¿Una solución para deshacerse del exceso de estiércol?

Los residuos ganaderos hace tiempo que dejaron de ser una solución para la fertilización agraria y pasaron a convertirse en un problema. Las vacas cántabras producen cada día unas 13.000 toneladas de estiércol, muchas más de las que necesitan las fincas en explotación y buena parte de ellas acaban en los cauces de los ríos, bien por vertidos directos o por filtraciones. Sólo así puede explicarse que nuestros cursos fluviales estén contaminados prácticamente desde sus fuentes, donde no hay concentraciones urbanas ni actividades industriales que lo justifiquen.

Eutrofización de los ríos

El consejero de Medio Ambiente, José Luis Gil calculaba hace algún tiempo que los abonos de origen animal suponen el equivalente al vertido diario de 100 toneladas de nitrógeno y unas 76 de fósforo, los dos elemenos químicos que más colaboran a la eutrofización de los cursos de agua, un crecimiento desmedido de las algas que consume todo el oxígeno e impide la vida animal.
La legislación establece en un máximo de 170 kilos de nitrógeno por hectárea y año la cantidad que puede recibir un terreno sin provocar problemas ambientales, pero la realidad es que en 70 municipios de Cantabria se supera esta cantidad y en 39 –muchos de ellos de la zona de Trasmiera– se sobrepasa el límite en niveles preocupantes, máxime cuando se tratan de terrenos kársticos, especialmente permeables. No obstante, y sin que aún se conozca la razón exacta, en los estudios sobre las aguas subterráneas del Instituto Geológico Minero y en los del Ministerio de Medio Ambiente sobre las aguas superficiales no se ha detectado un índice de nitratos tan elevado como cabía suponer, quizá porque la elevada pluviosidad de Cantabria produce un efecto de dilución.

Dispersión y mucho agua

La planta de tratamiento de purines de Reocín debe contribuir a disminuir esta carga contaminante, al retirar de circulación 100.000 toneladas cada año de abonos orgánicos de la zona central de la región, y convertir esta materia orgánica en energía eléctrica. Aparentemente, es la panacea, dado que convierte en negocio lo que ahora es simplemente un problema. Pero ni resulta tan fácil el tratamiento ni su eficacia está suficientemente testada, por lo que de alguna manera esta planta será un proyecto pionero.
La primera dificultad está en la logística. En Cantabria la recogida de los purines es complicada, dado que las granjas ganaderas se encuentran muy diseminadas y la mayoría de ellas producen cantidades poco relevantes. Esa circunstancia multiplica los costes de transporte.
Otro problema añadido es la enorme cantidad de agua que acompaña este estiércol, producto de la limpieza de los establos con manguera. El exceso de humedad –que muchas veces supera el 80%– no solo requerirá más combustible para evaporarla, sino que produce otro sobrecoste en el transporte hasta la planta.
Todo ello supone que los ganaderos tendrán que pagar alrededor de dos euros por metro cúbico para que les sean retirados los purines y tendrán que construir unos depósitos estancos donde almacenarlos hasta su retirada.

Cambio de tecnología

La planta de purines se ha ubicado en el lugar de El Burco, una zona de la mina de AZSA relativamente alejada de las zonas pobladas de Cartes y Reocín, aunque sus promotores aseguran que esta actividad no genera ningún tipo de olor. Con ello se pretende aprovechar una parte del suelo que deja excedente la explotación minera y recolocar a treinta de los trabajadores que quedarán sin empleo a su cierre.
Inicialmente, fue Sinae la sociedad interesada en la explotación de la planta de purines, pero esta empresa de energías alternativas, que ya tiene un know how importante en este tipo de actividad por contar con otra explotación semejante en Segovia, ralentizó el proyecto tras ser adquirida por Hidrocantábrico. Finalmente, la Consejería optó por dejar el proyecto en manos de otra compañía, la firma Sufi, que será la que financie la planta y la ponga en funcionamiento.
Al cambiar el socio tecnológico del Gobierno regional ha cambiado también el procedimiento previsto para la planta. Se ha desechado el horno de combustión que proponía Sinae, al entender que no había ninguna garantía de conseguir que los purines tuviesen una humedad inferior al 75% y ante las dudas sobre la actitud de los ecologistas, muy poco partidarios de las incineraciones.
La planta de Sufi funcionará con una tecnología y una operativa muy semejante a la que se emplea en las decantadoras de lodos de las depuradoras. La combustión de gas natural calentará turbinas de agua con las que se obtendrá electricidad y el calor residual (9,1 Mw) se aprovechará para el secado de los purines en los trómeles. El resultado son dos productos vendibles: electricidad (18 Mw), que se venderá a la red eléctrica, y pellets de abono orgánico (12.000 toneladas al año), unos gránulos de fertilizante natural que tiene mejor valoración que el humus, aunque el mercado está relativamente saturado para ambos. En el peor de los casos –que no encuentren salida– siempre puede utilizarse para la fertilización de los campos en los que anteriormente se usaban los purines, con una contaminación inferior.
Los gases que se generan durante el proceso de producción de los pellets serán desodorizados antes de su emisión al aire, para evitar el impacto ambiental sobre la zona.

Suministro de materia prima

La planta necesita tener garantizado el abastecimiento de materia prima. Algo que no resulta tan sencillo a pesar de que las 364.000 cabezas de bovino mayor que hay en Cantabria generan muchos más residuos de los que podría llegar a transformar. Los ganaderos están acostumbrados a que no les cueste nada deshacerse de los purines y aunque reciben frecuentes multas del Seprona (el organismo de la Guardia Civil que vela por la naturaleza) no resultará fácil convencer a todos ellos de que construyan un silo, almacenen en él los residuos ganaderos, comprueben que no existen filtraciones y los entreguen periódicamente al camión que pasará a recogerlos.
Eduardo Arrojo, responsable del proyecto, sostiene que al precio estipulado, la acogida está resultando buena, “porque si hacen cálculos, y estiman el tiempo que necesitan para el vertido, la amortización del tractor, el combustible, etc. y la posibilidad de ser multados comprueban que les resulta más barato que se lo recojamos”.

Más plantas en el futuro

La planta de Reocín estará automatizada, a pesar de lo cual, se calcula que todo el proceso requerirá unos 30 empleos directos y un número elevado de empleos indirectos, habida cuenta de que serán necesarias varias rutas de recogida, con camiones de distinto tamaño, para llegar a explotaciones de difícil acceso. El proceso es mucho más complicado en Cantabria que en otras comunidades de ganadería intensiva, donde la cabaña ganadera se concentra en un número reducido de explotaciones, lo que propicia una sensible disminución de los costes de almacenamiento en la granja y de recogida.
El proceso administrativo y urbanístico lo ha tramitado la Empresa de Residuos de Cantabria y teóricamente debiera haber permitido poner la planta en funcionamiento en el 2003 de no haberse producido el abandono de Sinae. Dado que la construcción requiere aproximadamente un año y medio, las instalaciones, cuya primera piedra se puso en febrero, podrían entrar en funcionamiento en el otoño del próximo año.
Si tienen el éxito previsto, la Consejería de Medio Ambiente optaría por emplazar otra planta semejante en Meruelo, un lugar que se ha convertido en un gran complejo de tratamiento de residuos y que tiene la ventaja de encontrarse situado en el corazón de una zona muy ganadera.

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