Burocratismo

Una de las quejas más reiteradas de los empresarios se refiere a la enorme burocracia que han de soportar. Les sorprende, incluso, a los extranjeros que residen en España. Nuestras administraciones públicas han sido muy eficientes en la generación de todo tipo de normas. Ya no hay que acudir, como en el franquismo, de ventanilla en ventanilla, ni hacerse con uno de los cientos de formularios distintos para pedir casi lo mismo, ya que cada departamento inventaba el suyo, ni rellenarlo por triplicado, ni acarrear el certificado de buena conducta, la fe de vida o la partida de nacimiento. Ni siquiera se lleva uno la sorpresa de que, cuando por fin ha reunido todos los papeles, en la ventanilla de destino le digan que le falta la póliza imprescindible o el voluntario (?) sello en beneficio de los huérfanos de nadie sabe quién. No. Ahora todo es mucho más sutil, y afortunadamente, más respetuoso con el ciudadano. Ni siquiera hay ventanillas, desde que en los años 80 los socialistas ordenaron que todos los mostradores tenían que ser abiertos, sin que eso haya causado ningún trastorno para los funcionarios que se sepa, más allá de que el público de la cola pueda contemplar si están en su puesto o no.

Ahora es una burocracia que ni siquiera requiere mostradores, porque cada vez hay menos motivos para acudir a un organismo público. Es la burocracia política. Una clase funcionarial que se ha adueñado de la política, porque gran parte de las cosas que nos pasan en la vida es por estar en el sitio adecuado (o no) en el momento adecuado (o no). Ellos estaban ahí cuando llegó el dirigente de turno y necesitó formar un equipo. Ellos seguían estando ahí cuando las tornas políticas hicieron que le tocase gobernar a su rival. Y una buena parte de los altos funcionarios acabaron por formar la clase política, a la vista, además, de que en las bases de los partidos tampoco había mucho donde elegir.

En el Congreso, casi el 40% de los diputados son funcionarios, cuando su peso en la población es del 3,4%

Es muy difícil que la política hoy pueda atraer a otros profesionales, porque no les ofrece un atractivo suficiente. Los sueldos, por mucha demagogia que se quiera hacer, son muy inferiores a los del sector privado. Incluso a los del sector público, porque hay consejeros y ministros que cobran menos que cuando ejercían como catedráticos de universidad o como jefes de servicio con un carro de trienios. Y nunca resulta fácil ejercer la jerarquía sobre otros que cobran más que tú y que saben que tú solo están de paso y ellos no.

Eso ha dado lugar a un cambio radical en la clase política, que ahora está mayoritariamente compuesta por funcionarios (en cualquier gobierno nacional o regional son más del 70%) mientras que los profesionales independientes prácticamente han desaparecido, porque abandonar sus despachos durante unos años para ejercer la política puede suponer que a la pérdida del cargo no tengan donde volver.

Los diputados que tienen escaño en el Congreso podrían ser la primera fuerza política si se uniesen, ya que han llegado a rozar el 40% (un porcentaje absolutamente desmesurado cuando su peso en el conjunto de la población es del 3,4%). Entre los parlamentarios del PSOE son nada menos que el 47,6% y en el PP, el 36,6%, aunque en la legislatura anterior superaba el 44%.

La política hace políticos y la burocracia hace burócratas. España ha pasado de tener una gran clase política en la Transición, donde todas las formaciones tenían grandes nombres, a tener una clase política burocratizada, sin grandes objetivos generales y a veces con pequeños objetivos particulares, como asegurarse el nivel funcionarial más alto posible una vez que se abandone el cargo. Y es curioso que los ciudadanos se muestren tan convencidos de que los políticos están ahí para medrar y no se apunten a los partidos para participar si tan lucrativo es el negocio. No lo verán tan fácil, como tampoco lo creían en el fondo aquellos que consideraban la mejor opción posible “vivir como un cura”, pero no se les pasaba por la cabeza apuntarse a ella.

La ciudadanía mira a los partidos con una distancia infinita, los partidos se van empequeñeciendo y, como hay alguna ley física que lleva a llenar los huecos, los cargos se van ocupando, casi siempre con funcionarios. Así es ahora la política real, la que ejerce el poder, no la que hace mítines. Pura burocracia.

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