Agosto

Los banqueros de hace un siglo, como el recordado Pablo Garnica, podían marcharse de vacaciones a un remoto pueblo de Cantabria a comienzos del verano y volver a Madrid en septiembre sin que se cayese el mundo ni, por supuesto, su banco. En verano no pasaba nada, y menos en agosto. Y con esa confianza hemos seguido insistiendo en la vacuidad de ese octavo mes del año, que supuestamente se creó para eso.

Madrid se vaciaba, Barcelona se agostaba, todo el interior se iba a las costas y España seguía funcionando. Quizá mejor, porque todo el mundo estaba más feliz. ¿Quién iba a discutir que los ministros se fuesen de vacaciones el 1 de agosto y volviesen a final de mes? Franco se retiraba al Palacio de Ayete, un caserón donostiarra achacoso, en el que Villavicencio, su jefe de casa, atendía los pocos asuntos que llegaban desde un despacho minúsculo y pedía a los visitantes que pisasen en el canto de los escalones para evitar que los crujidos de la madera incomodasen las siestas de su excelencia, como comprobaron unos directivos cántabros cuando fueron a llevarle el proyecto para hacer una central nuclear en Garoña.

Incluso en la Transición, la única política veraniega se hacía en La Magdalena, donde cada ministro tenía su día de gloria para hacer los anuncios importantes del curso que venía. Sabía que en ese momento no habría otros titulares que le disputasen el protagonismo en los periódicos de todo el país y, aunque se viese obligado a interrumpir sus vacaciones y ponerse la corbata en Santander, lo daba por muy bien empleado.

En agosto nunca pasaba nada. Ahora es el mes de los batacazos de bolsa, las revoluciones y los ‘default’

Algún enredador debió descubrir esta debilidad del sistema en verano para revolver las aguas y los agostos empezaron a ser un mes fatídico para las bolsas y un mes propicio para las revoluciones. Para no interrumpir la tradición, este año hemos tenido lo que tocaba, y más. La noche del 11 de agosto, tembló Argentina al ganar el peronismo a Macri en unas primarias que anticipan el caos. Los bonos argentinos perdieron un 30%, la moneda nacional otro tanto y la bolsa un 37% (más del 50% si se añade la pérdida de valor de la moneda).

Como si el riesgo de impago de la deuda Argentina fuese una cuestión menor, empezaron a desfilar las catástrofes una detrás de otra. El histrión Boris Johnson sustituía a Theresa May para hacer un Bréxit por las bravas (lo que hizo caer la bolsa británica, la libra y, probablemente a él mismo, porque se ha quedado sin mayoría). Trump echaba más paletadas de incertidumbre a la hoguera al imponer nuevos aranceles a las importaciones chinas de su país, que, por supuesto, los chinos respondían, y las bolsas bajaban.

Para desestabilizar agosto hubiese bastado con lo nuestro, un Gobierno en funciones que ha estado jugando a convocar unas nuevas elecciones si Podemos no le presta sus votos, y los con los archivos secretos de Villarejo salpicando el caos a diestro y siniestro, a medida que se desencriptan, para que la angustia se reparta más democráticamente, y no solo entre los millones de perdedores de la crisis. Políticos, banqueros, comisionistas y familias de pro dan con sus huesos en los juzgados, un lugar donde los procedimiento pueden ser lentos pero imparables como una apisonadora.

Ya no hay fotos de políticos y magnates en bañador, porque su actualidad ha pasado de las playas a los charcos, y las imputaciones han salido en tropel en un mes en que tradicionalmente se paralizaba la acción judicial. Las salas de vistas van a desbordar al levantar tantas alfombras. Desde los amaños de la política, con la todopoderosa lideresa madrileña Esperanza Aguirre a un paso del banquillo, a los amaños del fútbol, con dos equipos enteros de Primera División imputados por manipular los resultados de un encuentro o los amaños financieros, con la banca perdiendo prestigio y valor a chorros. Ya es hora de reivindicar agostos como los de antes.

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