Editorial

Dice la Comisión que allí donde no hay competencia, los concursos públicos se encarecen un 25%, y si se tiene en cuenta que cada año las Administraciones adjudican obras y servicios por valor del 18,5% del PIB, hemos estado pagando unos sobrecostes estratosféricos, algo que el resto de las empresas y los ciudadanos aceptamos con la misma resignación con que el conjunto del pelotón padece a los dopados.
Que nosotros no sepamos defendernos es fácil de entender, porque conocer los chanchullos no está al alcance del contribuyente de a pie, pero las administraciones públicas no son tan ingenuas. Tienen mucha más información y tienen técnicos obligados a informar sobre el coste real de un producto o de una obra. Por tanto, cuando en los concursos se elevaban tan sospechosamente los precios deberían haber detectado el engaño, por no hablar de la complacencia con las reformas y modificados, un mal eterno en España que no cabe achacar solo a los políticos, sino también a la calidad de los proyectos, que suelen quedar exonerados de toda culpa. Resulta escandaloso que en un país donde todos los actos administrativos están tan intervenidos como en el nuestro –porque no se puede olvidar que el sistema burocrático español se basa en la desconfianza– ningún interventor haya detectado nunca una sola irregularidad en los cientos de casos de corrupción que han acabado por salir en la prensa.
Incomprensiblemente, nuestros procedimientos administrativos, los más pulcros que puedan imaginarse, han dado como resultado un sinnúmero de corruptelas, que o se conocen demasiado tarde o no se conocen nunca. Que lo reconozca la Comisión Nacional de la Competencia es alentador, aunque también salga al paso con años de retraso.
Ya no se dan esas escandalosas desviaciones al alza en el precio de las obras, porque ahora las adjudicaciones se están haciendo por mucho menos del precio de licitación. Y ahí también habría que preguntarse si los técnicos de las administraciones públicas no están presupuestando por encima del coste real de mercado, porque no es de creer que todas las empresas licitadoras estén dispuestas a perder dinero en todas las obras, si hacemos excepción de las ofertas que puedan considerarse bajas temerarias.
Ante el estado de cosas que denuncia, la Comisión Nacional de la Competencia se ha ofrecido para hacer informes no vinculantes sobre los contratos que adjudican ayuntamientos, comunidades autónomas y el propio Estado. Podemos estar seguros de que ninguna de estas tres administraciones los va a solicitar, porque se encuentran demasiado cómodas como están. Y aunque los desvíos sean ahora menores, por el mero hecho de que no hay dinero, no debe renunciarse a un mecanismo de control más eficaz.

Es muy improbable que los técnicos y los políticos no hayan sido conscientes de estos inmensos sobrecostes que ahora denuncia Competencia. Peor aún, ha habido cierta conformidad con esta situación, hasta el punto que la CNC critica que ningún organismo o técnico público se haya tomado la molestia de hacer un seguimiento de las desviaciones para tratar de detectar los motivos de la reiteración. Como tampoco puede entender que se hayan puesto tantas barreras para participar en los concursos públicos, en forma de requisitos previos, hasta convertir muchos de ellos en un coto cerrado, algo que se justificaría si se tratase de asegurar el resultado, pero que, a la vista de tantas deficiencias, no ha sido el caso.
Convivimos con un sistema clientelar, muy proclive a la corrupción y, quizá por eso, quienes podían reformarlo no han tenido ningún interés en hacerlo. Con media clase política y no pocos empresarios sentados en los banquillos de los tribunales era la oportunidad para cambiar muchas cosas en la adjudicación de los contratos públicos y en su fiscalización, pero al margen del durísimo informe de la Comisión Nacional de la Competencia, no ha cambiado nada en los procedimientos. Y como el informe pronto será agua pasada, todo seguira igual, porque para lo único que sirven tantos escándalos es para que nos olvidemos antes de cada uno de ellos.

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