Miradores de altos vuelos en Cantabria

Los edificios públicos más altos se convierten en nuevos recursos turísticos

Cantabria tiene mucho que ver, tanto que nunca parecen suficientes los miradores. Cualquier punto de observación es bueno, pero hace años que las instituciones decidieron sacar más partido de algunos de los grandes edificios cuyo acceso estaba vedado al público, o que nunca se pensaron con ese fin, como el Faro de Cabo Mayor o el Palacio de Festivales. Pero también de otros que permanecían cerrados desde hacía años, como el Monumento al Indiano, de Peña Cabarga.

Nunca pensó nadie en la posibilidad de convertir en visitables las torres que coronan el Palacio de Festivales, pero se han convertido en un recurso turístico más. A la derecha, la presidenta regional, el consejero de Cultura y la directora general, junto al presidente de la constructora SIEC, que ha realizado la obra, en la terraza de una de las torres. FOTOS: RAMIRO SILVESTRE
Nunca pensó nadie en la posibilidad de convertir en visitables las torres que coronan el Palacio de Festivales, pero se han convertido en un recurso turístico más. A la derecha, la presidenta regional, el consejero de Cultura y la directora general, junto al presidente de la constructora SIEC, que ha realizado la obra, en la terraza de una de las torres. FOTOS: RAMIRO SILVESTRE

En apenas tres meses se han abierto al público otras tantas oportunidades de sobrevolar la región sin dejar de tener los pies en algo sólido. Son proyectos que han tardado en ejecutarse más de lo previsto o que han surgido de manera inesperada, como la posibilidad de que el público suba por la torre del faro de Cabo Mayor y no solo visite las estancias inferiores, las antiguas viviendas de los fareros convertidas en museo hace ya tiempo.

La experiencia en los tres casos es muy estimulante. No tanto por el paisaje a descubrir (que ya se conoce) como por la forma de verlo. Desde el Monumento al Indiano (el ‘Pirulí’) de Peña Cabarga se puede ver el 83% de la superficie de la región, y en su día alojó una cámara oscura, que permitía inmiscuirse en algunos de esos lugares de una forma sorprendente. Ahora se ha habilitado el mirador de la torre para nuevas experiencias, como un vuelo virtual que transmite la sensación de sobrevolar el territorio de la comunidad autónoma.

La obra, que ha costado 2,3 millones de euros, acaba de ser inaugurada y será posible visitarlo este verano, aunque en grupos reducidos de diez personas, por lo que no será el revulsivo que ese lugar tan emblemático espera desde hace tanto tiempo.

Las nuevas terrazas del Palacio

En 2021 el Palacio de Festivales de Santander cumplió 30 años. El enorme edificio de Sáenz de Oiza fue inaugurado en la primavera de 1991 y así constaba en una placa que se colocó por entonces en el vestíbulo y que fue arrancada y sustituida nada más regresar Hormaechea a la presidencia del Gobierno regional, al entender que el mérito había sido exclusivamente suyo y no debía figurar el nombre de Jaime Blanco, presidente en el momento de la conclusión.

Tras esa polémica y la de los sobrecostos de la obra, el Palacio ha acreditado una larga trayectoria como uno de los pilares del arte y la cultura en Cantabria. Ha sido sede, cada agosto, del Festival Internacional de Santander, que anteriormente se celebraba en la Plaza Porticada, transformada durante tres semanas en un auditorio. El resto del año, el Palacio de Festivales ha tenido su propia programación, quizá no tan ambiciosa en el gasto, pero sí en la calidad de la programación.

Una de las escaleras que conectan la nueva terraza con las torres del sur, ahora visitables.

El que se haya utilizado todo el año no quiere decir que se hayan aprovechado todas sus posibilidades. El edificio de Sáenz de Oiza es complejo, y en algunos de sus elementos, poco práctico, como la terraza del sur o el trapecio de cristal situado tras el escenario de la Sala Argenta, pensado para que los espectadores pudiesen ver la bahía como fondo en cualquier representación, algo tan poco operativo que prácticamente nunca se ha empleado el mecanismo de apertura.

Con motivo del 30 aniversario, el anterior Gobierno regional PRC-PSOE decidió hacer algunas mejoras, como la urbanización de la plaza que comparten el Palacio y la sala de exposiciones de Enaire, que además de exposiciones temporales, muestra parte de la colección acumulada por esta empresa, propietaria de los aeropuertos españoles.

Casualmente, el proyecto de la terraza-mirador del Palacio de Festivales lo firman los mismos arquitectos que están detrás de la rehabilitación de las naves de Enaire en Gamazo, un proyecto que ya recibió varios premios.

En primer plano, la nueva terraza y, en lo alto de la torre, uno de los dos miradores habilitados.

En esta ocasión, aunque la obra puede parecer menor, por su presupuesto –1,5 millones de euros– va a aportar un nuevo icono turístico a la ciudad: una terraza panorámica con unas vistas privilegiadas a la bahía, y dos miradores concebidos para conseguir un efecto mucho más empático con la ciudad del que ha tenido el edificio de Sáenz de Oiza, cuyo diseño y dimensiones convierten su exterior en un gigantesco búnker.

Si bien no son las primeras terrazas panorámicas de la capital cántabra, son las más espectaculares. En los últimos años se han construido varias en Santander, especialmente en inmuebles públicos: la del Edificio Tabacalera, apenas aprovechada, que corona el centro cultural creado por el Ayuntamiento de Santander; la del Museo Oceanográfico, una obra que se ha quedado a medias; la del Edificio Macho, rehabilitado por el Banco Santander, y que tiene un acceso de visitantes muy limitado, y las que están previstas en la reforma de la sede central del Santander y en el futuro Museo de Prehistoria de Cantabria (MUPAC), ambas a más de un año vista.

Las obras de la terraza-mirador del Palacio de Festivales se le adjudicaron a la constructora SIEC a comienzos de 2023 con la intención de que estuviesen concluidas el pasado verano, pero esos doce meses de ejecución se han duplicado. El anterior Gobierno achacó las demoras a un retraso intencionado por parte del Ayuntamiento en la concesión de las licencias, tanto para la obra como para la instalación de la grúa de 45 metros de altura que ha sido necesaria para poder intervenir en las características torres azules en forma de garras invertidas que se alzan sobre las esquinas del edificio.

En la parte más alta de estas torres se han instalado unas barandillas de cristal y una estructura metálica de hierro forjado que ofrecen unas vistas inéditas de toda la ciudad, y muy especialmente de la bahía y el Puntal, creando una cierta sensación de vacío.

Por debajo de este nivel, a 30 metros de altura, se ha creado una terraza en voladizo, sobre el trapecio que se observa en la fachada sur, situado tras el escenario de la Sala Argenta. Un suelo de cristal de color aguamarina y un antepecho trasparente hacen que parezca una extensión de la propia lámina de agua de la bahía. La aparente levedad de toda la estructura se refuerza con unos parasoles textiles en forma de ondas.  

El suelo de cristal aguamarina y el antepecho transparente hacen que la nueva terraza parezca una prolongación de la bahía.

El proyecto de los arquitectos Eduardo y Gabriel Fernández-Abascal ha planteado esta terraza como un espacio polivalente para albergar actividades muy diversas, desde eventos promocionales a actos públicos.

El acceso de los ciudadanos a estos nuevos espacios, propiciará, según manifestó en su día Eduardo Fernández-Abascal, que la gente «se apropie» de este espacio hasta ahora en desuso «y coja más cariño al edificio». No obstante, esta conquista va a requerir alguna reforma en el acceso a los ascensores, que libere al interior del edificio de estos tránsitos y su éxito va a depender mucho del que tenga la explotación hostelera que abrirá en la terraza que se encuentra sobre la gran escalinata que da a Gamazo. 

Esa reforma probablemente se hará aprovechando la sustitución del adoquinado que se instaló en la acera y que ha recibido muchas quejas de los viandantes.    

El faro de Cabo Mayor

Los faros marcaron un gran avance en la historia de la navegación, al aportar una seguridad nunca antes conocida, pero la tecnología también ha podido con ellos. No se han apagado, pero hoy cualquier barco puede navegar sin referencias de la costa y sin acudir a las estrellas, gracias a sus sistemas de posicionamiento vía satélite. Eso no impide que los capitanes más veteranos se sientan en casa cuando empiezan a percibir los destellos del faro de Cabo Mayor, que llegan 21 kilómetros mar adentro.

La nueva perspectiva de Puertochico que ofrece el mirador de las torres del Palacio de Festivales. FOTO: RAMIRO SILVESTRE

A pesar de ser uno de los más importantes de toda la fachada norte del país, ya no necesita farero. Sus mecanismos están automatizados y se gobierna desde la Capitanía del Puerto, que ahora ha liberado al público más espacios. La antigua casa de los fareros (tenía tres, con sus respectivas familias), quedó deshabitada en los años 80 y se reconvirtió en un centro cultural, aprovechando la enorme colección de objetos relacionados con los faros que reunió un matrimonio local de pintores muy reconocidos, Eduardo Sanz e Isabel Villar.

Desde esta primavera, la Autoridad Portuaria ha decidido que el propio faro pueda visitarse. Una experiencia atractiva, el poder contemplar desde dentro lo que todo el mundo ha podido ver siempre desde fuera. El faro de Cabo Mayor es uno de los iconos de Santander, al dominar uno de los paisajes más poderosos visualmente, la fuerza del Mar Cantábrico, que ha tallado en su base unos acantilados de 90 metros de altura, y el sosiego de la Bahía, que el faro permite enfilar, con la ayuda de dos faros menores, el de la isla de Mouro, y el de La Cerda, en la Península de La Magdalena.

El primer proyecto para hacer un faro en Cabo Mayor data de 1778 y lo realizó el capitán de fragata e ingeniero Joaquín de Ibargüen, pero no llegó a ejecutarse por motivos económicos. Fue retomado seis décadas más tarde, gracias a la presión de los comerciantes santanderinos, y en 1833 se ordenó construir un fanal giratorio que sustituyese el precario sistema anterior de fogatas y banderas. El faro actual fue inaugurado seis años más tarde, en 1839.

LAS VISTAS DESDE LA TORRE DEL FARO DE CABO MAYOR.- A 90 metros de altura sobre el mar y a 30 sobre la tierra, la perspectiva no cambia mucho pero sí impresiona, sobre todo por sus vistas despejadas sobre todo el espacio cercano y sobre buena parte de la región. A la izquierda, la sala del farero de guardia, en el interior de la torre.

El diseño del edificio fue obra del capitán de navío Felipe Bauzá, aunque la versión definitiva corrió a cargo de Domingo Rojí. Consta de una torre cilíndrica de piedra de sillería, de 30 metros de altura y 91 metros sobre el nivel de mar, apoyada sobre una base octogonal. El acceso a la linterna se realiza mediante una escalera dispuesta en tres tramos de 33 escalones y uno final de 13, alrededor del hueco central.

La incorporación de equipos técnicos redujo sensiblemente el espacio existente en la base de la torre, por lo que en 1935 se construyó el edificio adyacente como vivienda de los fareros. Estos dejaron de habitarlo en 2001, y el espacio fue acondicionado en 2006 para ubicar el Centro de Arte Faro de Cabo Mayor.

En sus inicios, el faro contaba con una óptica con lente de Fresnel, con un destello cada minuto. Llevaba 100 espejos superiores y 60 inferiores, con 8 lentes y un mechero de 3 mechas circulares concéntricas. Este ingenio, construido en París, se movía por un sistema de pesas y consumía medio litro de aceite por hora. Costó 8.000 pesos fuertes. En 1877 pasó a utilizar aceite mineral como combustible, siendo el primer faro de España en hacerlo.

En 1913, la llama fue sustituida por una lámpara de vapor de petróleo que aumentó significativamente su potencia lumínica. En 1920 se incorporó un nuevo sistema óptico bivalvo, provisto de paneles catadióptricos fabricados por la firma francesa Barbier, Bernard et Turenne, que ha permanecido en funcionamiento desde entonces, con varias modernizaciones. Esta óptica ha operado con tres tipos distintos de fuentes de luz y emite dos destellos de luz blanca cada 10 segundos.

Junto al faro se levanta una sirena de nieblas, que originalmente emitía la letra «M» en código Morse, mediante dos señales sonoras prolongadas cada 40 segundos, para guiar a las embarcaciones en situaciones de niebla densa. Esta sirena fue dada de baja en 2006 y reemplazada por un moderno sistema acústico que transmite las letras «M-Y» en morse.

El naufragio del ‘Cabo Mayor’ en Cabo Mayor

La historia del faro es larga y no siempre venturosa, como el naufragio de un vapor que casualmente llevaba su mismo nombre, el ‘Cabo Mayor’, el 4 de septiembre de 1896 en los arrecifes próximos. Afortunadamente, se salvaron pasajeros y tripulantes, pero no la carga que llevaba a bordo, mil ochenta y cinco toneladas, entre ellas, seis mil setecientos cincuenta kilos de dinamita. Ni la mercancía ni el vapor estaban asegurados y se perdieron tres millones de reales.

El 23 de febrero de 1982 se produjo una circunstancia curiosa: un rayo rompió los cristales de la linterna y dejó fuera de servicio el sistema de rotación. Este percance obligó a los tres fareros a pasar la noche dando vueltas desde la base del faro, con unas largas telas atadas a maromas y, cronómetro en mano, tuvieron que tapar con ellas la luz de la linterna en las mismas frecuencias de barrido habituales. Un esfuerzo que no resulta tan extravagante si se tiene en cuenta que la alternativa podía ser la pérdida de un barco y sus tripulantes contra los acantilados de la costa.


Un vuelo sobre Cantabria

El Monumento al Indiano (1968) ha sido la última incorporación a esta política de miradores. Además de las espectaculares vistas de casi toda la región que ofrece el Pico Llen, se ha abierto de nuevo el mirador que se encuentra en esta torre de 38,3 metros de altura, que resultó una adelantada a su tiempo. Posteriormente se hicieron otras por todo el mundo –generalmente para telecomunicaciones– que se han convertido en referencias de sus respectivas ciudades. El edificio proyectado por Ángel Hernández y José Calavera, en homenaje a la marina de Castilla y a los indianos, es propiedad de Cantur y ha sido remodelado durante los dos últimos años. También se han renovado los contenidos del anillo inferior con un simulador que hace que el turista viva la experiencia de sobrevolar como un pájaro los cielos de Cantabria.

Las pantallas panorámicas permitirán, independientemente de las condiciones atmosféricas, disfrutar de las vistas desde el Picu Llen, mientras que la Realidad Virtual adentra al visitante en las cuevas de Cullalvera, Covalanas y El Castillo.

Una sala-exposición en la entreplanta relata la historia del monumento y un mirador en el anillo superior de la torre, acristalado de suelo a techo y con una inclinación hacia el exterior, crea la sensación de tener toda Cantabria a los pies.

Las visitas se realizarán todos los días del verano 10.00 a 19.00 horas y las entradas se adquieren en miradordepenacabarga.com.


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