Santander-Banjul

Roberto Ruisánchez
Exporta vehículos usados al África Occidental (Gambia y Guinea-Bissau fundamentalmente) pero para llevarlos al corazón de África no utiliza barcos, ni contenedores, ni camiones. Utiliza viajeros. Una caravana de ciudadanos que, como yo, crecimos con las novelas de Salgari y con Lawrence de Arabia; que en algún tiempo pensamos que las minas del Rey Salomón estaban en el África ardiente y que cuando llegó la tele descubrimos que allí no solo no había fantásticos recursos minerales y oasis donde las fuentes manaban leche y miel sino que faltaba absolutamente de todo.
Y de eso se trata, de echar una mano, además de ganarse la vida, colaborando en esa aventura viajera, la de llevar los coches cargados con material de una ONG desde Santander hasta Banjul, una ciudad de Gambia de la que probablemente nunca hayan oído hablar, porque aunque sea la capital del país apenas llega a los 35.000 habitantes.
Son 5.000 kilómetros a bordo de unos vehículos que se quedan en el Sur, ese Sur que existe pero del que nadie quiere saber. Y la experiencia permite sacar muchas conclusiones, entre otras, valorar más lo que hemos conseguido y aún conservamos en el Norte, no sabemos por cuanto tiempo.
El proyecto empresarial de Fran consiste en hacer de guía para los que le acompañan conduciendo vehículos a través de una ruta que atraviesa Marruecos de Norte a Sur, el antiguo territorio español del Sahara Occidental, Mauritania, Senegal y llega hasta Gambia. Entre ocho y diez días de rutas polvorientas que culminan en una generosa invitación a residir durante una semana en su casa, situada en una zona turística próxima a Banjul.
Con unos 750 euros, más el billete de vuelta, se puede realizar este viaje de tres semanas por África, sin ningún lujo, por supuesto, pero viviendo la realidad de cerca. No es apto para cualquier viajero, pero es muy recomendable para todos aquellos a los que no les dé ningún reparo lo comentado aquí.

Una agencia de viajes, de transportes y ONG

Pardo ha conseguido reunir en una misma actividad su inquietud de emprendedor económico y la solidaridad con los desfavorecidos, además de facilitar unas vivencias próximas a la gran aventura sin caer en riesgos innecesarios. Fran y sus viajeros le sirven a la Federación Niños del Mundo, una ONG con sede en Cabezón de la Sal, para enviar materiales de todo tipo a Verónica Hormaechea, una bilbaína residente en Gambia que acoge en su propia casa a varias decenas de niños y niñas. A los más pequeños o a los desescolarizados –que casi siempre son niñas– les facilita la instrucción más básica en inglés, aunque ella empieza a ser capaz de desenvolverse en la lengua local más extendida, el wolof.
Gracias a estos viajes, ahora hay muchos niños en Gambia que calzan los zapatos bajados por Fran o por alguno de sus viajeros, como yo, o que duermen en cunas con mosquiteras y evitan así la enfermedad endémica más común en la zona, o que escriben y dibujan en cuadernos estibados junto a los zapatos. Unos pocos de ellos y sólo si superan muchas trabas conseguirán acceder a la educación secundaria.
He acompañado a Fran en un viaje que se inició el 25 de abril, con recorrido común desde Sierrapando. Ahora tengo constancia exacta de a cuántos kilómetros de Sierrapando está Marrakech o Tarfaya; El Aaiún o Dakar. Hemos dormido en Asilah, en Rabat, en Marrakech, en Essaouira y en Tantan. Ya en el antiguo territorio español, en Villacisneros –hoy Dakhla– y en las proximidades de la frontera de Mauritania. Y, más tarde, en Nouakchott, la capital mauritana, y en San Luis, Senegal. En esta ruta hacia el Sur, al atardecer del viernes 4 de mayo, después de atravesar el río Gambia, nos bañamos en el Atlántico en la playa de Brufut, a poco más de veinte kilómetros de Banjul, y a 12o de la línea ecuatorial, pero también cerca de un Sheraton al que me podía haber llevado un mayorista de viajes.
No es el descenso a los infiernos, ni mucho menos, pero a partir del estrecho de Gibraltar cada kilómetro hacia el Sur supone algún tipo de degradación. Asumo la exageración. Al desembarcar en Tánger y con unos trámites aduaneros y policiales que se extendieron durante tres horas, se puede pensar legítimamente que se ha llegado a algún final del mundo. Según pasan las jornadas viajando hacia el Mediodía, fundamentalmente a partir de la frontera entre el antiguo Sahara español y Mauritania –cuatro kilómetros fantasmales de tierra de nadie– el recuerdo del Norte de Marruecos se puede confundir con Suiza.

El ‘cadeau’ forzoso

A los vendedores de todo tipo de objetos imaginables y a los aspirantes a timadores hay que sumar la informalidad económica de la propia autoridad, en la que también se refleja la degradación. La popular mordida mejicana, bajo el nombre francés de cadeau (regalo), está tan presente como el sol, el polvo, la inmensidad de los paisajes o la simpatía de la mayoría de sus habitantes.
El continente tiene fama de indolente. “La prisa mata” parece el lema desde Marruecos pero lo que mata mucho más que la prisa es la corrupción. Con más o menos sofisticación, se encuentra corrupción en cualquier lugar del mundo y España no es ajena al fenómeno, pero la petición más o menos expresa de que con un poco de cadeau todo se puede agilizar en estas latitudes, y el hurto o el robo descarado por parte de policías y aduaneros es una imagen tan dolorosa como la de los innumerables sin techo de Dakar.
En Gambia hay vallas en las calles de Banjul y en la zona turística de la costa animando a pagar impuestos. Ese es un paso necesario para construir un Estado que pueda mejorar las condiciones de vida de la población, pero si la propia policía de fronteras y otros funcionarios que tienen un sueldo fijo garantizado, por escaso que sea, aprovechan su situación para mejorar sus ingresos de esta forma, qué se puede esperar de quienes no tienen ninguna seguridad de poder comer al menos una vez cada nuevo día.
En Marruecos puede darse una velada insinuación de que trámites tan pesados se podrían aligerar. En un control de carreteras, a la salida de una ciudad del antiguo Sahara español, un gendarme es muy explícito al pedir. Todavía se gana por mi parte un reproche. En la frontera con Mauritania, un policía de paisano directamente nos quita unas latas de conserva, sin preguntar. En Mauritania me permito explicarle a un gendarme que cadeau significa regalo, que cuando se convierte en una obligación el nombre cambia.
En Senegal la resistencia ya es imposible. Aprovechando un minucioso control de la mercancía en la frontera, en el que se entretienen en contar centenares de zapatos uno por uno, con toda la carga por el suelo, nos sustraen un colchón y se llevan dos zapatos del mismo pie, dejando inservibles dos pares. Tampoco mejora la situación al llegar al destino pero, por razones obvias, de Gambia no voy a dar detalles.
Personalmente el mayor golpe del viaje lo he recibido en el final cuando, por primera vez en tres semanas, me muevo solo. Soy un toubab –extranjero, blanco– que viaja solo en medio de la negritud más absoluta.
La estación marítima de Banjul merece una película de éxito comercial y el ferry que durante más de una hora cruza el río Gambia, en su desembocadura hasta Barra, es un universo en sí mismo. Adopto a Mdang, que me ha ofrecido su conversación y me ha traducido a un inglés chapucero lo que la megafonía grita en wolof. Le calculo unos 18 años y, dada la hora, es obvio que ya está desescolarizado. No me arregla casi nada pero al menos me ha librado de todos los demás que lo intentan. El negocio de acompañante se respeta y para nosotros es francamente barato. 50 dalasis es allí una cantidad notable y al cambio resulta poco más de un euro.
Llego a la capital senegalesa al atardecer. Un taxi compartido de Barra a la frontera, una moto-taxi de la frontera a la estación de autobuses de Karang y un sept-places hasta Dakar. En total, unas nueve horas de viaje para algo menos de trescientos kilómetros. No todo el recorrido está asfaltado. Una vez más, waka-waka, esto es África. A Dakar se entra por unos pocos kilómetros de autovía, por el suburbio industrial y maloliente de Rufisque. Una fábrica de cemento y vertederos poco controlados contribuyen, con la neblina del atardecer, a hacer la aproximación penosa. El conductor del sept places me intercambia con un taxi local en una rotonda atestada por el tráfico del viernes a última hora. Llego a lo que creo mi hotel casi sin luz. El taxista se ha equivocado, pero poco. Menos mal. Mi hotel está a dos calles.

Contrastes

Dakar es un templo de contrastes y de diferencias. En el centro, en el distrito de Plateau, que puede ser el equivalente al ensanche de cualquiera de nuestras ciudades, conviven miles de ciudadanos sin techo con hoteles cafeterías y pastelerías de muy alto rango.
Conozco, por necesidad profesional, un buen puñado de estadísticas sociodemográficas y económicas. He tenido que explicar en clase muchas de las cosas que ahora he visto. No es la primera vez que viajo a países del Sur, pero es ahora cuando he visto cosas que no había visto antes. Marruecos ocupa el lugar 130 en el Indice de Desarrollo Humano de la ONU, sobre un total de 187. Su nota media es de 0,58 y es, con cierta diferencia, el país mejor situado de todos los que hemos atravesado. España, pese a la crisis actual se ha mantenido en el lugar 23, con una nota de 8,78. Senegal, es el 155; Mauritania, el 159; y Gambia, 168. Ninguno de ellos alcanzan el 5, por supuesto.
El estrecho de Gibraltar sigue siendo la frontera socioeconómica más abrupta de todo el planeta. Y se nota. Las cifras exactas las he buscado a la vuelta, pero al circular por Mauritania, por Senegal y Gambia, la sensación es que se está en los límites de la pobreza extrema y por el lado de dentro, o sea, que esos límites se han traspasado.
En Gambia actúan más de 100 ONGs, aunque su territorio es poco más del doble que el de Cantabria y con una población que triplica la de nuestra región. Por todo el país, incluso en las inmediaciones de la capital, se puede ver la deforestación. La leña es el combustible de la mayoría de la población. Y un plato de arroz con pescado, en el litoral, o pollo, en el interior, la comida más frecuente.

Vivir al día

Senegal y Gambia son países en los que el jornal sigue teniendo significado. Un mecánico del automóvil en Banjul gana 100 dalasis diarios (2,5 euros) y los cobra al caer la tarde. No hay ninguna posibilidad de sostener la economía familiar más de 24 horas. Los domingos debe ser un drama.
La concentración de tullidos y mutilados en las proximidades del palacio presidencial de Dakar solo es comparable, al menos en mi experiencia viajera, a Lourdes. Esa experiencia es la que, en un autobús camino del aeropuerto Leopold Sedar Senghor, padre de la patria, me lleva a repasar si he visto algo parecido en algún lugar. En primer lugar, el dato positivo: un chico me cede su asiento y compruebo a continuación que es una práctica extendida. Cuando va a descender le regalo un bolígrafo y se le ilumina la cara.
En otro autobús que he tomado por la mañana a fin de hacerme una idea general de la urbe, he presenciado una discusión muy elevada de tono entre una pasajera de cierta edad y el cobrador, a causa del cambio tras pagar el billete. Todo el autobús toma partido, de forma visceral, por uno de los dos contendientes. La sangre no llega al río pero la violencia se palpa en el ambiente. El único que no se ha enterado de la razón estricta de la pelea soy yo. No he conseguido aprender más que dos palabras en wolof: dehdet (no) y jairrujef (gracias) para defenderme con más éxito de los vendedores.
En ninguna parte del mundo, incluyendo Santander, me han cedido el asiento en el autobús público. En ningún lugar del mundo he visto una discusión semejante entre un empleado del transporte público y una pasajera de edad avanzada y eso incluye al revisor del tranvía que en El Cairo me tuvo que reñir por viajar en un vagón reservado a mujeres.

La ONG de Verónica

Alrededor de seis kilómetros separan el domicilio de Fran Pardo en Gambia del de Verónica Hormaechea. Mientras Fran vive a menos de 200 metros de la playa, Verónica, y su marido, Ebou, residen unas cuantas manzanas hacia el interior. El cambio es radical. Cuando empleamos los términos escaparate y trastienda nunca llegamos a tener presente lo que pueden suponer en las ciudades africanas.
Verónica dispone de un gran patio en su humilde vivienda. Allí, con unas esteras en el suelo y un entrelazado de cañas como techo, acoge a más de cincuenta niños y niñas. Su relación con el entorno social es ejemplar. La ayuda que durante mucho tiempo dejamos en manos de los misioneros de distintas confesiones cristianas, está ahora –al menos, en Gambia–, mucho más en las manos de europeos y americanos sin vinculación conocida con ninguna religión. A veces, como es el caso de Verónica Hormaechea, al margen de las grandes ONGs que en ocasiones actúan como empresas transnacionales. Verónica ha organizado su vida en Gambia y lo cuenta mucho mejor que nadie en su blog. http://momentoengambia.blogspot.com.es/
Después de entregarle las mercancías, lo que coincidió con una fiesta comunitaria a las puertas de su casa, pasé una mañana con ella y sus niños. También visité el patio de unas vecinas donde Vero resolvió un incidente que los niños habían provocado al chutar un balón con la fuerza suficiente como para que entrase en aquel patio ajeno, y no debía ser la primera vez… Nada que no ocurra en las urbanizaciones occidentales, pero las mujeres gambianas no hablan inglés y el asunto hay que resolverlo en wolof. Verónica, con una sonrisa constante, lo resuelve. La quieren.

El turista como industria

Creo que todavía no conocía a Kavafis cuando ya me importaba más el camino que el destino. Yo hubiera hecho este viaje aunque el destino no hubiera sido Gambia. Una vez que la ruta termina, después de disfrutar de no conducir un par de días, no hay mucho que hacer en Gambia. Los paseos que propician las enormes playas se ven interrumpidos por las permanentes ofertas de los encargados de decenas de chiringuitos vacíos. La temporada alta del turismo europeo ha terminado. Las lluvias pueden tardar todavía semanas y un toubab (turista) supone la oportunidad de negocio del día y de la semana. No se le puede dejar escapar sin intentar colocarle algo, una cerveza, una parrillada de pescado o un collar de artesanía…
La visita a Banjul, sobre todo a su zona más comercial tiene el mismo obstáculo. Me llego a enfadar ante los burdos intentos de timo. La zona de los organismos oficiales es mucho más tranquila, pero la visita a Banjul no cubre una jornada. Lo más simpático, la conversación con Alí Babá, un comerciante que sabe que conmigo no tiene nada que rascar. Ha presenciado como me gastaba los últimos dalasis comprando unas telas que han provocado un conflicto entre el vendedor joven y su padre, que no se ha percatado del billete de cinco euros que le he dado. O quizá todo forma parte del espectáculo del regateo.
El caso es que Alí Babá, que pasaba por allí y calma al anciano, insiste en enseñarme su tienda y se interesa por mi próxima visita a Banjul. Le aconsejo que se cambie el nombre, al menos para tratar con españoles, y se ríe. Sabe de qué le estoy hablando y cita a los cuarenta ladrones. Pone en duda que yo sea español, lo cual me desconcierta, hace alusión a lo bien que hablo inglés, cosa absolutamente falsa… Los africanos que quieren hacer negocios no dudan en halagar a quien sea.
Cuando consigo alejarme de Alí busco un banco para cambiar cincuenta euros porque me había quedado sin un céntimo local. Trato de comprar una bolsa de agua. Medio litro cuesta un dalasi, 2,5 céntimos de euro. No tengo cambio. El vendedor insiste en regalarme el agua fresca. Hace calor. Acepto. Son detalles que también ocurren.
En Gambia la población es musulmana en una parte muy notable. La mayoría de las chicas escolarizadas llevan velo con su uniforme. El Islam convive con creencias locales. Los marabús siguen siendo, en cualquiera de los poblados rurales, las personas más respetadas y la única vez que pregunté sobre el juju, eso que con tanta frivolidad mentamos los occidentales, me respondieron con una seriedad difícil de entender desde nuestro patrón cultural.
Todo ello convive con una creciente población urbana que tiene muy pocas dudas morales sobre la conveniencia de ayudar la economía familiar con la prostitución, ya sea femenina o masculina.
Dos noches he salido a tomar unas cervezas por la zona más ambientada de la costa cercana a Banjul. Senegambia, además de un proyecto fallido de reunir a los dos países en una federación, es el nombre de una calle repleta de bares y discotecas, hoteles y restaurantes. El ambiente de ligue fácil, pagado, entre europeos y europeas y africanas y africanos mucho más jóvenes, es poco soportable. A cualquier hora del día, en la playa y en las cercanías de los hoteles, el espectáculo está servido.

Más información sobre cómo participar en estas pequeñas aventuras a través de Fran Pardo (viviendodelaire@hotmail.com)

Suscríbete a Cantabria Económica
Ver más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Botón volver arriba
Escucha ahora