Una costera engañosa

Solo unos pocos vivieron la jornada histórica de 1960 en la que se desembarcó un millón y medio de kilos de bocartes en Santoña. Y, de aquellos, la gran mayoría daba por sentado que nunca volvería a ver nada parecido. Sin embargo, entre el 8 y 9 de mayo un centenar y medio de barcos dedicados a la costera de la anchoa descargaron casi dos millones de kilos de bocartes, después de detectar una gran concentración muy cerca de la costa, entre Liencres y Santander. Peces pequeños, pero que las conserveras compraron, porque llegaron a estar en lonja por debajo del euro el kilo, debido a la enorme abundancia.

El millón de euros largo que han dejado algunos días las subastas luego se transforman en una cadena de compras en la economía local, desde el gasóleo o el hielo, a las actividades complementarias, como la reparación de las redes. Unos ingresos que en otras actividades son recurrentes pero en el caso del pescado son siempre inciertos y que en esta cuantía, apenas ocurren.

Las descargas acabaron con las cajas de las que disponen las cofradías cántabras, que no eran capaces de alijar tanto pescado, ni dar hielo y combustible a tanto barco. Y a la vista del hundimiento de los precios, los patrones mayores optaron por ‘poner bandera’ y dejar de pescar ese fin de semana para no hundir aún más las cotizaciones. Bastó esa decisión para que los precios subieran a 2,4 euros por kilo. No obstante, el ritmo de capturas ha seguido siendo muy alto, hasta el punto que para el 15 de mayo ya se habían sacado del agua alrededor de 15.000 toneladas en el Cantábrico y se calcula que antes del 10 de junio se dé por concluida la costera, al agotarse las 24.500 toneladas que tiene el país para esta campaña de primavera, lo que obligaría a amarrar la flota temporalmente, y más si se tiene en cuenta que el Ministerio cierra la pesquería cuando ya se ha capturado el 90% del cupo.

En tierra, las conserveras pusieron sus fábricas a pleno rendimiento. “Ya no queda nadie a quien llamar, por lo menos aquí en Santoña, salvo los que no quieren trabajar, que también los hay”, confesaba un fabricante de anchoas. No obstante, la mayoría ha optado por una doble estrategia:meter parte de lo comprado en las cámaras frigoríficas, donde el proceso de maduración se ralentiza mucho, e ir procesando mientras tanto en fresco.

Marruecos también compra

Los conserveros se mueven en el filo de la navaja. No era el pescado que esperan pero no pueden dejar de comprar, porque corren el riesgo de quedarse sin nada cuando se cierre la campaña, aunque siempre queda la posibilidad de que, semanas después, aparezca una punta de buen tamaño y barata en el Atlántico, que no está sometido a estos cupos.

Pero eso siempre es incierto y la costera del Cantábrico ha dejado menos euforia de la que cabía esperar, porque las más beneficiadas van a ser, paradójicamente, las empresas marroquíes, que son las únicas que pueden trabajar con los peces de pequeño tamaño, por el bajo precio de su mano de obra. En el sector aseguran que las grandes fábricas de anchoa que se han creado en la costa de aquel país tenían preparadas flotas de camiones en España, que les ha permitido comprar tanta anchoa como ofrecían las lonjas nacionales.

Estos fabricantes africanos han contribuido a dar la salida al ingente volumen de bocarte que ha entrado algunas jornadas pero, una vez lo procesen, se convertirán en unos incómodos competidores, porque aunque trabajen las gamas más bajas de anchoa, “al final esos precios nos afectan a todos”, dicen los envasadores locales.

El millón de kilos diario que se han subastado en las dos primeras semanas de costera daban para eso y para llenar los puestos de venta de pescado fresco de todo el país. Y, sin embargo, los conserveros cántabros seguirán buscando bocarte, porque no era la costera que necesitaban.

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