Maruja Mallo, la más moderna, en el Centro Botín

Por Rosa Pereda

Estoy convencida de que la exposición Maruja Mallo, Máscara y compás,  que se exhibe en el Centro Botín, va a ser, desde este abril hasta el otoño, un lleno total, a poco que se conozca no sólo su obra, sino su biografía. La de una mujer de la generación del 27, modernísima para su época, y para la nuestra, artista genial y reconocida por las vanguardias europeas y americanas, que vivió el exilio desde la guerra civil hasta que en 1962 pudo volver. En Santander, donde su hermano, el escultor Cristino Mallo, miembro asiduo de la célebre tertulia de La Austríaca, y también sus hermanas, pasaban los veranos, estuvo, al menos públicamente, en el de 1981, invitada por la Universidad Internacioal Menéndez Pelayo, y su anfitriona verdadera fue una jovencísima Gloria Torner, hoy la decana de nuestros pintores y pintoras. 

Gloria Torner, y su hermana Ana García Torner, profesora y psicóloga, conocieron a Maruja Mallo en Madrid, en casa del galerista Manolo Montenegro, tan tempranamente desaparecido, e hicieron amistad. Y fue Montenegro, precisamente, el que las llamó. Tanto Gloria, que ya era una pintora reconocida, como Ana, asistían asiduamente a los cursos de Arte que dirigía en la UIMP Antonio Bonet Correa, por donde pasaron todos los grandes de la pintura y la escultura españolas, además de la mejor crítica. El verano de 1981 el rector era Raúl Morodo, y la Menéndez Pelayo vivía ya una época en que las humanidades primaban sobre otras consideraciones, y había un ambiente estimulante y lúdico, que se trasladaba al Sardinero, entonces lleno de terrazas y de vida. En el Lisboa había que pelearse por las mesas, y eso llegó a su apogeo durante el rectorado de Santiago Roldán. Después de todo, la intención de la UIMP, desde su fundación en 1932 por Fernando de los Ríos y Pedro Salinas, era el encuentro de verano entre especialistas en ciencias, artes y letras, desde Einstein a Lorca, y el mutuo enriquecimiento subsiguiente. La vitalización del Sardinero, continuada en invierno gracias a la Universidad de Cantabria, era un bien colateral. Ahora es otra cosa, pero también es otra historia. 

Total, que Manolo Montenegro llama a Gloria Torner y le pide que vayan a recoger a Maruja Mallo al tren, que si no, no viene. Y era la invitada más especial del curso. En una nota recogida en la prensa dice Torner que pensaron ir a buscarla con un coche de caballos. pero que al final desistieron. Los que conocen a Gloria Torner saben que tiene una vena surrealista y una inteligencia aguda y llena de humor. Por ahí, Maruja y Gloria estaban condenadas a entenderse. Y realmente, la carroza no hacía falta, porque con Maruja Mallo la expectación y el éxito estaban asegurados. De hecho, su conferencia en el Paraninfo la pudieron oír por megafonía, desde el jardín de Caballerizas, los muchos que no cupieron en el salón. Porque tuvieron que poner altavoces, que no había entonces streaming ni pantallas. 

Hay que decir que Maruja Mallo era la oveja negra de su familia. Una mujer libre en un contexto más bien santurrón. Alguna hermana era monja, otras de misa diaria y  velo por la calle, y en medio, la cuarta de catorce, que era Maruja, había entendido, al calor de las vanguardias de entreguerras, de su vocación y su talento como pintora y ceramista, de su lúcida locura y sus ideas progresistas, el poderío de la mujer, su genio, y su libertad. Así que, en Madrid primero, enseguida en París y tras la guerra civil en Argentina y Uruguay, compartió su vida, como amigos o como amores, con los grandes hombres de las vanguardias españolas, francesas y latinoamericanas. Así, en París se había relacionado con el grupo surrealista, y el propio André Breton le había comprado un cuadro, Espantapájaros, que ella estimaba como una de sus mejores obras, y de hecho, se considera una pieza clave de la pintura surrealista. Por su amistad con Breton y los demás, trató a Miró y a Picasso, y a un largo etcétera en aquel París de 1930 que era una fiesta, y donde no dejó de exponer. En Argentina, donde vivió la mayor parte de su exilio, y a donde la había ayudado a llegar la embajadora y poeta premio Nobel Gabriela Mistral, entabló contacto con la revista Sur, vale decir con Victoria Ocampo, con Borges, con aquel grupo exquisito. Y para Sur pintó y dibujó ilustraciones y portadas, y publicó textos sobre arte y cultura. 

Siempre tuvo relación con las revistas culturales. De hecho, su primera expo en Madrid había sido en Revista de Occidente, entonces dirigida por su fundador, el filósofo Ortega y Gasset, una revista que leían todas las elites culturales de Europa y América, y con la que colaboró asiduamente. 

Porque todo empezó en el Madrid de la década de 1920, cuando se estaba gestando la generación de García Lorca, Rafael Alberti, Salvador Dalí… y todo el entorno de la Residencia de Estudiantes, la de Señoritas, y las distintas ramas de la Institución Libre de Enseñanza, entre las que se encontraba la Universidad de verano de  Santander, la UIMP. Y con una generación de mujeres estructurada y activa, que no eran simplemente musas. Maruja Mallo perteneció al Lyceum Club, entre otras muchas, con Clara Campoamor,  que consiguió el voto femenino, con Zenobia Camprubí, y Ernestina de Champourcín, María de Maeztu, Elena Fortún,Victoria Kent, María Lejárraga, María Teresa León, Concha Méndez… Son las mujeres de la Generación del 27, relacionadas internacionalmente en una red de visibilidad, pese a lo cual se han mantenido ocultas u ocultadas durante muchos años. Las Sinsombrero. 

Ellas nunca se llamaros a sí mismas así, pero el nombre, tan gráfico, de un documental, ha hecho fortuna. Tania Balló, Serrana Torres y Manuel Jiménez Núñez estrenaron en 2015 Las Sinsombrero,  Ponían en valor a un grupo de artistas y escritoras, de esa generación, y el título lo tomaron de una anécdota, adivinen de quien. Pues de Maruja Mallo. Que ella contaba así: «Un buen día, a Federico (García Lorca), a Dalí, a Margarita Manso y a mí se nos ocurrió quitarnos el sombrero. Y al atravesar la Puerta del Sol nos apedrearon, insultándonos como si hubiésemos hecho un descubrimiento, como Copérnico o Galileo». De todas las versiones de su relato, ésta es la que más me gusta, porque dice mucho de la propia Maruja Mallo. 

Y ahora tenemos la oportunidad de visitar, en el Centro Botín y durante todo el verano, la gran retrospectiva Maruja Mallo, Máscara y compás, que muestra un centenar de pinturas y dibujos, además de textos y fotografías, que recorren toda su trayectoria y su evolución como artista y cmo persona. Comisariada por Patricia Molins y coproducida por el Centro Botín y el Museo Reina Sofía, donde se exhibirá en el otoño, esta muestra recién inaugurada va a ser, ya lo está siendo, un verdadero acontecimiento. 

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