Calor económico

Al despedir el verano parece inevitable que todo el mundo vuelva a acordarse de la calefacción, para instalarla o para ponerla a punto. Como siempre; sólo que, esta vez, su funcionamiento puede resultar mucho más caro como consecuencia de la fuerte subida del gasóleo C. Para una familia media española, que gasta alrededor de 1.400 litros al año, este encarecimiento puede suponer hasta 20 euros más en su factura mensual. Y no es la única fuente de energía que ha subido, ya que también el gas natural ha incrementado su precio en más de un 6%.
Esta escalada de los combustibles puede pasar más desapercibida para el bolsillo si se mitigan sus efectos con medidas muy sencillas que ayudan a ahorrar en calefacción y energía. Encender las calderas durante menos horas, aislar la vivienda del exterior o apagar la calefacción cuando la casa esté vacía son recomendaciones un tanto obvias que, sin embargo, pueden resultar fundamentales para reducir el consumo energético.
El 46% de toda la energía que gasta una familia tiene como destino calentar la casa. Por eso, encontrar el sistema de calefacción que mejor se adapte a las necesidades de consumo no es un asunto banal. Son muchos los aspectos que se deben valorar: zona climática, características de la vivienda y de la familia que la habita, dificultades técnicas del sistema, costo de la instalación… También son varias las opciones a nuestro alcance, desde las calderas de gas natural, gasoil o carbón a los acumuladores de energía o suelos radiantes.
Desde el punto de vista energético, la calefacción central colectiva es más eficiente que los sistemas centralizados individuales y también es más económica. Pero sólo disponen de ella un millón de viviendas españolas, frente a los más de tres millones que tienen instalaciones individuales –electricidad, gas o fuel–. No siempre se puede elegir y la mayoría de los hogares españoles tienen calefacción por elementos independientes como estufas, radiadores, convectores eléctricos o bombas de calor.
Entre los combustibles, el más utilizado es el gas, seguido de la electricidad y, en tercer lugar, del gasóleo C. De hecho, Cantabria es una de las regiones que hacen mayor uso del gas natural como fuente de calefacción. El gasóleo, pese a ser un combustible económico, es menos limpio y ecológico, por lo que suele quedar reservado a viviendas unifamiliares y localidades donde aún no se ha canalizado el gas.

Elegir bien

El sistema de calefacción más utilizado en las viviendas españolas –especialmente, en las urbanas– es el de caldera con radiadores de agua, si bien la combustión puede ser alimentada con gas natural, propano o gasóleo C. También dentro de las calderas se han abierto varias alternativas que complican aún más la decisión, con la irrupción de modelos de baja temperatura y de condensación que llegan a costar el doble, pero producen ahorros de energía superiores al 25%, lo que permite recuperar el sobrecoste en un tiempo razonable.
También el suelo radiante funciona con caldera –aunque puede hacerlo con placas solares–. Al repartir el calor –o el frío en verano– de manera uniforme por toda la casa, éste modelo resulta muy confortable y permite ahorrar espacio, dado que no necesita radiadores. Ahora bien, es un sistema lento que puede necesitar hasta cuatro horas para conseguir el calor deseado y, aunque a la larga permite ahorrar, implica un gasto inicial muy elevado, dado que hay que levantar el suelo para colocar los calefactores o instalarlos con el edificio en obras.
Una alternativa sin tuberías ni calderas son los emisores termoeléctricos, que transmiten el calor a través de aceite térmico. Cada radiador, que funciona con una resistencia, se puede enchufar por separado y, tras apagarlo, sigue irradiando calor durante unas horas. Eso sí, puede obligar a contratar una mayor potencia eléctrica. También hay que tener en cuenta que les cuesta alcanzar el nivel de confort de otros formatos y resultan poco eficientes desde un punto de vista energético. En resumen, es un calor más caro.
Idóneos para áticos que sufren temperaturas extremas y para liberar las oficinas de humos e impurezas son los aparatos con bomba de calor. Los cassetes o splits que se colocan en el techo o en las paredes de las habitaciones son cada vez más estéticos y pequeños y su circuito, habitualmente reversible, se adapta tanto a las necesidades del invierno como a las del verano a través de un climatizador que absorbe y filtra el aire para devolverlo al ambiente convertido en frío o en calor, con un consumo de energía bajo.
La menos recomendable por economía y eficacia es la calefacción eléctrica, aunque tiene otras ventajas evidentes: su mantenimiento es mínimo, no produce gases ni olores y tampoco necesita una instalación complicada.

Uso y mantenimiento correcto

Una vez escogido el sistema de calefacción, se puede adelgazar la factura mediante un consumo razonable. Lo primero es aplicar el sentido común y tener claro que a más grados de calor mayor gasto de calefacción. Una temperatura media de 20 grados ofrece el confort necesario –menos, incluso, en los dormitorios– y, por cada grado de más, el consumo de energía se incrementa en, aproximadamente, un 7%.
La calefacción debe apagarse por la noche y no encenderse hasta ventilar la casa y cerrar de nuevo las ventanas. No son necesarios más de diez minutos para que el aire de una habitación se renueve. A partir de ahí, el calor se pierde inútilmente.
Colocar termostatos programadores y válvulas termostáticas en los radiadores permite un ahorro energético de entre un 8% y un 13% y llevar un mantenimiento adecuado de la caldera individual hasta del 15%. Y es que casi tan importante como tener calefacción es revisar la instalación todos los años, purgando uno mismo el aire de los radiadores y dejando en manos de profesionales cuidados como la limpieza de la caldera, el control de los consumos de agua y combustible y el de los índices de gases expulsados.
Otras medidas para un mejor aprovechamiento de la energía pasan por reducir la temperatura de las zonas de la casa que no se usen habitualmente, dejar los radiadores descubiertos para que rindan al máximo o cerrar las persianas y cortinas por la noche.

Aislamiento

Una vivienda mal aislada necesita más energía porque en invierno se enfría con rapidez y en verano se calienta más y en menos tiempo. De hecho, pequeñas mejoras en el aislamiento pueden conllevar ahorros energéticos y económicos de hasta un 30%, tanto en calefacción como en aire acondicionado. Y no es difícil de conseguir: una capa de tres centímetros de corcho, fibra de vidrio o poliuretano tiene la misma capacidad aislante que un muro de piedra de un metro de espesor.
Una de las maneras de ahorrar energía sin pasar frío consiste en no dejar que el calor se escape de la casa a través de acristalamientos, marcos y molduras de puertas y ventanas, cajetines de persianas enrollables, conductos, chimeneas, etc. Para conseguirlo, lo recomendable es instalar ventanas con doble cristal o doble ventana y carpinterías con rotura de puente térmico –con material aislante entre la parte interna y externa del marco–. Hay que detectar las corrientes de aire para acabar con ellas, tapar las rendijas con medios baratos como la silicona, pegar láminas adhesivas de material plástico transparente a marcos y acristalamientos y cerrar el tiro de la chimenea cuando no esté en uso.

Certificación energética

El ahorro de energía comienza en el mismo momento en que se diseña o se elige una vivienda nueva. Por eso, antes de comprar, conviene estudiar con lupa la memoria de calidades y comprobar las instalaciones energéticas de la obra nueva.
La legislación en esta materia se está endureciendo y estamos a punto de estrenar un Código Técnico de la Edificación que establece mayores exigencias en aislamiento e instalaciones de calefacción y aire acondicionado. Su objetivo es reducir el consumo de energía de los edificios y lograr que parte de él proceda de fuentes renovables.
Como resultado de la trasposición de una directiva comunitaria, muy pronto se generalizará también, con carácter obligatorio, la certificación energética de cualquier vivienda que se construya, venda o alquile en Europa. Los edificios se calificarán en función de la calidad de sus instalaciones y de características constructivas tales como el aislamiento o los cerramientos.
Este certificado energético, unido a las nuevas construcciones bioclimáticas y al uso de fuentes renovables, promete contribuir al aumento de la eficiencia energética y a la disminución del impacto ambiental.

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