Retazos de historia

En la sociedad contemporánea la actividad financiera o mercantil suele asociarse a nociones como cálculo, intereses, pérdida o beneficio, pero difícilmente se la relaciona con valores estéticos. Sin embargo, no siempre fue así. Hubo una época en que los gestores de las compañías se preocupaban de que los títulos en que se formalizaba la emisión de acciones o de obligaciones tuvieran un diseño lo más atractivo posible para quienes arriesgaban su dinero confiando en la solidez de la inversión. En esa época, en que la banca no había adquirido la condición omnipresente que tiene en la actualidad, los valores se emitían en rama y eran guardados en casa por el suscriptor. Quizá por esta razón, los consejos de administración cuidaban el aspecto estético de unos valores que iban a ser físicamente manejados por su titular, sobre todo a la hora de hacer efectivo el cobro de dividendos, cuando aún era literal la frase de “cortar el cupón”.
Aunque en todas las épocas se han cuidado en mayor o menor grado estos aspectos formales, fue en el siglo XIX cuando esta práctica llegó a su apogeo. En el diseño de los valores solían incluirse dibujos alegóricos que hacían referencia al objeto mercantil de la sociedad, y se añadían filigranas y marcas que dificultaran su falsificación. Además, los títulos se separaban de su matriz mediante un corte irregular, de manera que al exhibirlos para cobrar los dividendos, se pudiese comprobar su autenticidad confrontándolos con la señal dejada en el libro-matriz.
El interés de esos títulos no se acababa en su valor facial, también al dorso tienen en muchos casos una historia que contar: la de los sucesivos endosos o transmisiones, que nos hablan calladamente de las vicisitudes de quienes los poseyeron y de la suerte que pudo correr su patrimonio.
Más allá de las peripecias de carácter biográfico o personal, estos valores nos ilustran también sobre una parte de nuestra historia colectiva: una historia de mercaderes y empresarios, de iniciativas y proyectos que explican en buena medida el desarrollo material de nuestra sociedad.

Un nuevo coleccionismo

Aunque en España es un coleccionismo aún incipiente, para los visitantes de las librerías de viejo empieza a ser habitual encontrar entre la oferta de papeles antiguos este tipo de documentos. Sus precios pueden oscilar entre varios miles de pesetas y un millón, dependiendo de la fecha en que fueron emitidos, de la belleza de su diseño o de su escasez.
José María Garrido es un santanderino vinculado profesionalmente al mundo de la empresa, que en los últimos 15 años ha formado una colección singular de títulos antiguos.
Entre los más de 80 ejemplares que ha conseguido reunir se pueden encontrar algunos tan notables como uno de los títulos emitidos por el Duque de Osuna, poseedor de una de las mayores fortunas de Europa y embajador de España en la Rusia de finales del XIX. En su deseó de rivalizar en suntuosidad con el propio zar, llegó a poner en venta todo su patrimonio inmobiliario y con el fin de obtener liquidez mientras se ejecutaba, recurrió al procedimiento –insólito para un particular– de emitir obligaciones hipotecarias. La historia nos dice que acabó sus días con serios problemas financieros.
Entre los títulos que componen esta colección, se pueden encontrar también las huellas dejadas por sociedades mineras, de ferrocarriles, industriales, financieras o compañías de seguros, en las que una burguesía emergente cifraba sus esfuerzos por enriquecerse o, cuando menos, rentabilizar su inversión. Muchos de esos nombres tiene un sabor añejo, como la Real Compañía de Tabacos de Filipinas, cuyos títulos están decorados con un exotismo oriental. Otros arrastran ecos de viejos escándalos como la Barcelona Traction, una compañía canadiense de electricidad que fue declarada en quiebra en los años veinte, a instancia de Juan March, y cuyos títulos destacan por la belleza de su diseño. No faltan tampoco ejemplos que nos ilustran de lo que ocurre cuando los avatares de la historia producen un vuelco político en un país. En la colección de Garrido se puede contemplar un bono ruso emitido por el Zar Nicolás II en 1906, que en su día fue considerada como una de las inversiones más seguras y que terminó siendo repudiado por el gobierno bolchevique cuando en 1917 triunfó la revolución, con lo que esa deuda pública jamás fue reembolsada.
La historia local tiene también su reflejo en esta colección, con títulos como el emitido en 1912 por la Compañía del Tranvía de Miranda, una sociedad creada en 1895, que gestionaba los carruajes de mulas que partiendo de la calle Colosía subían por Martillo a Santa Lucía y Miranda, para acabar en San Roque. El cambio de la tracción animal por la eléctrica en 1906, y el aumento del recorrido, impulsó una ampliación de capital cuyas acciones fueron decoradas con varias ilustraciones art noveau.
Y es que la historia de una época también puede contarse a través de algunos de sus más prosaicos objetos cotidianos, que a menudo encierran un sentido estético que nos habla de los gustos y la mentalidad de quienes la habitaron.

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