VINOS DE CANTABRIA: Un sector joven que busca su identidad

Cantabria ha sido una de las últimas regiones en reclamar un espacio en el mapa vinícola español, a pesar de que, durante siglos, la vid tuvo una importante presencia en los cultivos locales. Pero en apenas catorce años, el impulso dado a la recuperación –o más bien la reinvención– de la viticultura ha sido de tal magnitud que se han creado once bodegas, ocho en la zona costera y tres en la comarca de Liébana, aunque el número de productores acogidos a las denominaciones de Vino de la Tierra, controladas por la ODECA, es aún mayor: nada menos que catorce dentro de la denominación Costa de Cantabria y 37 en la de Liébana.
En realidad, estas cifras nos hablan tanto de la pujanza de este sector como de su fragilidad. La gran mayoría de las bodegas se abrieron en una época de grandes expectativas, truncadas por la crisis económica. El atractivo que rodea al mundo del vino y la promesa de negocio que encerraba atrajo a inversores ajenos al sector y se crearon bodegas con muchos puntos débiles, entre ellos la pequeña dimensión de sus viñedos, ya que la puesta en marcha de nuevas parcelas de vides está sujeta a unos derechos de plantación muy restringidos: o se adquieren en el mercado o se aguarda a que el Ministerio de Agricultura abra la reserva de que dispone y pueda acudirse a la asignación de esos derechos.
La bodega más extensa, entre las situadas en la costa, es Casona Micaela, con unas ocho hectáreas de vides. La consecuencia del pequeño tamaño general es el alto coste del vino producido que se traduce en unos precios con los que no resulta fácil hacerse hueco en un mercado tan reñido como el español. En la pasada campaña se comercializaron 149.400 litros de vinos de la Costa y 65.500 de Liébana. Apenas medio litro por habitante, poco para la media de consumo nacional (más de nueve litros por habitante y año), por lo que podría pensarse en un importante margen de crecimiento de los caldos locales, si son capaces de aumentar la producción y ser competitivos.

Potencial de crecimiento

En Cantabria hay actualmente 95,2 hectáreas de viñedos en producción, 61 de ellas en Liébana y el resto en las zonas costeras. Pero no todas ellas están inscritas en las dos denominaciones de calidad que tiene la región. En la zona costera son 39,7 las hectáreas registradas en ODECA y en Liébana tan solo 6,9. De esa superficie cultivada sale el 90% del vino que se elabora.
La explicación a la sensible diferencia entre las hectáreas en producción y las inscritas puede residir en el hecho de que para que un viñedo empiece a producir deben pasar al menos tres años desde su plantación y para producir un vino de calidad se requiere aún más tiempo. En muchas de las plantaciones, las vides no han llegado al punto de madurez adecuado y todavía no han sido inscritas. La diferencia también podría buscarse en los terrenos que en su día se dedicaron a este cultivo y ahora están abandonados. Más de 16 hectáreas se encuentran, según el Registro Vitícola de Cantabria, en esta situación, todas ellas en Liébana. Sus derechos de plantación podrían servir para nuevos cultivos en esa o en otra zona de la región, para lo cual bastaría con arrancar las viejas cepas.
De este potencial de crecimiento cabe esperar un aumento de la capacidad productiva en unas 48 hectáreas, sin contar las abandonadas, con las que se podría ampliar significativamente la actual cosecha de uva –siempre con el límite de los once mil kilos por hectárea que fijan los respectivos reglamentos– y proporcionar a las bodegas la materia prima que precisan para aumentar su producción. No obstante, incluso con este incremento las cifras seguirían siendo marginales dentro del potentísimo sector vitivinícola español. En La Mancha, por ejemplo, con 400.000 hectáreas registradas, hay muchas fincas que superan a todos los cultivos cántabros de vid juntos.

El reto de la singularidad

Por esa escasísima dimensión, el objetivo comercial que se persigue es el de singularizar los vinos de Cantabria, de manera que tengan su propio nicho de mercado.
Para la reactivación del sector, emprendida por el Centro de Investigación y Formación Agraria de Muriedas (CIFA) en el año 2000, se optó por incentivar el cultivo de variedades que, además de ser las más adaptables a nuestra climatología, estaban sobradamente probadas por los enólogos y respaldadas por la buena aceptación de sus vinos. Para la denominación de la zona costera se permite la utilización de hasta siete variedades de uva blanca y una de tinta. Las más utilizadas son las de origen gallego (albariño, godello y treixadura), pero también se permiten variedades de origen alemán, como la riesling o la gewürtztraminer. El resultado son vinos jóvenes, frescos y de elevada acidez, con poca graduación alcohólica.
En Liébana son los tintos los que predominan, basados sobre todo en una uva autóctona de mucha calidad, la mencía, presente también en el Bierzo y en Galicia. Junto a ella, también se permite utilizar tempranillo, garnacha y graciano, entre otras. Pero aunque el vino tinto sea el más común en Liébana, en esta comarca ya se están empezando a elaborar blancos de mucha calidad, a partir de variedades como la palomino, godello o chardonnay.
También en este caso se trata de vinos jóvenes, porque en la corta historia de la recuperación de la cultura vinícola de nuestra región no se ha llegado aún a la fase de envejecimiento en barrica, para la elaboración de crianzas.
Pero una vez lograda la calidad de nuestros vinos, el reto es la aportación de matices que lo diferencien. Una de las líneas de trabajo que ha puesto en marcha el CIFA es la experimentación con uvas autóctonas ya desaparecidas pero de las que quedaban ejemplares guardados en El Encín, una finca donde se realizan los proyectos de investigación agroalimentaria y agroambiental de la Comunidad de Madrid. De allí se han traído variedades como la carrasquín o la parduca, dos uvas con las que se está trabajando para estudiar su comportamiento enológico y conseguir un vino con una seña de identidad específica lebaniega.
Las bodegas están muy interesadas en los avances que se puedan conseguir y aunque no tienen capacidad para investigar por su cuenta sí colaboran prestando sus terrenos al CIFA para estos cultivos experimentales.
Otra de las líneas de trabajo de este Centro se centra en la búsqueda de vides aisladas, vestigios de que en ese lugar hubo históricamente un viñedo, para su análisis genético. Su interés reside en que se trata de vides que han sobrevivido a las plagas que acabaron con la viticultura en nuestra región y que, por ello, pueden ser de mucha utilidad. “Es interesante poder mejorar nuestros vinos y dotarles de características propias e incluso recurrir a ellos ante desastres climatológicos o fúngicos”, señala María Gutiérrez, una especialista en viticultura del CIFA.

Actividades complementarias

Mientras llega el momento de utilizar las hectáreas ya plantadas para incrementar la producción, o se aprovechan las mejoras agronómicas que aporten más calidad a nuestros vinos, algunas bodegas han puesto en marcha iniciativas para ayudarles a comercializar sus productos y crear un entorno en el que se aprecie mejor el mundo del vino. Cursos, catas, visitas a las bodegas para conocer in situ el proceso de elaboración o la celebración de eventos son algunas de esas actividades que se engloban en lo que se ha dado en llamar enoturismo y del que hay muchos ejemplos en otras regiones vinícolas de España.
Son los pasos que está dando un sector todavía muy joven y que busca afianzarse en el mercado con vinos de calidad, más allá de la curiosidad que pueda despertar la degustación de un producto local.

Suscríbete a Cantabria Económica
Ver más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Botón volver arriba
Escucha ahora