Juzgar desde casa

La supuesta democracia popular está llegando tan lejos que empieza a ser un problema para todo el mundo. Las redes sociales han creado un clima fiscalizador sobre cualquier circunstancia humana que, además de cansino, empieza a ser asfixiante. No hay materia sobre la que no surjan opinantes –mucho más si es polémica– ni asunto confuso sobre el que no aparezcan varios individuos con teorías clarividentes, tanto que parece un desperdicio no tenerlos de presidentes del Gobierno. El problema es que ni son tan clarividentes ni están tan dispuestos a hacer un favor a la Humanidad. Simplemente quieren opinar o demostrar que están muy por encima de lo que ha dicho el político, ha escrito el periodista o ha opinado otro como él.

Los nuevos medios de comunicación han facilitado enormemente su tarea, porque antes no tenían más posibilidad que pintar con un spray una fachada, y con ello han conseguido una multiplicación de la banalidad y de la discrepancia imposible de gestionar. Pero puede que el asunto haya llegado demasiado lejos. Un indicio es la decisión que han tomado los dos grandes organismos que regulan y fijan las reglas del golf en todo el mundo, la USGA y el Royal and Ancient, al acabar con los telearbitrajes, esa posibilidad que se venía ofreciendo a cualquiera que vea un partido de golf por televisión de llamar a los jueces del partido para comunicarles una infracción de algún jugador que ellos no hayan observado. La idea no parecía mala, y durante años ha dado lugar a no pocas sanciones a jugadores, a los que se sumaban golpes de penalización, después de comprobar la certeza de la denuncia. Lo que nadie había supuesto es que hubiese espectadores tan empeñados en denunciar, que atascan la labor de los jueces, porque todas esas jugadas se revisan en los vídeos, o que no pocos de ellos tienen una especial inquina a jugadores concretos, y se pasan la vida acosándoles desde su sofá con denuncias de supuestas violaciones de las normas al jugar la bola. El resultado es que una idea tan democrática ha acabado por convertirse en una tortura para los jueces y para los grandes torneos, hasta el punto que todos ellos han decidido acabar con el experimento. Se acabó la democracia popular. Eso sí, lo han vestido lo mejor que han podido. Ahora habrá un juez específico, en el camión del realizador de televisión, para revisar los vídeos y, si ve algo anómalo, avisará a los jueces de campo.

Cuando el control social se convierte en una caza de brujas, entramos en un terreno muy resbaladizo

La política y en la economía también ha evolucionado hacia esos controles externos, que nunca son suficientes para los que insisten en que tenemos una democracia de baja calidad y pretenden reinventarla, sin dejar entrever muy bien cuál es su modelo de país (si Suiza, EE UU. Suecia, Noruega, Inglaterra o Dinamarca) porque hasta las más idílicas democracias pasarían por un tamiz muy fino en algunos aspectos, empezando por el hecho de que la mayor parte son monarquías y eso, en opinión de nuestros críticos nacionales, es incompatible con una verdadera democracia.

España ha cambiado mucho en los últimos años como consecuencia de una presión popular que ahora se manifiesta sin tapujos en las redes sociales, en los nuevos partidos o los movimientos callejeros. Eso ha obligado a todo el mundo, empezando por los políticos, a tomar muchas más precauciones. Todos se tientan la ropa antes de realizar cualquier comentario políticamente incorrecto, que puede perseguirles de por vida. Lo que antes era un piropo, socialmente aceptado e, incluso jaleado, ahora es una agresión verbal. Y cualquier contraprestación que pudiera tener la política, ahora es intolerable, porque a la política solo se va a servir y a sufrir, según esta opinión dominante. La caza de brumas llega tan lejos que el nombramiento del exdirector de Sodercan como consejero de la nueva sociedad semipública que se ha creado en Reinosa para gestionar la planta de forja de Sidenor ha sido considerado una vergonzosa puerta giratoria por la mitad del arco político cántabro, aún tratándose de un cargo no remunerado, y de que fue él quien diseñó la operación para evitar el cierre de la fábrica (que hubiese ocasionado la ruina de Campoo) y que, por tanto, parece lógico suponer que es quien más sabe del asunto.

Cuando el control social y popular se convierte en una caza de brujas entramos en un terreno muy resbaladizo y, antes o después, alguien lo acotará para limitar los desmanes. Es posible que un campo de fútbol haya cien mil personas que estén convencidas de que lo harían mejor que el árbitro, pero la Federación solo admite que ese papel lo haga el colegiado. Se podrá ayudar de los elementos técnicos que en cada momento se crean oportunos, pero nunca se pitarán los penaltis por votación popular, porque ese camino no conduce a ninguna parte, como han comprobado los responsables del golf.

Los mecanismos que se han establecido en España para denunciar posibles fraudes fiscales han tenido eficacia, pero siempre se han basado en la inquina de algunas personas contra otras. Puede acabar resultando rentable para el sistema, pero está claro que no resultará fácil vivir en un mundo en el que todos nos sintamos vigilados por el vecino. Siempre que ha ocurrido así, el sistema no pudo considerarse una democracia, ni siquiera popular, era una dictadura.

Por Alberto Ibáñez

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