Imágenes para la historia

La representación en piedra de Miguel Ángel Revilla en Polaciones y la foto de Pedro Casares y Pablo Zuloaga vestidos de romanos y blandiendo espada y lanza a su paso por la tribuna de autoridades de Los Corrales de Buelna son dos imágenes que quedarán para la historia. Tanto que probablemente sus protagonistas hubiesen preferido evitarlas. Revilla eludió personarse en la inauguración del monumento que le han dedicado su paisanos debido a sus compromisos en Madrid. Ese día comía con Pedro Sánchez para tratar un asunto que ha incomodado especialmente en su partido, la crisis del PSOE, sin poder evitar que le descabalgasen el Gobierno, así que ambas fotos tienen una conexión bastante estrecha.

Revilla sabe que a día de hoy importa más un minuto de televisión que una escultura en piedra, ya que todo es efímero. Él no tiene calles con su nombre ni las va a tener, porque la democracia ha creado un nuevo tabú, que impide reconocer con una placa a un político, haya hecho lo que haya hecho. Suárez tuvo que esperar a morirse para tener un honor semejante (si dejamos al margen de un pabellón municipal que pusieron en su pueblo) y quienes le sucedieron como presidentes del gobierno de la nación o presidentes de las autonomías no lo tendrán nunca, a no ser que sean catalanes y les metan en la cárcel, lo que les convertiría en mártires y les garantizaría no una calle sino una avenida en cada pueblo, aunque hubiese que construirla exprofeso.

Nadie borrará de las calles los nombres de presidentes como Cánovas, Dato o, incluso republicanos, como Castelar, pero tampoco osará proponer el nombre de un presidente democrático, a riesgo de que lo crucifiquen. Son los sinsentidos que tiene este país, quizá por haber pasado por una dictadura que llenó las ciudades de calles del Generalísimo, de Calvo Sotelo (no el que fue presidente por UCD) y de generales. Y mientras las comisiones encargadas de proponer nuevos nombres se las ven y desean para encontrarlos sin recurrir al de ningún político, conservamos miles de placas en honor de personajes de los que no tenemos recuerdo o de los que no deberíamos tenerlo. Pero es mucho más fácil dejar eso como está que, por ejemplo, dedicarle una calle a Emilio Botín. El Ayuntamiento de Santander ha decidido darle su nombre a la plaza que da acceso al Centro Botín y ya veremos como hay protestas.

Por eso, a Revilla no le han hecho ningún favor las autoridades de su pueblo al erigirle la estatua, y mucho menos el autor, que sin pretenderlo ha acabado labrando una caricatura en vez de un retrato realista. Tampoco le hicieron un favor los fotógrafos a Casares y Zuloaga lanza en ristre y con escenografía propia de una tragedia clásica mientras forzaban una crisis de gobierno, pero son las imágenes de estos tiempos.

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