Perfumería Calderón cumple un siglo y se despide de los clientes

El comercio santanderino ha sido regentado por tres generaciones y echará la persiana al finalizar octubre

El pequeño comercio lleva años sumido en una fuerte crisis que se ha visto agravada con la pandemia. Sin embargo, no ha sido la covid la causante de la despedida de la emblemática perfumería situada en la calle Ataúlfo Argenta. Los hermanos Luisa y Ricardo, tras más de cuarenta años al frente del negocio familiar, han decidido que es el momento de jubilarse. Su marcha no será solo la aparición de un local vacío más en el centro de la capital cántabra, sino la pérdida de otro negocio de los de toda la vida.


El 27 de agosto de 1921, David Calderón abrió las puertas de su establecimiento, situado en pleno centro de Santander. Esta droguería era una de las pocas de la ciudad y, en unos tiempos en los que no había apenas productos de perfumería, se dedicaba a elaborar jabón, cola o barniz, y complementaba su oferta comercial con objetos muy variados, como los plumeros y cepillos que exponía en la calle y que tenían que apresurarse a guardar los días de viento sur, ante el temor de que salieran volando.

Al fallecer David Calderón, su hijo tomó el relevo en 1940, con tan solo 18 años. Cuando el Santander amplió su sede, ocupando los dos edificios que acabaron unidos por un arco, a él le tocó trasladar el negocio, aunque fueron apenas unos metros, hasta el esquinazo que ocupa desde entonces.

También fue quien, a medida que el mercado evolucionaba y aumentaba la gama de productos de droguería disponibles, dejó de fabricar y comenzó a inclinarse hacia el mundo de la perfumería.

Sus hijos, Ricardo y Luisa, que regentan actualmente el establecimiento, recuerdan haber pasado buena parte de su infancia en la perfumería, ayudando a su padre. Y eso que, por aquel entonces, Calderón contaba con tres dependientas y un chico de los recados, además del propietario. “Se trabajaba mucho. Había muchos servicios a las casas… Eran otros tiempos”, recuerda Luisa con un claro tono de nostalgia.

Una vida marcada por los cambios

A principios de los 70, los dos hermanos empezaron a gestionar el negocio familiar y con ellos llegaron otros cambios. Ricardo fue quien, en torno a 1980, informatizó la perfumería. Recuerda que hasta ese momento, todo era en papel y los pagos solo se podían hacer en efectivo. “Me costó mucho realizar este cambio. Nuestro padre no quería ni oír hablar de los pagos con datáfono. Es curioso, porque, años más tarde, en Navidad se asignaba a sí mismo la gestión de los pagos con tarjeta”, relata con cariño.

Luisa, por su parte, recuerda cómo le pidió permiso a su padre para introducir los primeros complementos de moda en la tienda. Los accesorios para el pelo, pañuelos y bolsos fueron ganando espacio y a día de hoy suponen una tercera parte del negocio. Luisa lo atribuye a la calidad de los productos, “que no están fabricados en China”.

 

Con el paso del tiempo, la parte de complementos de la perfumería se ha convertido en una de las patas más importantes del negocio. Luisa Calderón se encarga de elegir la mercancía personalmente.

Incluso ahora, que todo el comercio añora los tiempos mejores, no siempre fueron de color de rosa. A pesar de estar situados en la céntrica calle Ataúlfo Argenta (antes General Mola), recuerdan con pesadumbre los trece años que pasaron junto a un “abandonadísimo” Mercado del Este, y los más de tres de obras en los que tuvieron que abrir una segunda puerta entre los escaparates que dan a la calle Bailén, puesto que la principal quedó inutilizada por el levantamiento de la calzada. “La gente continuaba viniendo porque éramos un establecimiento de toda la vida y nos conocían, pero fue una temporada dura”, constatan.

Otro episodio incómodo se produjo al construir el poco conocido pasadizo subterráneo que conecta la sede del Banco Santander con el Edificio Macho, donde la entidad tuvo durante algunas décadas sus servicios centrales. El túnel pasa al lado de la tienda y recuerdan cómo tuvieron que colocar cuerdas en las estanterías para que no se cayesen los frascos de colonia con las vibraciones de la perforación.

Una despedida agridulce

En su esquinazo, los hermanos Calderón han vivido la gloria y la decadencia del comercio tradicional. Desde la llegada de Woolworth, un gran almacén americano que se instaló en la calle Lealtad –donde hoy está Zara– o de Pryca, el primer hipermercado, que revolucionó el comercio de alimentación. Ambos destacan la atención personalizada como su factor diferenciador, pero no ha sido suficiente para frenar el declive del comercio local ante la potencia de las grandes superficies. “La gente que vive en el extrarradio no entra a comprar al centro de la ciudad, va a los centros comerciales, y lo mismo ocurre con los jóvenes”, constata Ricardo.

La llegada del comercio online supuso el penúltimo golpe para el comercio de siempre. Para su fortuna, la mayor parte de su clientela pasa de los cincuenta años y mantener determinados productos “de toda la vida”, que ya no son fáciles de conseguir, ha sido uno de sus mejores reclamos. “Hay clientes que nos llaman desde Madrid porque algunos de nuestros productos no los encuentran allí”, asegura Luisa.

La estocada final al pequeño comercio ha venido de la mano de la pandemia, una crisis que para su comercio ha sido “peor que la posguerra”, aseguran.

Los hermanos destacan que su tienda solo ha cerrado dos días: al fallecer su abuela y, posteriormente, su padre, por lo que haber mantenido la persiana bajada dos meses aún les parece impensable. “Ha sido muy duro. Tenemos la suerte de que nuestra mercancía no caduca y que el local es nuestro, pero son muchos los que no han podido sobrevivir a algo así”, subrayan.

También advierten que la covid-19 “ha acelerado las compras por internet y la desaparición de muchos distribuidores”. Por ello, Ricardo advierte, con mucha pena, que “el pequeño comercio está al borde de la desaparición”.

Para ellos también es la hora de echar el cierre. Ambos se jubilarán este 2021 y abrirán por última vez el 31 de octubre. Puesto que los miembros de la cuarta generación no han mostrado interés por continuar con el negocio familiar –algo que ellos tampoco les recomendarían, dada la marcha de la actividad–, su intención es vender el local.

Aunque ambos se jubilan con el entusiasmo de quien se propone disfrutar de su tiempo libre tras más de 40 años de trabajo, reconocen que echarán de menos la perfumería. Luisa admite que no sabe si será capaz de pasar por delante y verla cerrada. Y es que el adiós de un establecimiento centenario, como la Perfumería Calderón, dejará un vacío en el comercio de la ciudad.

María Quintana

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