ‘factor Agua de Solares’

Revilla no tenía un partido, algo que sí tenían quienes iban a decidir el futuro de la región, pero la crisis de Agua de Solares vino a resolverlo. La aparición de una bacteria bastante común en las canalizaciones y en los pozos artesanos, la pseudomona aeruginosa, dio al traste con el prestigio de la que era el agua embotellada española por excelencia. Tanto que, de cada dos botellas vendidas en el país, una llevaba la marca Solares.

No poder producir hasta resolver el problema (la bacteria no es tóxica pero no se puede admitir en un agua de mesa) representaba un problema económico muy grave pero una empresa tan solvente podía haberlo afrontado. Lo que no podía afrontar era la pérdida de mercado durante el cierre y el hundimiento de la imagen de marca.

Verse abocados al despido encendió a los trabajadores y ADIC y especialmente Revilla, convirtieron su lucha en una cuestión de región. El argumento era tan sencillo como el de una película clásica: Nos tenían manía y había un culpable (el inspector que detectó la contaminación) y unos intereses (supuestamente, estaba teledirigido por las marcas rivales). Si a esto le añadimos que el tal inspector iba en unas listas del PSOE en Galicia, donde residía, ya había argumentos suficientes como para plantear una batalla con tintes épicos: el pueblo (Cantabria) contra los poderosos, con meses de movilizaciones en Cantabria y en Madrid, donde también Revilla iba al frente de la pancarta. 

En su libro ‘Nadie es más que nadie’ publicado en 2012, Revilla cuenta que en 1971 aceptó la delegación del Sindicato Vertical en la comarca de Torrelavega. De aquella época solo existe esta referencia en los periódicos.

Ya por entonces era el personaje omnipresente, lo que tenía no poco mérito para un independiente. Estuvo, incluso, en un lamentable episodio, cuando trabajadores de Agua de Solares se enteraron de que el inspector de Sanidad que firmó el acta contra la compañía participaba en un mitin en Aguilar de Campoo, y se desplazaron a esta localidad palentina. El señalado recibió una paliza, de la que nunca se encontraron responsables, y la comitiva volvió con un zapato como botín de guerra.

La larga lucha de Solares catalizó el sentimiento regionalista sobre todo entre las generaciones más jóvenes, las que menos se sentían vinculadas a Castilla. También convirtió en omnipresentes los colores blanco y rojo que se rescataron como bandera de Cantabria, por haber sido los que utilizaban los barcos pesqueros de la provincia desde mucho tiempo atrás.

La decisión que pudo cambiarlo todo

La fundación del Partido Regionalista de Cantabria tuvo lugar el 10 de noviembre de 1978. Los fundadores del partido fueron Miguel Ángel Revilla; los sindicalistas José Somarriba y José Luis Oria; Ignacio Gómez Llata; el catedrático Eduardo Obregón y Manuel Alegría. Revilla y Gómez Llata habían sido dos de los principales impulsores de ADIC. Somarriba y Oria también habían formado parte de la primera junta directiva. Obregón era un católico antifranquista que había sido candidato al Senado en las elecciones de 1977 por la izquierdista Fuerzas Democráticas, junto a Benito Huerta.

La prueba de fuego para saber qué respaldo real tenía el Partido Regionalista fueron las elecciones municipales de 1979, las primeras democráticas en los ayuntamientos. En Santander, el PRC obtuvo cuatro concejales que resultaron decisivos, porque el candidato de la UCD, Juan Hormaechea, que ya era alcalde, no consiguió la mayoría absoluta. 

Después de muchísimas dudas, el PRC decidió votarse a sí mismo y no sumar sus votos a la izquierda para hacer alcalde a Jesús Cabezón. Tuvieron tiempo de lamentarlo, porque Hormaechea les haría la vida imposible durante muchos años, primero en el Ayuntamiento (donde consiguió un gran predicamento con sus métodos populistas) y más tarde en la Diputación Regional (hoy Gobierno Regional).

La cosecha de votos de los regionalistas no fue tan amplia como cabía esperar pero tampoco tan escasa. Se habían convertido en la tercera fuerza política, con 81 concejales, cinco alcaldías y un 10% de los votos y eso les dio derecho a un representante en la Diputación Provincial, cargo que ocuparía un trabajador de Agua de Solares, Esteban Solana. Solana también estaría entre los de diez miembros ­designados para elaborar el anteproyecto de estatuto. Con el tiempo, sería uno de los captados por Hormaechea, un golpe duro para Revilla.

Indefinición ideológica

El fiasco de Santander hizo que, desde entonces, muchos militantes del PSOE mirasen con desconfianza a Revilla, a quien permanentemente quisieron situar en posiciones de derecha, pero el líder regionalista siempre mantuvo una indefinición ideológica o se declaró de centro. Pasarían muchos años hasta que se escorase claramente a la izquierda (cuando recomendó el voto para Zapatero), pero siempre supuestamente por la conveniencia de la región (poco antes había firmado con él un acuerdo para varias obras de importancia que con la llegada de la crisis del 2008 quedaron a medias).

De hecho, en el segundo congreso del PRC se produjo una escisión, encabezada por Benito Huerta, que pedía que el partido se definiese como de izquierdas, y al no conseguir imponerse, abandonó el Partido con Rafael de la Sierra (expresidente de ADIC) y otros para formar la Agrupación Nacionalista de Cantabria, de corta vida. Rafa de la Sierra volvería con el tiempo al PRC y, además, se convertiría en la mano derecha de Revilla.

Los años más duros 

Estas idas y vueltas sazonaron los doce primeros años de autonomía. En todas las legislaturas hubo tránsfugas, y el PRC fue casi siempre el perjudicado. Revilla tuvo que ver cómo Hormaechea atraía a sus diputados para nombrarlos, sin ningún empacho, consejeros o asesores suyos, consiguiendo a golpe de talonario la mayoría parlamentaria que las urnas no le habían dado.

El enorme volumen de inversión que llegó a movilizar a base de endeudamiento, hizo que el dinero fluyese sin control, y pudo pagarse campañas que empapelaron la región y alcanzaron los 2,5 millones de euros, que obviamente no salían de los bolsillos de los militantes ni de los bancos sino de los constructores. Frente a esa parafernalia, la capacidad económica y las limitaciones legales dejaban al resto de los partidos a gran distancia, pero fue el PRC, paradójicamente, el sancionado por incumplir la ley electoral.

La cúpula directiva del PRC reunida en la sede del partido en el mejor de los momentos. En 2019, los regionalistas ganaron por primera vez las elecciones regionales y barrieron en número de alcaldes y concejales.

Durante esos años de travesía del desierto, con solo dos escaños y un acoso constante de Hormaechea, Revilla solo tenía un hombro en el que apoyarse, el del constructor torrelaveguense Manuel Rotella, que siempre se manifestó de izquierdas, pero que se alejó del PSOE durante su alcaldía de Torrelavega. Rotella financiaba al PRC que, por ingenuidad o por desconocimiento, declaró los 14 millones de pesetas que el constructor donó al partido al presentar sus cuentas. No era consciente de que la ley establecía una cuantía máxima inferior para un donante particular.

Revilla había adquirido un halo de perdedor, que Hormaechea alimentaba siempre que podía, pero la estrella del presidente de Cantabria se apagó en 1990 con sus insultos a Aznar en la discoteca Amarras, y a partir de ahí volvió a brillar la del PRC. Revilla fue uno de los más activos para promover una moción de censura, que salió adelante gracias al apoyo del PP –en ese momento, el partido de Hormaechea– y en la formación de un gobierno de coalición hasta concluir la legislatura. En lugar de proponerse para ocupar la cartera que le tocó en el reparto, la consejería de Cultura, dejó que la ocupase Rafael de la Sierra y, aunque fueran apenas seis meses, le permitió mejorar sensiblemente sus resultados en las elecciones regionales. Le sirvió de poco, porque de nuevo se volvieron a reagrupar Hormaechea, con su UPCA, y el PP, para volver al gobierno.

Una legislatura desastrosa, en la que la mayoría de ese bloque conservador acabó en el Grupo Mixto y que Hormaechea concluyó con solo ocho diputados y un procesamiento que lo inhabilitó.

La política le vuelve a sonreir

Fuera de juego Hormaechea –aunque UPCA volvió a presentarse y el resultado fue mejor de lo esperado– y con el PP poco dado a repetir por tercera vez la amarga experiencia, la candidatura popular, encabezada por José Joaquín Martínez Sieso, optó por apoyarse en el PRC, y Revilla no tuvo problemas en sumarse. Por fin se quitaba de encima la etiqueta de perdedor y se convertía en vicepresidente y consejero de Obras Públicas de esa criatura que había creado, la autonomía de Cantabria.

Con Martínez Sieso en la presidencia –un perfil muy distinto a los anteriores candidatos del PP– Revilla se encontró cada vez más cómodo. Las carreteras le permitían lo que siempre había hecho y querido: recorrer la región y atender a los alcaldes, sobre todo a los propios. Además, impuso un estilo propio. Frente al envaramiento del presidente, cuyos asesores formaban un pasillo a la entrada y salida, con coches de escolta, Revilla acababa la mañana fumando un puro en la puerta del palacio de la Diputación y saludando a todo el que pasaba por la calle.

En su despacho, la cargada agenda del día estaba colgada en las paredes. Se podía recorrer, cita a cita y folio a folio, como el que visita una exposición. Al acabar la jornada, era el invitado inevitable de cualquier colectivo profesional que celebrase un evento, ya fuese de su ámbito o de otro, para los que siempre tenía un discurso a la medida, con anécdotas reales o inventadas, relacionadas siempre con la profesión, que dejaban a todos los presentes llenos de sano orgullo.

La plataforma gubernamental le sirvió para crear una base municipal mucho más sólida y para formar, a través de altos cargos y asesores, los cuadros que el partido necesitaba. Fueron ocho años de insólita tranquilidad para la región y para él, que desembocaron en unos resultados electorales, los de 2003 muy superiores a los que nadie preveía. La Guerra de Irak y el 11M habían alejado a muchos electores del PP, y la victoria inesperada de Zapatero (PSOE) acabó por arrastrar hacia el centro izquierda a los votantes.

El PP siempre creyó que seguiría contando con el PRC para mantenerse en el Gobierno, pero esta vez el PSOE vio su oportunidad para gobernar por primera vez en Cantabria (la experiencia del Gobierno de gestión con cinco partidos no puede considerarse como tal). A pesar de las reticencias de muchos socialistas, Zapatero le ofreció la presidencia a Revilla (tercero en votos) y, obviamente, no se lo pensó. Llegó la era Revilla.

Nada de lo anterior hacía presumir su estrellato. Con la primera visita al presidente de la nación, en un taxi y con unas latas de anchoas como regalo, marcó la pauta. Tardó muy pocos meses en ser el presidente autonómico más conocido de España, tanto como Jordi Pujol, que llevaba muchos años en el cargo, y más que el lehendakari vasco.

Revilla, el político más veterano del país, ha sido, curiosamente, el que mejor se ha manejado en los medios televisivos y en las redes sociales. Con millones de seguidores en Instagram, Facebook y Twitter, y con un tirón televisivo que le ha llevado 30 veces a El Hormiguero, es el único entrevistado capaz de imponer sus condiciones, porque garantiza la audiencia a los programas a los que va. En más de una ocasión, ha coincidido en el prime time de dos de las grandes televisiones privadas, al participar también en programas grabados.

Revilla empezó a ser seguido por las cámaras y los micros de las radios, deseosos de personajes locuaces y directos, que conectan con el electorado mucho más que los políticos convencionales, que han aprendido a alambicar sus discursos para no pillarse los dedos o que solo utilizan eslóganes vacíos. Era un riesgo y podía salir bien o fatal.

La primera prueba de fuego se produjo con la Feria Fitur. Siempre se ha celebrado el Día de Cantabria en la feria y con frecuencia la comunidad ha ofrecido una cena la noche anterior en la que han participado algunos notables cántabros residentes en Madrid pero Revilla decidió ir a por todas. Convocó en el hotel Puerta de Madrid a toda la creme económica y social del país y para pasmo general, acudieron. La curiosidad que despertaba no distinguía barreras sociales, económicas o profesionales: allí estuvieron los presidentes de las constructoras más importantes, estrellas de la televisión, algunos habituales del papel couché… y siete ministros del Gobierno de Rodríguez Zapatero. Incluso Florentino Pérez, que rehuía esas invitaciones o Isidoro Álvarez, presidente de El Corte Inglés, que no había acudido a la cena convocada por el presidente de Asturias, su comunidad.

Quedaba por ver el resultado de tanta expectación, y la sensación entre los periodistas cántabros era muy incierta. Conocíamos a Revilla y sus anécdotas, sus formas desenfadadas y su voz chillona, pero era muy improbable que ese cóctel pueblerino funcionase ante un auditorio semejante.

No solo funcionó sino que a partir de ese momento las convocatorias del presidente cántabro en Madrid eran ineludibles, y los teléfonos privados de todos los grandes empresarios del país pasaron a estar en su agenda. No es lo mismo resolver los asuntos con un delegado local de estas compañías que directamente con el presidente o el dueño de una empresa, y eso le ha servido a Revilla en muchas ocasiones para enderezar asuntos que no tenían buen cariz o para cerrar otros, aunque quizá no tantos como presume, como la visita que hizo a Boluda para convencerle de que tenía que instalar una terminal de contenedores en Santander, por la que Cantabria suspiraba desde hacía tres décadas.

Esta forma de hacer política creó un precedente, y otros le han imitado, en mayor o menor medida, como el actual alcalde de Vigo o el presidente castellano–manchego.

En Santoña pincha 

REVILLA ESCRITOR. Revilla también es uno de los escritores españoles que más vende. En 2018, cuando llevaba cinco libros, reconoció haber ingresado más de 525.000 euros por derechos de autor. Luego, ha publicado cuatro más.

Pero no todo fueron éxitos. Sus viajes a Madrid con las anchoas de Santoña, y las horas que ha dedicado a promocionarlas en las televisiones no solo las han dado a conocer en todo el país, sino que han multiplicado el número de fábricas y de trabajadores. Sin embargo, en Santoña, el PRC pasó a tener la mitad de concejales de los que tenía, lo que quizá merezca un estudio sobre qué es lo que realmente mueve a los electores.

A medida que se convertía en un personaje más reconocido en el resto del país, crecían las dificultades para sustituirlo. Después de ocho años como vicepresidente  regional (1995-2003), y 16 años como presidente (2003-2011 y 2015-2023), el PRC ha logrado crear el partido con más militantes de la región, e incluso cuadros (algo que le costó inicialmente), pero no eran suficientemente conocidos, y en la política es muy improbable obtener grandes resultados con candidatos poco conocidos. Este vértigo llevó a Revilla a apurar en el cargo más de lo que había previsto y finalmente dejó en manos de los militantes la decisión de quién sería su sustituto.

Este retraso ha provocado otro problema, que la nueva candidata del partido, Paula Fernández, no tendrá la plataforma de lanzamiento que proporciona el poder y que Revilla previó para esta legislatura: dejar el cargo a los dos años para que su sucesor/a tuviese la oportunidad de presentarse a las elecciones siguientes como presidente en ejercicio.

Todo fue consecuencia de un puñado de votos. Si, por ejemplo, el nuevo partido Cantabristas no hubiese logrado más de 5.000 votos –que obviamente le quitó al PRC y al PSOE– los regionalistas hubiesen conseguido un escaño más y se hubiese repetido una legislatura más la coalición de gobierno con el PSOE.

El político más decisivo de la autonomía

Revilla se va con el bagaje de quien puede asegurar que cambió la historia de Cantabria (los libros del futuro dirán si para bien o para mal) y el de haber instaurado una forma de populismo que en España no se conocía. También, el de haber tenido la intuición y la picardía de saber manejar como nadie las televisiones y las redes sociales del siglo XXI, algo que ni él mismo podía esperar, tanto por su fecha de nacimiento, en la primera mitad del siglo XX, como por proceder de la Cantabria más profunda, donde un niño como él no conoció los plátanos hasta los 14 años, como le gusta repetir.

Pocos líderes regionales podrán presumir tampoco de haber tenido un contacto muy estrecho con el presidente de un país tan importante como México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). De no haber mediado su exigencia de disculpas de España por la colonización, esa cercanía llevaba camino de deparar resultados muy importantes de colaboración. Incluso después del incidente, AMLO no dejó de llamarle a menudo y cantarle cada 23 de enero las mañanitas de los cumpleaños mexicanos.

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