La ganadería, una excusa

Los periódicos llevan años siendo un mal negocio, a pesar de lo cual no cierran. Los más ingenuos supondrán que es por defender una idea que va más allá de la cuenta de resultados. Quizá pudo ser así en el pasado, pero hoy, detrás de una televisión de izquierdas y un periódico de derechas está la misma empresa, que explota los sentimientos políticos de cada clientela sin el más mínimo rubor. Es una forma de segmentar públicos y darle a cada uno lo que quiere, como el que vende cocacolas y fantas, y de asegurarse de que, llegue quien llegue al poder, siempre le deberá favores.

Debe resultarles enternecedor comprobar cómo los lectores o los oyentes nos dejamos encelar ingenuamente por su producto, que nos lleva en una u otra dirección en función de nuestro arquetipo ideológico. Ya no es cuestión de disponer de un solo medio sino de tener los suficientes como para venderle a todos, piensen de una forma o de otra, igual que una marca de ropa hace tallajes o colores para no perder ningún cliente.

El pseudodebate de las macrogranjas ha sido un ejercicio de estrategias fallidas

Su problema ahora es cómo mantener productos tan ideologizados cuando empiezan a desdibujarse los patrones de quienes protagonizan las noticias. La líder de Podemos va a ver al Papa y vuelve arrobada y casi mística tras el encuentro con el Santo Padre, como le llama; tampoco es fácil encajar a Calviño en el traje ideológico previsto para el PSOE y al PP le duelen los ojos al ver la foto de Garamendi firmándole la reforma laboral al Gobierno.

El etiquetaje ideológico de los últimos diez años está haciendo aguas, y tanto la oposición como los grupos periodísticos se resienten de ello, porque las noticias, como las películas made in USA necesitan patrones muy reconocibles para triunfar. Cuando no se sabe bien quiénes son los buenos y los malos, buena parte de los espectadores huyen, y en el panorama político actual hay una enorme mixtificación.

Las televisiones ya sufrieron este fenómeno hace unos años, cuando se quedaron sin famosos que alimentasen las tertulias-escándalo y tuvieron que convertir a sus propios tertulianos en protagonistas de las noticias.

En la política empieza a pasar. Abascal ha descubierto que gana votos cuando está callado y, por tanto, ha dejado de dar juego. El líder ultraconservador no puede pronunciarse sobre asuntos que dividen a su parroquia, como las vacunas o el conflicto de Ucrania, y hace tiempo que evita las declaraciones.

Podemos, a su vez, ha dejado de ser sexy para los medios. Ya con Iglesias en el Gobierno dejó de tener la atención preferente que suscitaba mientras estaba a la contra, y tras su salida de la política, la cobertura de los actos del partido es mínima, hasta el punto que hoy solo una pequeña parte de la población podría identificar a la responsable orgánica, que no es Yolanda Díaz, sino Ione Belarra.

Ciudadanos no ha sabido diferenciarse del PP, y lo que diga apenas tiene trascendencia. Podemos, a pesar de gobernar, se estaba convirtiendo en irrelevante por falta de mordiente, lo que le llevaba a la extinción o a quedar en manos del glamour de Yolanda Díaz, una alternativa que le cuesta asumir a la militancia. Lo que nació para entregar el poder a las bases ha acabado por ser un partido más presidencialista que los tradicionales y eso no es fácil de digerir.

En esas dudas existenciales estaban cuando surgió la manoseada entrevista de Garzón en un periódico británico, en la que el ministro de Consumo criticaba las macrogranjas. El PP pilló la oportunidad y convirtió esas declaraciones en un ataque a la ganadería española en general, aunque nada tengan que ver estas macroinstalaciones industriales con lo que hacen los cientos de miles de ganaderos extensivos. El mensaje así tuneado caló rápidamente entre los ganaderos y entre quienes no son ganaderos. Sorprendentemente, Pedro Sánchez le compró el argumento al PP para fortalecer la posición de su partido en las elecciones en Castilla y León pero una impostura tan torpe hizo despertar a los ciclotímicos votantes de Podemos, de forma que el tropezón de Garzón se ha convertido en la mejor campaña para UP, a pesar de su incapacidad para llevar la polémica a su terreno.

En la política bipartidista, todo lo que perdía un bando por error o por omisión lo ganaba el otro. En el complejo panorama político actual, las derivadas son tantas y tan variadas que resultan incontrolables. Para el PP y Vox, que se felicitaban por la bandera electoral que Garzón le había entregado y que podía resultar tan rentable en Castilla y León para alcanzar la mayoría absoluta, la resurrección de Podemos, no es una buena noticia. Tanto la abstención como los votos que se quedan huérfanos de escaño benefician siempre al partido más votado, que será el PP, pero si una parte de esos votantes desganados de la izquierda acuden a las urnas se convierten en escaños del bando rival.

Desde hace mucho tiempo, al PSOE le resulta rentable la existencia de Podemos. Incapaz de alcanzar las mayorías de antaño por sí mismo, sabe que solo con estos votos de izquierda puede llegar a sumar. Por tanto, los ataques y desplantes a su socio (como los del PP a Vox) están perfectamente medidos: la coalición no se puede romper, pero los respectivos electorados tienen que tener constancia de que unos y otros no se aguantan y no renuncian a las banderas de siempre. En cuanto bajan el diapasón, los votantes más a la izquierda se quedan en casa.

El juego es tan sutil, que es fácil meter la pata. O no. Sánchez lo ha hecho al ofender a sus socios, pero la jugada no le va a salir mal del todo.

¿Alguien supuso ingenuamente que la defensa de ganadería tenía algo que ver en todo esto? Quien lo crea solo necesita comprobar que, al mismo tiempo que el presidente socialista de Castilla y la Mancha se pronunciaba con toda dureza contra Garzón aprobaba una moratoria para impedir nuevas macrogranjas en su comunidad, y el PP no votó en contra. ¿Entonces?

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