Una Tasa Tobin a la europea

La idea de crear una tasa a las transacciones financieras no ha conseguido la unanimidad en la Unión Europea pero once estados han llegado a un acuerdo (Alemania, Francia, Italia, Portugal, Grecia, Eslovenia, Austria, Bélgica, Estonia, Eslovaquia y España) y han decidido recurrir al mecanismo de la ‘cooperación reforzada’ para ponerla en práctica el año que viene.
El nuevo impuesto sólo tendrá efectos en esos once estados, aunque queda abierta la posibilidad para que el resto lo pueda adoptar posteriormente. De momento, el acuerdo no alcanza al uso que se hará de lo que se recaude, es decir, si será para la UE o para los propios Estados. Quedan fuera dos importantes plazas financieras, el Reino Unido y Luxemburgo.
La que se ha calificado ya como ‘tasa Tobin’ consiste en imponer el pago del 0,1% a todas las transacciones financieras, excepto a los productos ‘derivados’, para los que será solamente del 0,01%. Quienes tienen que pagar son los bancos y será aplicable a aquellos que estén establecidos o que actúen en representación de un cliente asentado en esos once estados. La tasa tiene en cuenta el lugar de emisión, de manera que afecta a los instrumentos financieros que sean emitidos en cualquiera de los once países, independientemente de dónde se negocien.
En Europa ya hay un precedente, aunque negativo, de una tasa Tobin, cuando Suecia introdujo en 1984 un impuesto del 0,5% sobre la compraventa de activos de capital, que se pagaban dos veces (una cuando se compraba y otra cuando se vendía), de modo que el gravamen fue en realidad del 1%.
En 1986 el tipo fue doblado y en 1989 los suecos añadieron otra tasa considerablemente más baja del 0,002% a los activos de renta fija, que incluía todos los valores con madurez superior a 90 días, mientras que para los bonos con un vencimiento de cinco años o superior, la tasa fijada fue del 0,003%.
La recaudación no tuvo mucho éxito, ya que se preveía que los ingresos de la tasa sobre la renta fija fueran de 1.500 millones de coronas al año y, en realidad, ningún año llegaron a superar los 80 millones de coronas, y la media estuvo cerca de los 50 millones. Además, al caer los volúmenes negociados, la recaudación de los impuestos sobre las ganancias del capital también cayó, anulando el efecto recaudador de la tasa sobre las transacciones de capital.
A las voces críticas no solo les preocupa esa negativa experiencia sueca sino también que el aumento del coste en las transacciones se acabe trasladando a los clientes de los bancos e incluso a los que no lo son, es decir, a todos los contribuyentes. Otro motivo de preocupación es que la tasa a once signifique otra escisión más en la UE, junto a la que ya forman los 17 estados de la zona euro.
Según Amcham, de la cámara de comercio de EE UU, la tasa se comerá una buena parte de los márgenes de las sociedades de inversión y de la banca y sus efectos perjudiciales se trasladarán a la economía real. De acuerdo con el think tank neoliberal Civismo, reducirá el crecimiento económico, provocará una contracción de la inversión y tendrá un impacto demoledor sobre el empleo, pues supondrá una pérdida de 641.000 puestos de trabajo en toda Europa, 81.000 de ellos en España.
Sin embargo, la Comisión Europea dice que reportará una recaudación extra de entre 30.000 y 35.000 millones de euros (5.000 millones en España) y que aumentará los recursos europeos para luchar contra la evasión fiscal, además de conseguir que la crisis económica la paguen los bancos y no los ciudadanos.

Swaps, forwards, warrants

La tasa establecerá una diferencia de trato para los ‘derivados’, productos financieros cuyo valor se basa en el precio de otro. El activo del que dependen toma el nombre de activo subyacente, y los subyacentes utilizados pueden ser muy diferentes: acciones, índices bursátiles, valores de renta fija, tipos de interés o incluso materias primas.
Hay tres clases de derivados. El primero son las operaciones de permuta financiera o swaps, que se hacen por dos motivos: para cambiar bienes o recursos que generaremos en el futuro, ya que puede interesarnos intercambiarlos durante un tiempo por otros necesarios para nuestra actividad o para la especulación, al igual que en otros activos entramos en un swap si creemos que los bienes que recibiremos en el futuro van a suponer para nosotros un valor mayor que los que entregaremos ahora.
El segundo producto financiero derivado son los contratos de futuros o forwards, por los que se hace una compraventa a plazo, negociada o no, en un mercado o en un sistema organizado de negociación. También hay dos motivos por los que alguien puede estar interesado en contratar a futuro: uno son las operaciones de cobertura, cuando la persona tiene o va a tener el bien subyacente (petróleo, gas, naranjas, trigo, o lo que sea) y lo venderá en un futuro. Con la operación quiere asegurarse un precio fijo para la operación de mañana. El otro motivo es la especulación, pues quien contrata para el futuro sólo busca especular con la evolución del precio desde la fecha de la contratación hasta la del vencimiento.
El forward, como instrumento financiero derivado, es un contrato a largo plazo para comprar o vender un activo a precio fijado y en una fecha determinada. Los forwards más comunes son los que se negocian sobre monedas, metales o instrumentos de renta fija.
La tercera clase de derivados son los warrants, un contrato de opción que da al comprador el derecho, pero no la obligación, de comprar/vender un activo subyacente (acción, futuro o lo que sea) a un precio determinado en una fecha futura también determinada. En términos de funcionamiento, los warrants son simplemente opciones.

Tobin y la antiglobalización

La primera tasa sobre las transacciones financieras fue propuesta por el economista estadounidense James Tobin en 1971, pero su objetivo era que se gravarán solo las transacciones de divisas, como vía para gestionar la volatilidad del tipo de cambio.
Las modificaciones en los tipos de cambio alteran los mercados financieros internacionales y las economías y gobiernos nacionales no son capaces de ajustar los movimientos masivos de fondos en sus tipos de cambio sin hacer un gran sacrificio en su política económica en relación al empleo, el producto o a la inflación.
Ante este asunto, Tobin propuso dos soluciones: la primera consistía en hacer un desplazamiento hacia una divisa común, una política monetaria y fiscal común, y finalmente la integración económica. La segunda era ir hacia una mayor segmentación financiera entre naciones y áreas monetarias, permitiendo a los bancos centrales y a los gobiernos más autonomía en sus políticas económicas.
La solución preferida por Tobin era la primera, pero no la encontraba políticamente viable, de modo que se terminó quedando con la segunda. En definitiva, su propuesta consistió en introducir “algún tipo de palo en las ruedas de nuestros excesivamente eficientes mercados internacionales de dinero». El método de Tobin para poner ese ‘palo en las ruedas’ fue sugerir una tasa sobre todas las conversiones spot (corriente o al contado) de una moneda en otra, proporcional al tamaño de la transacción.
Ese concepto de ‘tasa sobre las transacciones de divisas’ se mantuvo en el limbo durante más de 20 años, hasta que en 1997 Ignacio Ramonet propuso la creación de una asociación llamada ATTAC y la tasa se convirtió en un asunto clave para el movimiento por la justicia global, aunque Tobin se distanció de ellos y observó que, mientras que su propuesta original solo tenía por objetivo el famoso “freno”, el movimiento antiglobalización hacía hincapié en los ingresos de las tasas para financiar sus utópicos proyectos de mejora del mundo. Tobin no se declaró contrario al uso de la recaudación, pero dijo que eso no era lo más importante de su medida.
Por unas y otras razones, la tasa siempre tuvo unas connotaciones izquierdistas e intervencionistas, y no deja de ser curioso que ahora haya sido recuperada por un puñado de gobiernos conservadores.

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