Autonomía: 40 años de logros y de oportunidades perdidas

La evolución de la comunidad ha sido peor que la media por el envejecimiento de la población y la pérdida de renta agraria

En los 40 años de autonomía, Cantabria ha conocido una clara mejoría en PIB general y per capita, como parece inevitable en un periodo tan largo pero ha perdido posiciones en el conjunto del país, sobre todo en la primera década y media de autogobierno, que resultó muy conflictiva políticamente, con gobiernos inestables, transfuguismo y épocas de absoluta parálisis administrativa. Aunque la normalidad que se consiguió a partir de 1995 permitió recuperar parte del tiempo perdido, la comunidad ha reducido su peso en relación al conjunto nacional. Cantabria tiene ahora más capital humano, más infraestructuras y mejores servicios sociales por habitante que la media pero, por su pequeño tamaño, le cuesta encontrar salidas para los jóvenes cualificados y sufriría un déficit financiero crítico si perdiese la actual prevalencia en la financiación autonómica.


Resumir lo que ha ocurrido en la economía cántabra durante los 40 años de autonomía no es fácil, pero el Parlamento de Cantabria lo ha intentado en una mesa redonda conducida por el director de Cantabria Económica, Alberto Ibáñez, con expertos y algunos de quienes han tenido responsabilidades en este periodo. El balance es positivo pero con muchos matices. La región ha cedido posiciones en el conjunto nacional, en buena medida por su pérdida relativa de población. Si en 1980 suponía el 1,37% del censo nacional, ahora solo aporta el 1,23%, según puso de relieve el catedrático de la Universidad de Cantabria José Villaverde, que hizo un retrato del antes y el después de la autonomía.

Al acceder al autogobierno, Cantabria aportaba el 1,38% del Valor Añadido Bruto nacional, y ese porcentaje ha caído al 1,14%, más aún que la población, lo que indica una clara pérdida de productividad, que ahora está casi cinco puntos por debajo de la media. También ha perdido empleo, en términos relativos (en los absolutos ha crecido) como consecuencia del envejecimiento y de la llegada de más inmigrantes a otras comunidades.

El profesor Villaverde reconoció que en estos 40 años la comunidad autónoma ha mejorado mucho “pero, como en el relato de Alicia en el País de las Maravillas, hay que correr para mantenerse en el mismo sitio, y otros han corrido más. Hemos perdido peso en el conjunto del país, en población y en PIB per capita. Hemos pasado de estar en el puesto octavo entre las comunidades autónomas al décimo”.

Villaverde aseguró que la región sigue especializada en industria (no porque tenga más, sino porque en otras comunidades este sector ha perdido más peso) y, sorprendentemente, en construcción.

A partir de esta evolución genérica, extrajo varias conclusiones, como la mala gestión del capital humano: “tenemos más que otros, pero lo aprovechamos peor, por lo que abandona la región, o se ve obligado a aceptar ocupaciones para las que está sobrecualificado”.

Pequeños y con poco emprendimiento

Reconoció que algunos de los problemas de la comunidad son consecuencia de circunstancias objetivas: la orografía ha forzado a que Cantabria haya acumulado más capital en infraestructuras por habitante que otras autonomías, pero que aún sea insuficiente, “porque hacer un kilómetro de carretera aquí es mucho más caro”.

También es un handicap, en su opinión, el escaso tamaño de la comunidad: “Muchas limitaciones se podrían reducir si actuáramos de forma conjunta con las comunidades limítrofes, como la que puede ser la vía ferroviaria del siglo XXI, la que recorra la cornisa cantábrica”.

Villaverde consideró vital para la industria mejorar el tráfico de mercancías, y lamentó que la inversión en I+D+i de la región haya sido más baja que en el resto del país. También puso de relieve “la capacidad bastante limitada de la población a la hora de asumir riesgos”.

La gran oportunidad perdida, una fábrica de coches

Para explicar la evolución de la comunidad, otro catedrático, Enrique Ambrosio Orizaola, prefirió retrotraerse a veinte años antes del comienzo de la autonomía, cuando la provincia era la quinta más rica de España, como consecuencia de la llegada de una docena de grandes fábricas en las primeras décadas del siglo XX. “Nos tocaba la lotería casi cada año”, apuntaba Ambrosio al referirse a esa circunstancia. Y a esa reiterada fortuna se añadió la decisión de Alfonso XIII de veranear en Cantabria, lo que provocó muchas otras inversiones en la región.

Esa inercia hizo que durante la posguerra Cantabria permaneciese en los primeros lugares del país en términos de renta, pero a partir de los años 60 la región empieza a declinar con rapidez, hasta el punto de que en 1991 había sido adelantada por otras 18 provincias.

Ambrosio expuso una serie de errores que, en su opinión, colaboraron en esa decadencia en los últimos años del franquismo y comienzos de la democracia, entre ellos, la decisión tomada por el consejo de administración de Nueva Montaña Quijano de instalar en Navarra la fábrica de ensamblaje de coches que debía levantar cuando el Gobierno le autorizó a construir en España coches con licencia de la británica British Leyland, en una época en la que el mercado de la automoción en España estaba prácticamente virgen.

Los ponentes, junto al director de Cantabria Económica, que moderó la mesa redonda.

“Si se hubiera tomado la decisión de ponerla aquí, y no en Navarra para aprovechar sus ventajas fiscales, hoy tendríamos 15.000 puestos de trabajo más en el sector industrial”, calcula Enrique Ambrosio. Son los que mantiene, directa o indirectamente, la planta creada por Nueva Montaña en Landaben, que pasó a Seat y ahora es propiedad de Volkswagen, una fábrica que desde los años 60 hasta hoy ha producido casi 10 millones de coches.

El catedrático citó otras dos grandes oportunidades perdidas posteriormente, el ofrecimiento del presidente de Nissan para hacer a través del puerto de Santander todo el movimiento de sus coches para la Península, que el puerto declinó porque no tenía capacidad en ese momento, y que finalmente se canalizó a través de Barcelona, y el Plan Eólico, tumbado por los tribunales en 2012 después de una dura oposición popular, que hubiese traído de la mano, como recordó, una decena de plantas y centros de investigación que los adjudicatarios se comprometían a asentar en la región.

Ambrosio, que además de haber sido el primer consejero de Industria de la región fue el último presidente de Caja Cantabria, recordó la cadena de crisis industriales que se vivía en 1982, cuando se declaró la autonomía y el decaimiento de sus propuestas, como la de construir un Parque Tecnológico, para lo que ya había conseguido una financiación comunitaria de 5.000 millones de pesetas (30 millones de euros), o un Instituto de Desarrollo de Cantabria.

La inestabilidad política que presidió los primeros lustros de autonomía provocó que el presidente regional José Antonio Rodríguez dimitiese a los pocos meses de llegar al cargo por mayoría absoluta, y que nada de aquello se llevase a cabo, porque todo su Gobierno fue sustituido, al ser investido Ángel Díaz de Entresotos. El parque tecnológico tuvo que esperar un cuarto de siglo, y aunque en 1985 nació Sodercan (el equivalente de aquel instituto de desarrollo regional) apenas tuvo medios y actividad durante una década.

Ambrosio se quejó de que el Gobierno de Felipe González no declarara Zona de Urgente Reindustrialización a las comarcas cántabras más afectadas por la reconversión cuando sí lo fueron las de otras regiones con menos pérdida de PIB industrial (Ferrol, la margen izquierda del Nervión, Madrid, Barcelona…). También lamentó profundamente que en Cantabria, el presidente Hormaechea rechazase entrar en el Objetivo 1, a pesar de que en ese momento la renta media de la región ya estaba por debajo del 75% de la comunitaria “porque dijo que pedirlo era aceptar que éramos pobres”.

Obras pagadas por Europa

Cristina Mazas, consejera de Economía y Hacienda entre 2011 y 2015 en el Gobierno de Ignacio Diego (PP), recordó que en el único periodo que tuvo Cantabria de Objetivo 1 (ya sin Hormaechea) y en el régimen transitorio de salida, entre 2002 y 2006, llegó a Cantabria un enorme flujo de dinero europeo, que sirvió para financiar las grandes infraestructuras de la región: la autovía a Bilbao y buena parte de los tramos de la de La Meseta, los saneamientos, la réplica de Altamira…

Mazas reconoció esa enorme ayuda, pero hizo constar que esas aportaciones europeas tienen un carácter finalista, y quizá el Gobierno regional hubiese tenido otras prioridades. La otra contrapartida a ese dinero, recordó, ha sido el control presupuestario, el pacto de estabilidad y crecimiento que se impuso a todos los países de la Unión, con una restricciones que, en opinión de la exconsejera, complicaron enormemente la gestión de la crisis económica de 2008, al limitar drásticamente la capacidad de endeudamiento de la comunidad.

Mazas se había referido previamente a las dificultades presupuestarias con las que ha de lidiar la Consejería de Economía cada año desde que a comienzos de este siglo se traspasaron a la comunidad las competencias en Educación, Sanidad y Justicia. Se trata de responsabilidades con muy poca ductilidad en el gasto y que consumen el 70% de los recursos presupuestarios de cada año “unos gastos que siempre crecen, en cualquier circunstancia”, dijo. En cambio, los ingresos de la comunidad están sometidos a los vaivenes económicos “y ni que decir tiene que combinar esas dos circunstancias es muy difícil”.

El campo: muchos mitos y mucha pérdida de renta

El líder sindical ganadero Gaspar Anabitarte, secretario general de UGAM-COAG, desmontó muchos mitos sobre su sector e hizo hincapié en que asegurar  la comida será uno de los retos del futuro. En primer lugar, por la destrucción del suelo agrario de alta calidad: “En Cand: En Cantabria solo quedan 25.000 hectáreas para producir alimentos humanos –no confundir con las que producen alimentos ganaderos–, y cada día se siguen destruyendo más”, alertó.

El segundo peligro, en su opinión, está en la transformación del modelo de explotación, al llegar grandes capitales al sector. Puso como ejemplo las macrogranjas y las compras de grandes extensiones de terreno para cultivos. El problema, advirtió, es que esos compradores los abandonarán en el momento en que no les resulten rentables, algo que no hace el productor tradicional, que siempre mantiene la expectativa de mejorar en algún momento.

Eso no quiere decir que el modelo tradicional familiar permanezca inmutable. Anabitarte recordó la radical transformación del mundo agrario desde el comienzo de la autonomía: “En el año 80 teníamos en Cantabria 55.000 activos cotizando en la Seguridad Social Agraria y gestionaban 45.000 hectáreas, la mitad de pastos o tierra agrícola y la mitad de bosques. Es decir, que cada uno gestionaba un promedio de 8 hectáreas. Hoy somos 4.500, ni siquiera están todos dados de alta, y nos toca gestionar una media de 100 hectáreas por activo”.

Añadió que entonces se vendían cada semana en el Ferial de Torrelavega 1.200 vacas, “cuando cada vaca costaba lo mismo que un Seat 600, lo que suponía que fabricábamos 1.200 Seat 600 a la semana”. Ahora, apenas se venden 20 vacas de leche a la semana, porque muchos ganaderos se han  desplazado a la producción cárnica, una actividad menos sacrificada, y apenas quedan 900 productores de leche.

Eso ha dado lugar a que hayamos pasado de grandes manifestaciones contra las cuotas a la producción impuestas por Bruselas, a que, una vez desaparecidas las restricciones, ni siquiera se cubra aquella cantidad.

Anabitarte no solo alertó sobre la dependencia que tenemos de otras regiones y países para atender la alimentación humana. También puso de relieve que hemos pasado de una producción en la que el gasóleo no tenía ningún papel (en Cantabria no había ni tractores) a otra de alta dependencia energética. Se mostró crítico con los propios ganaderos, por haber contribuido de forma inconsciente a devaluar la región como productora de vacas para otras comunidades al apostar ellos mismos por las importadas del extranjero, y al contribuir a la descapitalización del sector al fijar sus expectativas para la jubilación en comprar una casa en la zona más próxima al litoral.

El líder sindical rompió otro mito más, al rechazar que el sector peque de individualismo: “El 50% de los ganaderos de Cantabria está afiliado a alguna organización agraria, lo que no se produce en ningún otro sector, y el 70% está en una cooperativa”.

También desmontó la tesis del vaciamiento rural: “En 1930, con 360.000 habitantes en la región, vivían 120.000 personas en los ayuntamientos de menos de 10.000 habitantes. Ahora, que somos 580.000, viven en ellos 200.000 personas”.

Anabitarte, no obstante, se quejó de haberse creado una cultura desdeñosa de lo rural, empezando por la educación escolar, impartida por maestros “que lo que quieren es marcharse lo antes posible a una plaza en Santander”, y reconoció que sin las ayudas comunitarias, el sector primario desaparecería: “Aquí y en toda Europa. “Sin la PAC, que reparte cada año 350.000 millones en toda la Unión, no podríamos comer, porque no tendríamos quien produjese los alimentos. Y a pesar de esa cantidad, seguimos teniendo un problema de continuidad. A ver quién se va a atrever a quitar esas ayudas”, manifestó rotundo.

Oportunidades de futuro

Enrique Ambrosio se mostró muy crítico con las propuestas enviadas por el Gobierno regional para los Fondos de Recuperación, como el macropolígono de La Pasiega, El Museo de Prehistoria, el Museo Lafuente o la máquina de protones “que son buenos proyectos individuales pero no son proyectos tractores que necesita la economía digital” y los comparó con los que han enviado otras autonomías a los PERTEs abiertos por el Gobierno central.

Criticó que Cantabria no haya mantenido una apuesta de desarrollo en el tiempo y propuso sacar más partido a una Universidad como la UC, quinta en el ranking nacional, y a infraestructuras como el IH, el IFCA, el Idival, el IBITEC, el CTC o Valdecilla.

Enrique Ambrosio apostó por hacer una apuesta decidida para captar los nómadas digitales que están surgiendo en toda Europa y se desplazan a teletrabajar a aquellos lugares que ofrecen unas condiciones de vida y de accesibilidad más interesantes, además de recomendar la implantación de especialidades universitarias como Organización Industrial “que es la que más alumnos tiene en las escuelas de ingeniería españolas” o mecatrónica, en la que se combinan la mecánica, la informática y la electrónica para diseñar productos o procesos inteligentes. También recomendó apostar por las energías renovables y no perder “otra oportunidad como la de 2008 con el Plan Eólico”, o por el sector de la salud en áreas como los trasplantes, las neurociencias o la investigación y tratamiento del cáncer.

Ambrosio concluyó con dos consejos: “acabar con la autocomplacencia” de la región (“el síndrome del marco incomparable pero sin cuadro dentro”) y con  “esa eterna espera a Godot”, la obra de teatro en la que los protagonistas esperan siempre un tercero que lo resolverá todo, pero sin saber el qué ni el quién.

Cristina Mazas apostó por buscar salidas en la logística y en todo aquello que tiene que ver con el envejecimiento y la calidad de vida, que en su opinión es un campo propicio para las nuevas iniciativas empresariales, mientras que Anabitarte apostó por los cultivos con productos de calidad y bio, con mayor valor añadido.

Suscríbete a Cantabria Económica
Ver más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Botón volver arriba
Escucha ahora