La cosmética cántabra natural de Delaceite

arta Sainz de la Maza es doctora en Biología, pero su vida no caminaba, ni por asomo, por el camino del emprendimiento. Funcionaria y directora del Museo de Carrejo, muy cerca de Cabezón de la Sal, su trabajo discurría entre animales disecados y proyectos de ampliación hasta que hace cinco años participó en un curso de la UIMP sobre perfumes. Allí descubrió que no solo era capaz de identificar las fragancias que no conseguían distinguir los demás, sino que crear aromas podía ser un hobby adictivo. Lo que no imaginaba es que dos años después empezaría a compatibilizar su trabajo con la fabricación de cosmética.
Sainz de la Maza acaba de volver de la mayor feria de perfumes y cosmética del mundo, que se celebra en Dubai. Allí ha ido, con otras dos personas de su empresa, Delaceite, y con 90 kilos de muestras en maletas, dispuesta a abrirse paso en mercados de todos los continentes y especialmente en los países árabes, donde hay un público abundante para los cosméticos de calidad. La paradoja es que su intención es vender productos sin ningún derivado del petróleo en países que viven precisamente del petróleo.
Su cosmética natural tiene poco que ver con la que más se publicita, las marcas conocidas que a pesar de su popularidad no son, precisamente las mejores. Por lo general están basadas en productos sintéticos, la mayoría de ellos derivados del petróleo, y cuyos efectos a largo plazo sobre la piel no se conocen bien o son puestos en cuestión por la OMS. Son productos baratos y muy estables pero a los que no duda en calificar como “muy malos”. Probablemente por ser vegana, ella decidió hacerse un hueco en un espacio distinto, el de los cosméticos naturales, que las multinacionales no tienen ningún interés en ocupar, por los altos precios de la materia prima y por las dificultades que plantea su manejo y presentación. Algunos de los aceites se semisolidifican por debajo de los 18 grados, algo que el público acostumbrado a las cremas industriales no podría entender.
Los aceites naturales de laurel, jojoba, rosa mosqueta o argan no son baratos. Algunos de ellos sobrepasan los 150 euros en kilo, lo que por sí solo los inhabilita para ser usados en los cosméticos populares. Otro tanto ocurre con las esencias, que a veces exigen destilar enormes cantidades de flores o de plantas aromáticas para obtener una mínima cantidad. La química industrial ofrece muchos sustitutivos para imitar estos aromas y texturas a precios mucho más reducidos.
Las propiedades de muchos de estos productos naturales son bien conocidas, lo que evita una larga investigación. A veces, como en los perfumes, el secreto está en las cantidades. Marta Sainz de la Maza y su grupo de colaboradoras fabrican ya un amplio catálogo de cremas cosméticas –algunas con propiedades que van más lejos, como los cicatrizantes de quemaduras–, desmaquillantes, tónicos, jabones hechos con agua de mar, bálsamos labiales o aceites de masajes. Todos salen de un pequeño laboratorio (en cosmética todo es reducido) y de un proceso de retroalimentación con las nuevas necesidades que le plantea la clientela fiel que ya ha conseguido.

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