Del cable de cobre a los satélites

Durante un siglo, la Humanidad ha realizado la mayor inversión de la historia, solo comparable a la progresiva transformación de la tierra virgen en cultivable que empezó hace unos 6.000 años. Se trata del tendido de cable de cobre que abrió la era de las telecomunicaciones, al conectar cientos de millones de viviendas en todo el mundo, facilitando a los humanos una facultad que no estaba escrita en sus genes, la de comunicarse a distancia sin que ningún obstáculo físico, ni siquiera los océanos, lo impida.

Esa gigantesca inversión realizada por compañías telefónicas de cada país y sufragada por sus clientes, perdió valor a partir de 1990, erosionándose a la velocidad en la que se derrite un gran icerberg en aguas cálidas, cuando llegaron las comunicaciones por antena y por satélite, que circulan por el aire, y la fibra óptica, que a pesar de requerir un tendido convencional, tiene una capacidad muy superior a la de los pares de cobre de la telefonía clásica.

Los tendidos de cobre que nos han conectado durante un siglo dejan de tener valor mientras los magnates mundiales se disputan el negocio

La pérdida absoluta de valor de una red de cobre que requirió el trabajo de millones de personas de varias generaciones para abrir las calles de todas las ciudades del mundo y enlazar a todos sus habitantes, al menos dejaba un consuelo: se ha amortizado a lo largo de todo un siglo y ha generado un valor incalculable en todos los demás sectores económicos, además de acercar a las personas, estén donde estén, lo que es aún más valioso.

La tecnología ahora necesita mucha menor infraestructura física. El cable submarino que ha tendido la multinacional Meta entre Virgina (EE UU) y Santander en unos pocos meses y el que ahora tiende Google, también hasta Santander, equivaldrán a cientos de miles de cables telefónicos convencionales, a un coste infinitamente inferior. Lo mismo ocurre con las comunicaciones satelitales. Por gigantesca que sea la inversión que hacen Elon Musk y Jeff Bezos (Amazon) para tener sendas constelaciones de satélites en el aire (Starlink y Kuiper), también ofrecerán los mismos servicios o más que el cable sin necesidad de tendidos por zonas del planeta desiertas o impracticables, y de miles de antenas repetidoras. Y también, curiosamente, Amazon también ha elegido Santander para su enlace con tierra, al menos para la Península ibérica.

Estos cambios tecnológicos han demostrado que operadores hasta ahora ajenos a este negocio, como Elon Musk o Bezos, pueden desplazar en muy poco tiempo a las empresas de telecomunicaciones históricas, que mientras duró la tecnología del cobre resultaban invencibles, porque nadie podía permitirse hacer otros tendidos semejantes. Ahora hay empresas que se atreven a replicar los cableados subterráneos con fibra óptica, y Cantabria es un ejemplo, pero otras que directamente van a utilizar el aire para dar cobertura inmediata a casi todo el planeta sin hacer una sola obra. Ni siquiera esas estaciones ‘puerta de entrada’, como la de Santander, porque alquilarán las antenas del Telepuerto existente en el PCTcan.

Por muchos peajes que ponga el Ministerio de Transición Ecológica en las tasas por uso de una banda de radiofrecuencia para que estas constelaciones de satélites puedan dar servicio a sus clientes de tierra, el coste de la inversión por ciudadano va a ser infinitamente inferior, aunque competir con estos gigantes será tan difícil como era antes competir con Telefónica, con British Telecom o con AT&T porque ahora la dimensión del servicio ya no es local o nacional. Se despliega de una vez para todo el planeta, de forma que el negocio a nivel global quedará en manos de dos o tres compañías a lo sumo, y todas ellas norteamericanas.

Por mucho que tratemos de mantenernos en lo alto de la ola tecnológica, nuestro papel va a ser el de usuarios de esa tecnología, como mucho, el de proveedores, pero desgraciadamente ya no hay ninguna posibilidad de alcanzar el protagonismo. No es un problema de falta de emprendedores o de poca ambición de los empresarios europeos, es un problema de dimensión. Seguirán apareciendo muchísimas iniciativas y algunas de ellas tendrán un gran éxito, pero estos operadores mundiales saben que resulta mucho más barato comprar esos éxitos, una vez testados en el mercado, que dejarles que crezcan más. La adquisición de Whatsapp por Facebook (la actual Meta) es el mejor ejemplo. Lo que entonces pareció un buen precio para sus creadores, ahora sabemos que resultó ridículamente barato para Meta, pero esa absorción era casi inevitable. En este club va a haber cada vez menos socios, y si hace ahora cien años EE UU obligó a romper sus grandes compañías porque estaban ejerciendo un auténtico monopolio en su país, ahora las nuevas metacompañías ejercen ese monopolio en el mundo entero, y lo peor es que nadie vería con buenos ojos exigirles lo mismo que se les exigió entonces, en favor de la libertad del mercado y del propio país, cuando las grandes compañías petroleras, del acero o de los ferrocarriles se convirtieron en más poderosas que el estado. Ahora empiezan a ser más poderosas que el mundo entero y nadie les va a parar los pies.

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