Sencillez o simpleza

Nada hay tan dañino como la simpleza, y el populismo es simpleza. Esa tentación tan humana que invita a suponer que lo simple es eficaz, solo porque resulta fácil de entender. Frente a la prosa farragosa y vacía de muchos técnicos y políticos, las soluciones de barra de bar resultan fascinantes, al explicar con sencillez la complejidad del mundo y al ofrecer soluciones rápidas a problemas que casi nunca las tienen.

Bolsonaro, Milei o Trump han llegado al poder por esta vía y, para sorpresa de todos, han conseguido imponer sus medidas, lo que no resulta fácil en administraciones donde todo está reglado y otros dirigentes más contenidos se topan con un muro al intentar cualquier cambio.

Bolsonaro ya pasó; lo que ocurra con Milei lo veremos, porque la prensa no hace un seguimiento diario y los focos están puesto en Trump, que no deja de dar noticias contradictorias. Lo que hundiría a cualquier otro político (ya se sabe que orden+contraorden=desorden) a él no le ha menoscabado demasiado hasta el momento, con unos índices de popularidad en torno al 40%, muy bajos para un presidente que lleva solo cien días pero que no se aleja mucho del porcentaje que tuvo de votantes.

Nadie sabe lo que va a durar este blindaje y posiblemente no sea mucho. El malestar no va a crecer más por la expulsión de los inmigrantes o por la necesidad que tendrán los importadores de buscarse la vida, sino por un goteo constante que horadará poco a poco la moral de quienes le votaron. Cuando sean conscientes de que han pasado de ser los que le dieron una patada al sistema votando a Trump a sentir esa patada en su propio culo.

No solo en un problema de inmigrantes o exportadores. Las políticas de Trump se vuelven en contra de sus propios votantes

Desde esa simplicidad de barra de bar se suele suponer que la posibilidad de que se hundan las bolsas debiera preocupar únicamente a los ricos o a las clases medias altas, que son quienes invierten en acciones. El resto de la ciudadanía poco tiene que temer, aparentemente, pero quienes se congratulan de que “otros” muerdan el polvo no son conscientes de que su propio futuro depende de cómo coticen esas bolsas.

Mientras que en España las pensiones públicas se basan en un sistema de reparto (se recogen las cuotas de los trabajadores activos con una mano y se le entregan con la otra a los pensionistas) en EE UU suelen estar depositadas en fondos e invertidas en acciones: si se hunde la bolsa, las pensiones también, así como los ahorros que los americanos de clase media guardan desde que nacen sus hijos para asegurarles una universidad privada, las únicas que garantizan un futuro profesional brillante. El futuro de grandes capas sociales, muchas de ellas votantes de Trump, queda en veremos cada vez que el presidente hace bajar las bolsas y no tardarán mucho en ser conscientes de ello. Por eso, pensar que la subida o bajada de Wall Strett solo afecta a los ricos es una simpleza.

Otro ejemplo. Desde el famoso Día de la Liberación (en realidad, el día de los aranceles), las líneas de barcos portacontenedores que van desde China a la costa estadounidense del Pacífico parten con muy pocos contenedores o en vacío. Aparentemente, otra victoria de las clases medias y bajas de EE UU, porque así los americanos tendrán que comprar productos propios, como desea Trump, y no chinos. Quizá lo consiga, pero los americanos van a pagar más por ello. Al margen de que en muchos casos no habrá productos locales sustitutivos para llenar lo ya han denominado ‘estanterías vacías’, empiezan a peligrar una parte de los nueve millones de empleos que tiene el país en el sector del transporte y de los 16 millones que viven de las tiendas minoristas.

De los entre 640.000 y 800.000 contenedores debieran haber llegado en abril a EE UU desde China, apenas lo han hecho una cuarta parte, lo que supone la supresión de cientos de miles de portes de camión en EE UU cada mes. Los chóferes no son chinos sino norteamericanos, y muchos, probablemente, han votado a Trump, convencidos de que defendía mejor sus intereses.

Otro ejemplo de cómo las bases del trumpismo empiezan a sufrir el efecto de lo que votaron es el de los agricultores de las inmensas llanuras del interior del país. El mercado nunca absorbe su gigantesca capacidad de producción, pero estaban acostumbrados a que el Gobierno les comprase todos los excedentes para su programa USAID de ayudas a países en conflicto o muy deprimidos. Al cerrar Trump esta agencia, se han encontrado con una situación imprevista, que se une a las volubles decisiones del presidente sobre los aranceles, y eso les provoca un absoluto desconcierto sobre qué conviene plantar para la siguiente cosecha, habida cuenta de los problemas que tienen con los stocks de lo que ahora producen.

Son ejemplos de cómo las políticas en las que hay más testosterona que cabeza, acaban por conseguir el efecto contrario al que suponían quienes se lanza a sus brazos. Desencadenar tsunamis es más fácil que pararlos y no son las clases populares las que mejor flotan en estas circunstancias, porque su capacidad de respuesta es muy limitada. Los clases altas seguirán en el país si les conviene o tomarán las de villadiego si creen que en otros sitios sus capitales van a estar más seguros o sus inversiones van a ser más rentables. Con Trump o sin Trump seguirán acumulando riqueza y el resto se las verá y deseará para seguir haciendo América grande, si es lo que pretendían.

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