La ciudad de las cuestas estrena ascensor

La inauguración del funicular del Río de la Pila simboliza, de alguna manera, la pretensión de despertar a una ciudad durmiente. En los años ochenta, Juan Hormaechea, por entonces, alcalde de la ciudad, declaró Santander como ciudad terminada y, salvo algunas obras puntuales, sus sucesores han cumplido con la sentencia. Ninguna Corporación ha entendido que Santander es algo más que un bonito frente marítimo, quizá porque la intrincada fisonomía de la ciudad de las cuestas necesita políticos ambiciosos.
El funicular del Río de la Pila es la primera obra de cierta entidad que el Ayuntamiento de Santander ejecuta en los barrios populares en muchas décadas. Se ha construido en San Simón-Entrehuertas, un modesto reducto de la ciudad que sobrevivió al fuego y que se encuentra en la ladera sur de General Dávila. El ascensor comunica el final de la calle Río de la Pila con la parte posterior del campo de fútbol que se construyó sobre el solar del viejo Regimiento de Artillería de María Cristina. Una zona que es un absoluto disparate desde el punto de vista urbanístico y que ha obligado al Ayuntamiento a expropiar y derribar docena y media de viviendas.
El proyecto para la construcción del elevador comenzó hace ocho años. En realidad, se trataba de una vieja idea presentada por los socialistas en el Ayuntamiento de Santander en el año 1993 y que fue descartada por el equipo de gobierno de la época. No obstante, Gonzalo Piñeiro recuperó el proyecto en 2001, pero la ejecución aún se demoraría bastante, hasta encontrar financiación. El coste del funicular ha sido de 5,1 millones de euros, de los cuales, 3,4 millones han sido aportados por la Unión Europea y el resto (1,7) por el Ayuntamiento de Santander.
La obra se ha ejecutado en dos fases. La primera tuvo como resultado la reconstrucción del campo de fútbol que ocupa los terrenos del desaparecido Regimiento y la ordenación del espacio adyacente. La segunda fase, que se ha ejecutado simultáneamente con la primera, es la que ha concluido con la inauguración del funicular.
El diseño del proyecto se encargó a los arquitectos Sara Peralta e Ignacio Bartolomé y a la ingeniería Silga, y la construcción fue adjudicada a Teconsa. Cuando por fin estuvo el proyecto aprobado y financiado, el Ayuntamiento se enfrentó a la difícil tarea de alcanzar un acuerdo con los vecinos cuyas viviendas ocupaban el recorrido del funicular.
Los técnicos plantearon la necesidad de expropiar dieciséis viviendas que han sido demolidas después de no pocos conflictos. Los afectados por la obra han tenido que ser realojados de forma provisional, hasta que se encuentre una fórmula satisfactoria para ellos, ya que, con el justiprecio abonado por la expropiación –unos 42.000 euros por familia–, estas personas sólo podrían optar a una plaza de garaje.
La cabina del funicular, que tiene el aspecto de un gran ascensor de acero inoxidable, se desplaza recostada sobre la ladera. Arranca desde el fondo de la calle Río de la Pila, y se eleva durante 75 metros, en los que salva el tramo con mayor desnivel, con una inclinación de 32 grados. A pesar de su corto recorrido, tiene dos paradas intermedias en las calles San Sebastián y Prado San Roque que, con la salida en el Río de la Pila y la llegada en el campo de fútbol dan lugar a cuatro estaciones.
Los espacios anejos al funicular también han sido objetivo de un cambio sustancial. Hay un tramo de escaleras mecánicas hasta la plataforma de acceso a la cabina y 220 escaleras convencionales junto al tendido para quien desee seguir haciendo a pie el trazado hasta General Dávila o ante eventuales problemas que pudiesen dejar fuera de servicio la máquina.
El ancho pasillo abierto en la loma por el recorrido del funicular se ha dignificado con zonas ajardinadas y un mirador a la altura de Prado San Roque, una atalaya desde la que se divisa una gran panorámica de la Bahía.
El ascensor tiene capacidad para veinte personas, es gratuito, no necesita un operador y dispone de un servicio de videovigilancia conectado con la policía municipal para prevenir el vandalismo.
El Ayuntamiento se ha esforzado en resaltar el carácter social de la obra, ya que trata de integrar la calle General Dávila y sus dos laderas con el centro urbano.
Sin embargo, el hecho de que sólo salve una parte de la pendiente, aunque sea el tramo más empinado, ha causado cierta decepción en algunos vecinos. Si un ama de casa acude a realizar sus compras al centro de Santander desde la calle General Dávila difícilmente va a regresar cargada con ellas hasta el ascensor, al final del Río de la Pila. El funicular de Archanda en Bilbao o el de Dos Guindais, en Oporto sí cumplen con esta función, ya que la salida de las cabinas se produce en el centro urbano de las ciudades. El Ayuntamiento ha recogido este sentimiento y ha planteado la posibilidad de completar la obra con algunos tramos de escaleras mecánicas que le den continuidad y que aumente su funcionalidad.
En cualquier caso, el funicular es un buen punto de partida. Es un símbolo de modernidad y permite que una parte de la ciudad que vive un paso por detrás de la Bahía pueda convivir en armonía con el resto. No llega a ser lo que los arquitectos de Santander llaman sinfonía habitada, pero es un paso para alcanzar un urbanismo que suene bien a todos.

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