Cuando todo rueda a favor
Decía el gallego Pio Cabanillas, uno de los líderes de la turbulenta UCD, aquello de “todos al suelo que vienen los nuestros”, una humorada que definía perfectamente lo que estaba ocurriendo. Ahora que todos los factores confluyen como en una extraña alineación de planetas para que nuestra economía deslumbre, habría que plantearse la misma estrategia. Nuestro mayor peligro somos nosotros mismos, y no Trump, porque los intereses de partido están menoscabando sin ninguna piedad la imagen de España que dicen defender.
Son unos tiempos raros estos en los que, si preguntásemos por la calle sobre la marcha del país, nos encontraríamos dos respuestas diametralmente opuestas. La de quienes afirman que nos hundimos en el caos y la de quienes opinan que vivimos momentos de euforia. Quizá esté ocurriendo todo a la vez, pero lo cierto es que en muy pocas ocasiones se dieron tantas circunstancias favorables para la economía española. Si el pasado año pudo crecer un 3,2% con toda Europa estancada –algo inédito– este podría ser aún mejor, aunque las previsiones iniciales de todos los institutos de análisis rebajasen ese crecimiento al entorno del 2%.
Si exceptuamos el factor Trump, que puede dar un vuelco completo a la situación en el momento en el que por fin se aclare de qué hacer con los aranceles, todos los vientos soplan a favor. Las reservas turísticas ya permiten suponer que se volverá a batir el récord de entradas y quizá este año se alcance la cifra mítica de los cien millones de extranjeros. El interés por España no decae aunque surjan otros destinos competidores y los precios de nuestros hoteles se hayan disparado.
La pérdida de valor del dólar y el extraño empeño de los países productores de petróleo por anegar los mercados se han convertido en otros aliados inesperados pra nuestro país: la cotización del brent en torno a los 60 dólares o por debajo va a rebajar significativamente la factura de nuestras importaciones de crudo y lo hará por partida doble, ya que al hundimiento del precio se une el de la moneda americana, que es la utilizada para fijarlo. El efecto conjunto de ambos factores entre enero y finales de abril es de un 38% y el ahorro va a ser muy importante, aunque en los últimos años la incorporación de las renovables ya ha recortado muy sensiblemente los 42.000 millones que España venía pagando cada año por el crudo importado.
El récord turístico, el hundimiento del precio del crudo, el descenso de los tipos de interés, los pantanos llenos, la bolsa en máximos… Solo nosotros podemos estropearlo
Como los combustibles tienen un efecto notable sobre el coste de todo tipo de productos y servicios y, en consecuencia, sobre el IPC, también se produce un sensible alivio para las familias, que se traduce en una mayor disposición al consumo, lo que a su vez debería reforzar el crecimiento de la economía.
La reacción a la baja de los tipos de interés, para tratar de contener el tsunami que llega de EE UU será otro factor inesperado a la hora de alimentar esa euforia económica, al impulsar las inversiones de las empresas y reducir el gasto en intereses de la deuda pública, pero también para estimular las compras de viviendas, al moderarse el euribor.
Por si fuera poco, esta vez ha llovido a gusto de todos, o casi, cuando tenía que llover, por lo que habrá buenas cosechas (si nada raro ocurre a partir de ahora) y se han llenado los pantanos, algo que no sucedía desde hace mucho tiempo, lo que garantiza los riegos, los consumos domésticos y una electricidad barata.
Cuando a todo esto le añadimos que las bolsas por fin han recuperado los máximos de 2008 y este año se sustanciarán –ya era hora– muchas de las inversiones apoyadas con los fondos europeos que España recibió tras la pandemia, nos encontramos con un escenario tan insólitamente favorable que podría llevar a un recalentamiento de la economía.
Al mismo tiempo, vivimos un momento tan incierto que todo puede pasar. Basta con que Trump imponga finalmente los aranceles que anunció y que las grandes economías europeas sufran las consecuencias para que todo pueda desmoronarse, porque lo que les afecte a ellos nos repercutirá después a nosotros, sin descartar la posibilidad de que nos quedemos sin Gobierno, dada su enorme fragilidad.
Por tanto, ese 2,6% de crecimiento que ha estimado el Ministerio de Economía en su más reciente revisión para este año puede quedarse muy corto o muy largo. El año pasado, las previsiones iniciales ya sufrieron un error muy grosero de hasta un 60%, afortunadamente para bien, porque la cifra final fue muy superior a la prevista. Veremos lo que ocurre ahora.