El fin de un sector

En lenguaje afectado, la Consejería de Economía es considerada ‘transversal’, lo que en castellano de la calle quiere decir que está al servicio de las otras. Pero en algunos casos la situación se invierte y ‘las otras’ están al servicio de Economía. Ignacio Diego se lo dejó bien claro a los constructores nada más entrar a la reunión que mantuvo con ellos. Ni siquiera tuvieron que preguntarle por qué no estaban presentes los consejeros de Obras Públicas y de Medio Ambiente (los de ‘lo suyo’) y sí la titular de Economía: “Es que no hay nada más de que hablar”, les aclaró el presidente y empezó a proyectarles el extenso power point que lleva por título ‘Situación económica de la Comunidad Autónoma de Cantabria’. El enésimo capítulo, actualizado a mes de agosto, de las penurias económicas del Gobierno.
A tan tempranas alturas, el colofón ya era fácilmente presumible para los empresarios: ni hay obras públicas ni las va a haber en algún tiempo. A lo sumo un colegio y dos centros de salud, porque las carreteras y todo lo demás pasan a tener prioridad cero. Cantabria tratará de rebañar lo que otras autonomías dejen del Objetivo 2 de la UE, pero incluso eso, que sólo exige poner el 20% de la financiación, parece una montaña.
A los empresarios que acudieron no les quedó aliento ni para sentirse molestos. Algunos propusieron fórmulas mixtas de financiación o aplazamientos en los pagos pero Diego les advirtió que todo eso es endeudamiento y tanto el ratio del déficit como el de la deuda son sagrados para su Gobierno “si no queremos que vengan los de negro”, les dijo.
La construcción, un sector que ha llegado a representar el 14% el PIB regional se encontraba finalmente con algo que nunca pudo imaginar. Ha desaparecido el último rayo de esperanza y a la salida del despacho de Diego cada uno de los asistentes (con muy pocas excepciones) ya tenía perfectamente claro que su horizonte más inmediato sólo puede ser reinventarse o presentar un ERE. Probablemente ocurrirá en el orden contrario: presentar un ERE y ganar un poco de tiempo para reinventarse.
Ni en 1993, cuando las máquinas de obras públicas quedaron abandonadas al borde de las carreteras por el parón en seco de la actividad, se había conocido algo parecido. “Entonces al menos había dinero en el mercado. Caro, pero había. Ahora no hay ni obras ni dinero”, dice un constructor.
El refugio en la obra privada es casi irrelevante, la poca actividad que hay está retenida a la espera de la entrada en vigor –por fin– del Plan General de Santander, y poco más. En vivienda, los promotores intentan salvar unos pocos muebles quitándose de en medio la competencia de las empresas públicas que hacen VPO. El Ayuntamiento de Santander hasta ahora no parecía muy dispuesto a dejarles este pequeño pastel, pero el alcalde acaba de comprometerse a ceder a los promotores la ejecución de estas viviendas que no pueden compararse en costes a la VPO de promoción privada gracias a una circunstancia muy ventajosa: el Ayuntamiento dispone de suelo gratuito para hacerlas, el procedente de las cesiones que los promotores privados están obligados a hacer.
Otro refugio del sector, la rehabilitación, también lleva camino de desaparecer. El Gobierno regional le ha dado carpetazo este verano a las ayudas para fomentar las obras de mejora en los edificios de cierta antigüedad con el argumento de que los objetivos previstos ya están cumplidos. Es decir, que ya se ha gastado la partida presupuestaria. Esta subvención estaba movilizando un importante volumen de mano de obra, dado que las rehabilitaciones requieren mucho más personal por unidad de inversión que la obra nueva y los gremios vinculados a la construcción han tratado en vano de convencer al Ejecutivo de que no solo debía mantener estas subvenciones, sino que le salía rentable ampliarlas. Argumentaban que las rehabilitaciones, además de salvar de la desaparición a constructoras, contratistas y suministradores de materiales, reducen las listas del desempleo, con el consiguiente ahorro en las prestaciones, y aumentan la recaudación fiscal, de forma que una parte significativa de la subvención vuelve a las arcas públicas por muy diversas vías.

Paralización de Valdecilla

No han tenido éxito con sus argumentos. El Gobierno cántabro ha decidido que ni se amplía el programa ni se continúa, porque no hay dinero. La angustia económica llega al punto de tratar de rescatar lo ya comprometido, con medidas como la de devolver a sus propietarios terrenos expropiados para nuevas carreteras, con lo que consigue algo de liquidez y se ahorra el gasto de ejecución o la insólita salida que ha dado a la obra de Valdecilla. En ocho meses, Diego ha pasado de considerar una afrenta los retrasos que estaba sufriendo a decidir por sí mismo la paralización.
Alegando un desencuentro con las empresas adjudicatarias, el Gobierno ha decidido interrumpir la obra hasta 2014. Al final, ni se gastará el magro millón de euros que Diego obtuvo de los Presupuestos de Rajoy ni los seis que el Gobierno cántabro había incluido en los suyos, un dinero que así puede destinar a otros fines, salvando la cara. Un rescate relativo, puesto que habrá que pagar las certificaciones de obra de lo ejecutado hasta la suspensión (en las últimas semanas había aumentado notoriamente la actividad) y es posible que las empresas adjudicatarias exijan compensaciones por la anulación del contrato.
Descartadas las pocas obras previstas y suspendidas las que estaban en marcha, en las próximas semanas se producirá una nueva cascada de EREs y algunos empresarios del sector auguran que las constructoras y promotoras activas a final de año se contarán con los dedos de las manos.
Es demasiado aventurado cuantificar los cierres o los recortes de personal que pueden producirse en las empresas, pero los sindicatos ponen en duda la continuidad de los 17.000 trabajadores que quedan en un sector que desde el comienzo de la crisis, ha perdido 23.000 empleos. Según ellos, la postura ‘fundamentalista’ del Gobierno da la puntilla a lo que había sobrevivido hasta ahora. Y coinciden casi textualmente con una observación que hacen los empresarios: “¿A dónde van a ir a trabajar estas personas? ¿En qué sector se pueden recolocar?”. Para unos y otros, la salida de la construcción supone la despedida definitiva de estos trabajadores de cualquier actividad laboral remunerada, salvo las chapuzas en negro. Una reflexión que también aplican a las empresas: “Que nadie piense que las que desaparecen ahora van a volver a aparecer en 2014 o 2015”, dicen.
Reinventarse es la palabra de moda entre los constructores, pero con la excepción de las disputadas contratas de servicios públicos, nadie sabe en qué. Ningún sector ofrece alternativas y, aún habiéndolas, para transformarse se necesita dinero, cualificación y tiempo. Eso es lo que más lamentan, que el Gobierno no les haya dado tiempo: “¿Qué salida se le puede dar de la noche a la mañana a una empresa con 200, 300 o 500 trabajadores?”, se preguntan.
Los representantes del sector salieron desencajados de la reunión pero son consciente de que no tienen muchas alternativas para cambiar la voluntad del Ejecutivo: “Podemos protestar”, dicen, “pero, ¿serviría de algo?”. En otros tiempos, podían haber tumbado un gobierno, pero la crisis ha debilitado mucho las fuerzas del que durante lustros ha sido el sector más poderoso de la región. Ahora solo le queda administrar la agonía.

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