Todos los caminos van a Bilbao

En el último mes han ocurrido dos hechos que aparentemente no tienen ninguna relación, pero que están más vinculados de lo que parece: La petición del presidente de la CEOE cántabra, Lorenzo Vidal de la Peña, de comparecer en el Parlamento cántabro y la entrevista del lehendakari vasco, Íñigo Urkullu, con Miguel Ángel Revilla. Y lo están porque ambas van dirigidas en la misma dirección, la necesidad que tiene Cantabria de utilizar las sinergias que ofrece una economía mucho más potente, como la vasca, el único trampolín que puede impulsar nuestra escasa capacidad endógena de crecimiento. Incluso el curso de Ramón Tamames en la UIMP iba en la misma dirección. ¿Cómo es posible que, de repente, se concentre tanta potencia de fuego en la misma dirección, cuando la colaboración con el País Vasco ni siquiera había aparecido de refilón en la agenda política de Cantabria e incluso era un tema tabú?

Hay muchas razones, y quien haya leído atentamente CANTABRIA ECONÓMICA en los últimos meses ya será consciente de lo que se estaba cociendo entre bambalinas. El presidente de la CEOE, algunos empresarios significativos, el consejero de Industria, el presidente del Puerto, un grupo de trabajo formado por el economista Ramón Tamames y, desde hace mucho, Guillermo de la Dehesa, han venido empujando en esa dirección, la mayoría sottovoce, ante el temor de que una parte de la opinión pública cántabra entienda que propiciar acuerdos con el País Vasco sería una rendición sin condiciones. Faltaba por convencer Miguel Ángel Revilla, que no parecía muy dispuesto, quizá por su mala relación con un líder peneuvista anterior, José Antonio Ardanza.

El paso dado en Santander por Revilla y Urkullu, cuyo talante no tiene nada que ver con el de Ardanza, no solo va a servir para desatascar esta relación política sino que permitirá dar confluencia a estos movimientos empresariales que se han desprendido de los viejos atavismos de la derecha con respecto al País Vasco y se mueven por un absoluto pragmatismo: hay muchos asuntos en los que la colaboración resultaría muy rentable para ambas comunidades y, especialmente, para Cantabria.

La economía moderna necesita grandes volúmenes de población y Cantabria no los tiene; tampoco tiene la masa crítica suficiente en muchas otras materias y, de no ser por la personalidad de su presidente, no tendría ninguna relevancia política en el panorama nacional, como no la tienen otras autonomías uniprovinciales. Esto no quiere decir que sea necesario reformar el mapa autonómico sino que resulta imprescindible buscar alianzas puntuales con otras regiones, especialmente en el caso de la infraestructuras. Casi parece un milagro que Cantabria haya podido conseguir la Autovía de la Meseta cuando desde Palencia, que iba a resultar igualmente beneficiada, no se suscitó una presión idéntica y la Junta de Castilla y León no puso ninguna carne en el asador por esta carretera que acercaba su comunidad a una costa supuestamente tan querida. Y lo mismo pasa con el AVE a Santander.

Una vez perdida la Caja de Ahorros, que facilitaba una cierta autonomía financiera, Cantabria no tiene una capacidad inversora, ni pública ni privada, para afrontar grandes proyectos.

La única oportunidad es aprovechar las ondas concéntricas de desarrollo que emite una gran ciudad como Bilbao. De eso es consciente el presidente de la CEOE, Lorenzo Vidal de la Peña, desde hace tiempo, como es consciente el presidente de la Autoridad Portuaria, Jaime González, algunos grandes empresarios e, incluso, el consejero de Industria. Bastaría una alianza comercial con el Puerto de Bilbao sobre algunos tráficos concretos para disparar los movimientos del Puerto de Santander, que puede ofrecer una complementariedad muy importante, porque lo que para ellos es una pequeña fracción, para nosotros sería un salto descomunal.

La reunión de Revilla a Urkullu y la petición de comparecer de Vidal de la Peña tienen un fondo común: la búsqueda de sinergias con el País Vasco

Lo mismo ocurre en el terreno industrial. Hace décadas que competimos con Vizcaya en la captación de empresas, porque disponemos de suelo en la zona más próxima a su frontera, un factor que en la comunidad vecina es muy escaso.

Con estas condiciones de partida y unos flujos de personas cada vez más importantes, como consecuencia de los muchísimos vascos que tienen su segunda residencia (y, muchas veces, la primera) en Cantabria, y los no pocos cántabros que se desplazan cada día a trabajar a Vizcaya, cualquier acuerdo sería de extraordinaria utilidad.

Es cierto que los padres de la Constitución trataron de evitar por todos los medios las alianzas regionales, porque podían tener consecuencias políticas indeseables para la estabilidad política del país y que para una parte de la población de Cantabria nunca ha estado bien visto cualquier acercamiento al País Vasco, pero afortunadamente estas reticencias se han quedado en núcleos muy reducidos. El hecho de que un hombre procedente de la burguesía local y presidente de los empresarios como Vidal de la Peña trate de romper estos viejos atavismos es muy significativo. Mucho más que si lo hubiese hecho cualquiera de los políticos en ejercicio. Y tiene la virtud de que no es una propuesta de partido, que podría ser vista como tal. Es, simplemente, el reconocimiento de un estado de necesidad: si las oportunidades para Cantabria están ahora mismo al otro lado de la frontera oriental, habrá que propiciarlas, porque el crecimiento endógeno es absolutamente insuficiente.

Cantabria necesita un empujón estratégico y no tiene muchas opciones para escoger. Lo hemos visto recientemente. Cuando el presidente de la Autoridad Portuaria de Santander lanzó la primera piedra en Galicia sobre un estanque tranquilo (más bien acomodado) y dijo que el tren de vía estrecha que recorre la Cornisa Cantábrica es “de juguete” para las necesidades de intercambio de mercancías que se plantean, no solo agitó las aguas, desencadenó un proceso político ilusionante. Poco después, los presidentes de las comunidades afectadas decidían poner en marcha una plataforma para llevarle al Ministerio de Fomento un proyecto de ferrocarril de ancho europeo hasta la frontera de Hendaya, lo que uniría toda la costa norte entre sí y con los grandes mercados europeos.

Aparentemente, era lo que Cantabria pretendía: enlazar con el País Vasco, que ya tiene su salida hacia Francia y el Norte en ancho europeo, algo que, con la comprensión de un ministro de la tierra, como Íñigo de la Serna, se podría conseguir en un horizonte relativamente próximo. Sin embargo, el gozo acabó pronto en un pozo, porque tanto Galicia, como Castilla y León y como Asturias decidieron que la salida hacia la frontera francesa que les interesaba no es la costera, sino la que pasa por Venta de Baños y desde allí se dirige hacia Francia. Es decir, que Cantabria tendría que conectar por el sur, un enorme rodeo para llegar a donde quiere llegar que es, sobre todo, al País Vasco. Y, por supuesto, nada de esto tendría utilidad alguna para las miles de personas que se mueven cada día entre Santander y Bilbao, con todas sus poblaciones intermedias.

Solo con el apoyo del PNV se puede conseguir un corredor férreo de alta capacidad con el País Vasco y la frontera

La única solución factible para Cantabria es conseguir esta vía férrea costera de alta capacidad, que permitiría movimientos eficaces de mercancías entre los puertos de Santander y Bilbao y que permitiría a muchos usuarios particulares prescindir del coche en este corredor cada vez más densamente poblado, como lo demuestra la insuficiencia de la A-8, que requiere urgentemente un tercer carril.

Nada de esto puede conseguirse sin la complacencia y sin el apoyo del PNV, que no va reclamar un tren para Cantabria si no ve una oportunidad de negocio para su comunidad. Y, obviamente, la tiene, pero es imprescindible que, en un segundo plano, se produzca la colaboración entre los empresarios, que han de empujar en la misma dirección porque son ellos los que van a materializar, finalmente, esa colaboración. En cualquier caso, ese primer paso dado por Revilla parece muy importante, sobre todo si Urkullu resulta tan receptivo como se ha mostrado ahora.

El censo de empresas que se ha perdido en los últimos nueve años no se va a recuperar por la vía de los emprendedores, por muy voluntariosos que sean, porque hasta que adquieran la dimensión de las empresas que tienen que reemplazar pasará demasiado tiempo. Y, aunque las administraciones públicas llegasen a disponer de capacidad inversora, la era de las grandes obras públicas se ha acabado. El único proyecto estratégico que reactivaría el Puerto, la construcción y la industria es precisamente ese, la construcción de una vía férrea de alta capacidad que nos conecte con el País Vasco y la red europea. Por supuesto, sin renunciar al Tren de Altas Prestaciones con Madrid, que es importante pero un poco menos que en el pasado. Basta ver que cada día cruzan la frontera de la región con Castilla 9.337 vehículos y la que nos separa del País Vasco 45.500. Una razón más que sobrada para que tener un ferrocarril costero en condiciones.

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