La batalla perdida de los cines tradicionales

Las doce pantallas de Cinesa en el centro comercial Bahía de Santander tuvieron 874.481 espectadores en 2002 y recaudaron 3,6 millones de euros. A pesar de estar emplazado en una ciudad pequeña, el complejo de Nueva Montaña fue la decimoctava sala de cines con mayor volumen de espectadores de España.
En los pocos años de vida, Cinesa se ha quedado con la mitad del mercado cántabro. De las 1.760.443 entradas de cine que se expendieron en Cantabria en el 2002, el 49,7% se vendieron en la multisala de El Corte Inglés, de forma que sus doce pantallas tuvieron tantos espectadores como las 35 restantes de la región, que se han quedado en 33 tras el cierre del Capitol y de Los Angeles, cuyo local acaba de ser puesto en venta.
Estos datos, procedentes de los controles de la Sociedad General de Autores de España (SGAE) no valoran, obviamente, la facturación por otras ventas complementarias, como las bebidas, palomitas y snaks, pero nadie duda de que si se incluyesen, las diferencias de facturación global de Cinesa con los restantes competidores se incrementaría hasta porcentajes abrumadores.
Los cines del casco urbano no han podido reaccionar a la apertura de estos complejos que actúan como auténticos embudos de la demanda. De hecho, las cosas no iban bien ya antes de que se produjese la primera apertura, la del complejo de Circuito Coliseo, en Valle Real. El cine atravesaba momentos bajos en España desde mediados de los años 80 y muchas salas tradicionales de grandes pantallas habían ensayado la fórmula de multicines para tratar de aumentar los ingresos y reducir los ratios de personal por butaca.
El nuevo formato tuvo un éxito solo relativo, pero se convirtió en un problema más para los que seguían anclados en la gran pantalla única y muchos cines, como el Gran Cinema, Kotska o Roxi optaron entonces por echar el cierre y aprovechar la elevada cotización de los locales en Santander para darles otros usos más remuneradores.
Los problemas se agravaron extraordinariamente con la apertura en 1995 del complejo de Valle Real, una fórmula mucho más evolucionada, que aprovechaba la clientela y la hostelería del centro comercial. Sus 2.002 butacas, repartidas en ocho salas, duplicaban la oferta de la región, de la noche a la mañana.
Pasados los primeros efectos del vídeo doméstico, es verdad que los españoles volvían a salir a la calle para ver cine, pero la competencia entre locales se había multiplicado. El resultado fue el cierre de otro clásico, el Coliseum, al que ni siquiera había salvado el reconvertirse al formato de multisalas.
Cuatro años después, Cinesa abría doce pantallas más en el centro comercial construido por El Corte Inglés en Nueva Montaña. El recién llegado no tuvo dificultad alguna para colocarse, desde el primer año, a la cabeza del sector. Para rematar la faena, Pryca convertía su hipermercado en un centro comercial, con los consabidos cines, y sus doce pantallas parecían el puntillazo definitivo a las pocas salas tradicionales que habían logrado subsistir hasta entonces.
El cierre del cine Santander y, sobre todo, el del Capitol, fue una auténtica sorpresa para la ciudad, que nunca pensó que el más clásico y elegante de sus cines también sucumbiría. El casco urbano se quedaba sin centros de ocio, un problema que supera el propio concepto económico para entrar en el sociológico. Sólo quedaba el pequeño cine Los Angeles, que apenas resistiría el temporal unos pocos meses más, y ha optado también por tirar la toalla.

Diferencias insuperables

El cierre de cines en el casco urbano de Santander, hasta quedarse sin ninguna sala comercial ha sido un duro golpe para los espectadores con menos posibilidades de desplazamiento, pero responde a una lógica económica indiscutible.
Los cines tradicionales tienen una difícil supervivencia ante el sistema de multipantallas. Las 688 salas tradicionales que aún quedaban en España a finales de 2002 sólo captaban al 7,3% de los espectadores y hacían el 6,4% de la recaudación total. Su media anual de ingresos eran de unos modestísimos 58.000 euros, que obviamente no justificaban el tener abiertas sus puertas (la mayoría sólo se sostenían por su carácter familiar), mientras los complejos con más de diez pantallas se habían hecho con el 32,5% de la recaudación, a pesar de sumar pocas más pantallas (945).
Tanto el hecho de tener muchos más espectadores por sala, como la posibilidad de conseguir ratios de productividad muy superiores, han provocado unas diferencias insuperables entre el modelo tradicional y el de las multisalas.

Más cinéfilos en las grandes ciudades

Las estadísticas de la SGAE demuestran que el cine es un espectáculo eminentemente urbano y una región como Cantabria se comporta como cabía esperar, a medio camino entre lo que pasa en las grandes urbes, donde la asistencia es bastante frecuente, y el medio rural, donde la población se busca otros divertimentos. Así, los espectadores cántabros van a al cine una media de 3,3 veces al año, muchas menos que un madrileño, que va 5,2 veces, y que un catalán (6,1 veces), pero mucho más que un manchego (1,5) o que un gallego (2,0).
También está un poco por debajo de la media la ocupación de las salas. El promedio de espectadores por sesión es de 29,8, un número del que los empresarios de exhibición podrían sentirse muy satisfechos si lo comparasen con el de Ceuta (14 espectadores), pero muy lejos de los 41,5 de Valencia, o los 56 de Zaragoza. Claro que eso no siempre indica la rentabilidad, dado que también hay que considerar el número de pases por día y el tipo de cines. En Soria pasan de 92 los espectadores por sesión, pero se trata de cines de una sola pantalla y, por tanto, poco rentables, mientras que en Cantabria la media es de cuatro pantallas por local, y además, tienen las programaciones más amplias del país, con 3,4 sesiones por día. Es decir, que las salas están sometidas a una explotación muy intensiva.

Llegó con el siglo y desapareció con él

Tanto este alto número de pases diarios, como el hecho de que las entradas sean sensiblemente más baratas en Cantabria que en la mayoría de las provincias españolas indica la existencia de una competencia muy dura, con una gran compañía que marca la pauta, Cinesa y otras multisalas dispuestas a no ceder más terreno. El perdedor inevitable es el cine tradicional, que se ve obligado a arrojar la toalla.
El resultado ha sido el insólito vaciamiento del centro de la ciudad, donde el cine ha estado presente de forma ininterrumpida desde comienzos del siglo XX. Nació con el siglo y murió con él. Sólo la Filmoteca y una pequeña sala independiente que hace gestiones para abrir recordarán en el casco urbano de Santander una actividad que, en cualquier otro lugar forma parte del equipamiento urbano y cuya ausencia tiene notables efectos secundarios sobre otras actividades como el comercio o la hostelería. Ambas reclaman ahora la apertura de locales de espectáculos que devuelvan al casco urbano el movimiento de personas que siempre tuvo. Pero quizá sea demasiado tarde.

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