Cazadores de ideas

Dijo un célebre guionista americano que “no hay nada nuevo bajo el sol” y, aunque hay quienes se atreven a romper moldes para descubrir pequeños huecos de mercado aún por llenar, es más que probable que una idea de negocio que nos parece novedosa esté ya inventada en otros países.
No es que lo diferente sea sinónimo de éxito, porque aquellos que han decidido salirse de las vías marcadas por los negocios convencionales han tenido muchos problemas para conseguir apoyos y, una vez en marcha, para disipar la incredulidad que suele suscitar este tipo de productos o servicios desconocidos. Pero saben que, si son capaces de aguantar lo suficiente para encontrar una demanda, la diferencia pasará de inconveniente a ventaja.
Casi todas las ideas empresariales que hoy sorprenden en la región son el reflejo de una sociedad que cada vez disfruta de una mayor calidad de vida. De hecho, es habitual que casi todos los negocios confluyan en una misma idea: hacernos la vida más fácil. Sólo cambia el destinatario.
Algunos ejemplos: una marisquería a domicilio para la celebración de cenas íntimas; una tienda de artículos para ancianos o personas con dificultades de movilidad tras una enfermedad o intervención médica; servicios de lavado y planchado a domicilio; tiendas de objetos para zurdos y hasta un chófer por teléfono que puede conducir nuestro coche a cualquier hora del día previa cita. Las nuevas aficiones también provocan nuevos negocios: los talleres de tunneado de coches, los hoteles para mascotas o, incluso, los cementerios caninos.

Marisquería a domicilio

Hace años que arrancaron en Cantabria los servicios de alimentación a domicilio. Sin embargo, hasta hace poco, la oferta se reducía a la conocida como ‘fast food’ o comida rápida: bocadillos, ensaladas, pizzas o hamburguesas. Algunos restaurantes italianos de comida casera como ‘El Solecito’ ampliaron su negocio con el reparto a domicilio de los mismos platos que servían en el establecimiento, pero ha sido un cocedero de marisco ubicado en la avenida santanderina de Reina Victoria el más osado en su propuesta.
Tenacitas, que así se llama, vende marisco cocido y preparado a domicilio con un doble objetivo “poner algo considerado de lujo, al alcance de todos los bolsillos, y ofrecer un producto de alta calidad con tecnología que asegura un óptimo nivel de conservación y preparado”, dicen sus fundadores, dos hermanos de origen cántabro.
Media hora después de solicitarlo, cualquiera puede tener en su casa una cena de bogavantes, centollo, gambas, langostinos, nécoras, cigalas, caracolillos… Con la posibilidad de escoger un menú de varios mariscos combinados, que facilita la decisión del usuario a través del teléfono o de internet.
El precio medio de un menú para dos personas oscila en torno a los 30 euros y, alrededor de los 50, si los comensales ascienden a cuatro. Los precios son para todos los bolsillos, según Lander Toca: “No hace falta mucho dinero porque el marisco se envía a casa a partir de 12 o 15 euros”.
La idea, sólo intuida en nuestro país por algunas marisquerías del sur de España, es una adaptación de un negocio que conocieron durante su estancia en Méjico y Estados Unidos por motivos de trabajo. Allí comprobaron que se incluía marisco en las cestas de regalo a domicilio y decidieron que si era posible enviar mariscos de esta forma, podían intentarlo en Santander. Abrieron sus puertas en junio del 2004.
Aún no han descubierto un perfil claro de consumidor –aseguran que es muy variado– pero sí han confirmado que existía un nicho de mercado porque Tenacitas está funcionando.

La Tienda del Abuelo

A la cada vez más numerosa tercera edad se dedica en exclusiva La Tienda del Abuelo, la primera cadena nacional de establecimientos especializados en la venta de productos y servicios para el mayor. Utensilios para comer, sillones que ayudan a levantarse, camas reclinables, muebles adaptados para cocina o baño y curiosas herramientas como los ‘subemedias’ ideadas para ponerse los calcetines sin tener que agacharse o barajas de cartas con mayor tamaño del habitual para engañar a las dioptrías.
Corría el mes de agosto de 2002 cuando Antonio y Rocío Solana, dos hermanos mejicanos pero residentes en Cantabria desde bien pequeños, ojeaban una revista de franquicias en busca de “una idea novedosa, diferente, fuera de lo común…” y la descubrieron. Tanto les gustó el proyecto que decidieron ponerlo en marcha en Santander sólo un mes después de que lo hiciera la primera tienda del grupo en Barcelona.
Antonio Solana había estudiado Derecho y Administración de Empresas y tenía experiencia en la gestión de ventas. Así que abandonó su trabajo por cuenta ajena y asumió el riesgo, con la ayuda de su hermana Rocío como socia capitalista y animado porque “era un negocio emergente, dado que en Cantabria cada vez existe más población mayor”.
Encontrar un local comercial de unos 100 m2 –con 82 de exposición– en la calle Vargas también resultó definitivo, por tratarse de un lugar de paso para peatones y cercano a instalaciones sanitarias como Valdecilla, la Residencia o el Centro de Salud de Vargas.
Lo más curioso es que no suelen ser los ancianos los que atraviesan la puerta del establecimiento. Casi siempre son mujeres de entre 45 y 60 años con una persona mayor a su cargo. El empresario y dependiente de la tienda ha comprobado que “son ellas las que, al final, toman la decisión de compra”.
Tras dos años y medio de actividad, el negocio marcha bien aunque “no para tirar cohetes”, reconoce. Sobrevivir al arranque de un concepto tan novedoso ya indica bastante porque sólo cuatro de las once tiendas nacidas durante el primer año de expansión de la franquicia han resistido, aunque con el tiempo se hayan sumado otras hasta completar las 14 de esta enseña en todo el país, a las que pronto se añadirá alguna más en Portugal.
“Los cántabros –asegura Solana– somos prudentes ante lo desconocido, pero el recelo se pierde si nos dan confianza y facilidades para probar e, incluso, para devolver el producto”. Antonio señala que los clientes repiten y achaca la buena marcha del negocio a la gestión, a la novedad de unos productos que sólo encuentran competencia en algunas ortopedias –aunque son exclusivos en un 80% y casi todos importados– y a la variedad, con un amplio abanico de precios.

Recogida de ropa para planchar

La iniciativa personal movió a dos mujeres emprendedoras, Mercedes Araújo y Flor Saiz, hartas de trabajar como camareras, a crear Todo Plancha también en el 2002. Sus servicios son usados por muchos hombres y parejas en las que ambos miembros trabajan fuera de casa.
La idea es muy sencilla: la ropa lavada se recoge a domicilio y se entrega planchada en un plazo de 24 horas. Como en cualquier otro reparto a domicilio, existe una zona límite para la recogida que incluye Santander y sus alrededores, con un pedido mínimo de 12 prendas y una tarifa fija de un euro por prenda, con independencia de que sea una camisa o un calcetín.
Para comenzar a funcionar en un pequeño local de General Dávila sólo necesitaron una subvención pública para invertir en maquinaria de planchado y, tras unos comienzos difíciles, los resultados comenzaron a verse al cabo de un año.
Parece que en este sector tienen más posibilidades de salir a flote aquellas empresas que piensan en las necesidades de la gente que trabaja fuera de casa y le dan al cliente ‘todo hecho’. Por eso, no han resistido al paso del tiempo las lavanderías donde es el cliente el que se lava la ropa, al estilo americano. Este tipo de establecimientos nacieron para cubrir una necesidad que en Cantabria demostró ser demasiado puntual y, en los últimos años, han desaparecido al menos tres que probaron suerte en Mies del Valle, en la Cuesta de la Atalaya y en Valdenoja.

Hoteles y cementerios caninos

Hoy en día hay hoteles especializados en todo tipo de clientelas: obesos, gays, multimillonarios… Así que no puede extrañar que los animales de compañía tengan un lugar para pasar una temporada fuera de casa, sobre todo en un país como España donde la mayoría de los hoteles para humanos no aceptan animales y, por tanto, para poder salir de vacaciones hay que buscar previamente dónde alojar la mascota.
Cantabria dispone de varios hoteles caninos como el Besaya, Parayas –que además de residencia canina se ha especializado en el adiestramiento–, el más familiar Ruta Norte en Escalante, o La Valleja, de Liencres, pionero en la implantación de un servicio de recogida de animales muertos para su posterior entierro o incineración. Era otra necesidad que nadie había cubierto hasta ahora y que pone fin a un doble problema: el que se le plantea al propietario y el que supone, desde un punto de vista medioambiental, el abandono de un animal muerto.
Antes de poner en marcha su idea, Francisco Alonso viajó al extranjero para visitar cementerios de perros en Burdeos y Bayona que le sirvieran de referencia. El resultado es que el aspecto de su camposanto no dista de cualquier otro con nichos de hormigón, lápidas con dedicatorias y ataúdes a medida para los canes, encargados a una empresa valenciana porque en Cantabria su confección resultaba demasiado onerosa. De hecho, hace casi un año que enterró al último de los ochenta perros que reposan en su finca, a la que muchos propietarios siguen acudiendo a visitarlos. “Una señora de Torrelavega viene todos los días desde hace cinco años porque no se le pasa el disgusto”, detalla Alonso.
Por una cuestión económica, el presente de su negocio es la incineración ya que el precio de un entierro es de unos 360 euros mientras que una incineración colectiva de varios animales para depositarlos en una fosa común ronda los 25 euros (100 si el dueño del animal quiere utilizar el horno incinerador de forma individual para después llevarse consigo las cenizas).
En realidad, los hoteles caninos están sufriendo la progresiva desaparición de los perros medianos y grandes –a los que ya se exige una gran cantidad de requisitos legales como bozales o microchips– y su sustitución por perros pequeños “que pueden dejarse con facilidad en compañía de un conocido”, dice Alonso. Eso explica que, pese a la demanda del servicio en fechas señaladas como Navidad o Semana Santa, el empresario haya reducido el número de plazas de su residencia canina a la mitad.

Pasión por el tunning

Mientras unos hacen del perro su mejor compañía, otros lo hacen del coche, que avanza hacia una creciente personalización, de acuerdo con los gustos del propietario. Ese deseo de modificar el estado original de un automóvil para diferenciarse o mejorar sus características ha dado lugar al llamado tunning, una demanda que ya resulta habitual en la mayoría de los talleres mecánicos de la región.
Dibujos tatuados en vinilo, modificaciones en el volante, la tapicería o el maletero, luces que aparecen desde los lugares más insospechados, espejos, múltiples altavoces, insonorizaciones, paneles sugestivos, carrocerías redimensionadas con alerones, paragolpes, taconeras… la transformación no tiene límite. Y si para algunos sólo responde a una necesidad estética, para otros se convierte en un desafío con el que competir en los campeonatos de tunning que se celebran ya en todo el mundo.
Fernando Escobedo, encargado del Autocenter de SportAuto en Ojaiz, define a quienes acuden a tunear sus coches como “chavales de entre 18 y 30 años, que quieren personalizar su automóvil para diferenciarse”. Las principales peticiones son láminas solares, fundas de tapicería, volantes, pomos, pedales, neones, bocinas especiales, tubos de escape y llantas”.
Los auténticos forofos del tunning, dispuestos a gastarse auténticas fortunas en el coche, como ocurre en Valencia –cuna española del tunning–, todavía son pocos, aunque la tendencia crece y está animando a muchos de los talleres cántabros a introducirse en este mercado.
Y es que, detrás de todos estos negocios que responden a demandas, que hasta hace poco parecían descabelladas siempre se encuentra la mente lúcida de quien las inventó y, sobre todo, la osadía del emprendedor que se atrevió a apostar por ellas.

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