Unos Presupuestos demasiado manoseados

La suposición de que los presupuestos públicos son un mero ejercicio técnico donde los expertos del Gobierno estiman los ingresos y, a partir de ahí, se deciden unos gastos, siempre ha sido falsa. Por mucha objetividad con que se revistan los ministros o consejeros de turno cuando, cada año, presentan los Presupuestos, la realidad es que son un ejercicio más o menos voluntarioso que solo a veces se parece a la realidad de lo que se gasta y de lo que se ingresa, sobre todo cuando, como ocurre ahora, la caja no da, ni mucho menos, para todo lo que la ciudadanía demanda.

El problema se multiplica cuando gobierna una coalición de partidos (hay que satisfacer las aspiraciones de dos o, al menos, que ninguno de ellos se sienta maltratado) y llega al paroxismo cuando ni siquiera así tienen la mayoría absoluta y están en manos del dueño del voto o de los votos que necesitan imperiosamente. Puede verse cada otoño en el Parlamento nacional, donde el PP, que gobierna en minoría desde hace cinco años, ha tenido que hacer sucesivas concesiones a catalanes, canarios y vascos para conseguir aprobar unos presupuestos.

Eso contribuye a que las cuentas públicas sean, cada vez más, un espejismo. Tanto que en lugar de poner la lupa en lo que piensa gastarse cada ministro o consejero debiéramos usarla para comprobar, a año vencido, lo que realmente se gastaron.O, mejor aún, lo que efectivamente ingresaron que es, al final, lo que condiciona todo lo demás.

Después de pasar por tantas manos, es difícil suponer que van a tener una mínima relación con la realidad

Esa revisión a ejercicio vencido va a ser especialmente útil este año en Cantabria, donde los Presupuestos han pasado por tantas manos que pueden resultar de todo menos creíbles. En primer lugar, por no tener la referencia de los Presupuestos nacionales, que Rajoy no tiene ninguna prisa en presentar, a pesar de lo que diga la ley. Sin esa referencia es casi imposible hacer los presupuestos regionales o locales ya que, entre otras cosas, no se sabe qué subida se debe aplicar a los funcionarios y trabajadores públicos, la principal partida de gasto.

Empezar tan mal (aunque sea por la indolencia del Gobierno de la nación) no augura nada bueno. Y en este caso se han juntado demasiados factores para complicarlo aún más: el nuevo secretario regional de los socialistas abrió la caja de pandora del pacto de gobierno con los regionalistas, que aprovecharon para pedir más cuota en el reparto del gasto, lo que obligó a incrementar los Presupuestos en casi un 5%. Para conseguirlo fue necesario recurrir a una nueva vuelta de tuerca en los impuestos de Patrimonio y de Transmisiones, además de un cierto reajuste en Sucesiones y Donaciones, que estaba justificado para hacerlo un poco más racional.

Buena o mala, esta versión tenía que pasar por el Parlamento, donde el Gobierno no tiene mayoría y buscar el apoyo de Ciudadanos, como el año anterior, de Podemos (como en el primer ejercicio) o del tránsfuga Carrancio. El Gobierno ha tanteado a todos pero al final parece que no le quedará más remedio que acudir al comodín Carrancio, y tampoco le va a salir gratis: además del descrédito que supone tener que pactar con alguien que ya no forma parte del partido por el que fue elegido (por cierto, lo mismo que ha pasado en el Ayuntamiento de Santander con menos estruendo) se le va a venir abajo buena parte de la subida fiscal para cumplir las exigencias de Carrancio, por lo que ya no hay ninguna manera de justificar el incremento del gasto, salvo echando mano del maquillaje. Demasiadas capas ya como para dar por bueno lo que hay debajo.

Es cierto que Sota tiene un cierto margen, si el Gobierno de la nación paga por fin las dos anualidades de Valdecilla adeudadas de años anteriores que parece haber reconocido por fin y que, por falta de confianza, el Gobierno de Cantabria no se ha atrevido a computar como ingreso, después del fiasco del pasado año, cuando sí lo hizo y el dinero no llegó. Pero incluso en el caso de que Madrid cumpliese esta vez lo prometido (y, al no haber hecho sus presupuestos no se sabe si estará o no incluido), viviremos otro año más de apreturas. Ni la economía regional está dando para más, ni es posible estrujarla aún más por la vía fiscal, ni queda mucho de donde rascar para ajustar el gasto público regional, después de haberse renegociado toda la deuda a tipos mucho más ajustados a la realidad del mercado. Y el problema es que, mientras el sector público no gaste más en la región, no habrá un despegue claro, porque su peso es absolutamente decisivo. Así que no puede gastar, porque no lo tiene, pero tampoco puede dejar de gastar porque entonces no salimos del bache. Un buen dilema que, como siempre, resolverá el realismo: se gastará lo que se pueda, es decir, lo que se ingrese.

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