¿Un estado fallido?

España está en estos momentos en el sillón del psicoanalista: más de la mitad de la población piensa que nada funciona y que el propio país está en riesgo, hasta el punto de considerarlo un estado fallido. Quizá porque no son conscientes de que esa calificación únicamente se emplea con Somalia o Haití, donde las bandas que se disputan las calles son el único poder. Gobiernos débiles, escándalos, vacíos de poder y tensiones territoriales hay en Francia, Canadá o Gran Bretaña y nadie las considera naciones fallidas.

Se trata del mismo empeño por la grandilocuencia nos lleva a calificar como históricos hechos que desaparecen de la memoria colectiva en dos o tres semanas, sustituidos por otros hechos igual de históricos, porque el cerebro no da para amontonar tantos.

Nos hemos instalado en la hipérbole. Muchos creen que España está en las últimas pero nadie reclama un gobierno de concentración

Si los dos principales partidos políticos del país se alejasen de este ruido mediático tan interesado y se parasen para analizar las encuestas de las últimas semanas, se darían cuenta de que han creado una realidad paralela que les perjudica a ambos, ya que la polarización lo único que consigue es centrifugar los votos hacia los extremos. En estas circunstancias es imposible pensar en un pacto entre ambos, bajo el liderazgo de un independiente para tratar de acabar la legislatura. Si se produjese ese gobierno de concentración, que no se va a producir, descubriríamos una realidad completamente distinta: Toda la agitación desaparecería de la noche a la mañana y la turbación dejaría camino al optimismo, porque, si se expurga el factor político, hay razones de sobra para ello. La prueba está en Cantabria, donde el PP gobierna con placidez aún estando en minoría.

Ese día, y ya se vio desde el mismo momento de 1995 en que Aznar sustituyó a Felipe González, pasaríamos a estar entusiasmados con las posibilidades que tiene el país. Con la que está cayendo dentro y fuera, crecemos cuatro veces más que las mayores economías de Europa o que la OCDE en su conjunto; la deuda pública española, aún siendo muy elevada, ha bajado más de veinte puntos desde el pico de la pandemia y ahora mismo está en el 103% del PIB; después de la angustia que vivieron tras la gran crisis, las empresas españolas son las que tiene menos impagos de toda Europa, y las menos endeudadas, junto a las chipriotas. También son las que están pagando más barato ese endeudamiento. Aunque Alemania tiene unos tipos ligeramente inferiores (también hemos conseguido el diferencial más bajo de la historia) sus bancos tienen menos confianza en ellas de lo que tienen los bancos españoles; el paro ha bajado a niveles que no se conocían desde antes de la burbuja y muchos gremios buscan desesperadamente cómo cubrir sus vacantes.

Se podría seguir: somos, a priori, la economía continental que menos va a sufrir por los aranceles americanos (aunque eso el tiempo lo dirá); un banco español, el Santander, se ha convertido en el más valioso de toda la UE; los inversores en bolsa han ganado en estos dos últimos años más que nunca, y la vivienda sube a velocidad de vértigo, lo que es muy malo para quienes no la tienen, pero muy bueno para los que son propietarios o las han adquirido como inversión.

Aún con este grave problema social –porque tener un hogar propio se ha convertido en inaccesible para muchos jóvenes– se encuentran con un mercado laboral más abierto que nunca, tanto que pueden elegir, algo que nunca había sucedido en España. Hay empresas que acuden a los centros de formación ocupacional para fichar a todos los alumnos que puedan, antes de que acaben los cursos, para que no se los quiten otras.

Si una generación que ha viajado mucho más que sus antecesores, se ha formado más y goza de innumerables comodidades que ellos no tuvieron se siente maltratada y cree que vivirá peor que sus padres será porque alguien les ha creado la expectativa de que debieran tenerlo todo con un mínimo esfuerzo, y eso no va a pasar en España ni en ningún otro lugar. Pueden ganar más en otros países –y por eso se van muchos– pero no vivir mejor, como están comprobando, y muchos se vuelven.

Resolver la falta de viviendas no es sencillo ni rápido, pero habría que estudiar los motivos y no se está profundizando en ello lo suficiente: en los últimos años se ha producido una acumulación de rentas en la población más madura, cuyas cuentas bancarias crecen rápidamente, como indica el informe del BBVA. Son ellos los que pueden comprar casas pero no sus hijos o nietos (los que realmente las necesitan) que no consiguen juntar lo suficiente para una entrada, o prefieren gastárselo en otras cosas, un carpe diem que se ha convertido en el estandarte generacional. Por tanto, se ha invertido la ecuación: el comprador de vivienda es quien no tiene esa necesidad imperiosa, porque ya tiene otra. Son ellos quienes absorben gran parte de la oferta (que no es mucha) y cambian la estrategia de los promotores, que prefieren construir para quienes pueden pagar más, olvidándose de las parejas jóvenes.

Todo lo demás, la bronca política, el enfado en las redes y en las calles, la tensión con las autonomías o los partidos antisistema se desinflamarían de la noche a la mañana si los dos partidos principales aceptasen ese gobierno de concentración. Dentro de su lógica política, es fácil de entender que ninguno de ellos lo haya propuesto pero llama la atención que no lo exija de nadie de entre quienes sostienen que la situación de España es tan desesperada. Un síntoma de que nadie lo cree realmente. 

Suscríbete a Cantabria Económica
Ver más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba
Escucha ahora   

Bloqueador de anuncios detectado

Por favor, considere ayudarnos desactivando su bloqueador de anuncios