“Bill Gates dijo que en Microsoft nunca seríamos más de 200”

En esta licenciada en Matemáticas, que en EE UU ha sido la persona de confianza de Steve Ballmer, el número dos de la mayor compañía del mundo, apenas puede entreverse casi nada que no sea naturalidad. Una proximidad que parece contradictoria con una multinacional y, mucho más, con un negocio tan arduo de explicar como el del software. Es más, al cabo de diez minutos cualquiera podría pensar que tiene delante a la presidenta de una ONG, en lugar de la responsable de una filial que directa o indirectamente genera un volumen de negocio en España de 4.000 millones de euros y mueve a 196.000 personas, a través de 15.000 empresas distintas. Incluso en este terreno prosaico pone el énfasis en la capacidad de Microsoft de repartir juego: sus 400 empleados sólo facturan directamente algo más de 300 millones de euros. El resto del pastel queda en manos de los distribuidores.

Pregunta.– Usted da una imagen muy distinta a la que uno espera en el jefe de una multinacional de la informática. Pero no por eso hay que dejar de reconocer que los informáticos no parecen estar en la misma onda que el resto de los mortales. ¿Es tan difícil que hablen el mismo lenguaje que sus clientes?
R.– Es cierto que las empresas de informática hemos caído en la tentación de hablar nuestro propio lenguaje. Al empresario tenemos que hablarle de cosas que entiende. Si entramos a un bar y le soltamos al dueño una ristra de términos técnicos, lo probable es que no nos atienda. En cambio, si le preguntamos: ¿Usted cuántas comidas da por mesa al día? ¿una? Yo puedo ofrecerle tecnología para que dé dos. –Y eso cómo se hace, preguntará. Pues mire, es un cacharrito que los camareros llevan en la mano, donde anotan la comanda, y eso milagrosamente llega a la cocina y el cocinero sabe lo que tiene que cocinar. Y cuando acaba la comida, los camareros aprietan un botón y se van a caja registradora donde automáticamente les sale el ticket. El empresario del bar hace cuentas y dice: ¿Dónde hay que firmar? Quizá alguno quiera saber luego cómo funciona eso y se le explica. Pero los proveedores de informática tenemos que hablar el lenguaje de los clientes, ayudarles a despertar su imaginación de negocio y solucionarles sus problemas. Y luego, si alguien quiere recibir un cursillo técnico, pues también se lo damos, pero la mayoría no quieren ser expertos en informática, quieren ser dueños de bares, de peluquerías o de lo que sea.
P.– Aparentemente, el mismo software vale para cualquier lugar, pero ¿se parecen las necesidades de las empresas de EE UU a las que tienen las empresas españolas?
R.– Allí hay muchas más aplicaciones verticales. Aplicaciones para jardinerías, para farmacias o para empresas que se dedican a la publicidad. Y es mucho más fácil, porque es como llevarles a una tienda a ver demostraciones con personas que entienden su negocio, sus procesos, hablan su idioma. También hay que reconocer que el usuario norteamericano está más formado en informática. Desde pequeño ha usado un ordenador y no tiene esa pequeña barrera que aquí se da, sobre todo en personas con más de 40 años.

P.– Hace dos décadas se suponía que quien tenía que aprender informática era el usuario. Ahora, si una aplicación es difícil de manejar el problema no es del usuario, sino del fabricante, que no ha sabido hacerla más sencilla. ¿En el futuro próximo, será aún más fácil?
R.– Sí, lo será. Microsoft se ha caracterizado siempre por hacer software muy intuitivo. Todo está lleno de colores, es atractivo… Y seguimos aportando tecnología que va a simplificar, por ejemplo, la entrada de datos. Hay mucha gente para la que escribir en un teclado es incómodo, porque no están acostumbrados. Por eso preparamos ordenadores que puedan recibir los datos a través de la escritura con un bolígrafo digital. Estamos trabajando en el reconocimiento de voz, pero no sólo para que sea capaz de reconocer las palabras, sino que sea capaz de reconocer las órdenes. Por ejemplo, cuando yo le digo a mi secretaria ‘prepárame el viaje a Santander’, no pretendo que lo escriba en un ordenador. Quiero que entienda que debe imprimir el bono del hotel, la agenda, el ticket de Iberia…

P.– ¿Los centros expertos que Microsoft ha ofrecido a las autonomías para investigar conjuntamente son la forma de cerrarle el paso a Linux en las Administraciones públicas?
R.– No, los centros expertos son una necesidad que tiene la economía española. Nuestro país era capaz de hacer unos productos de una calidad relativamente alta, en una UE donde nuestros costes laborales eran los terceros más bajos, tras los de Grecia y Portugal. De pronto, la UE se abre, entran diez nuevos países, China se despierta y nuestra posición, que creíamos afianzada por los costes relativamente bajos, se descoloca. Ya no vamos a ser los fabricantes de casi nada. De pronto, nos encontramos con que tenemos que pasar desde la Segunda Revolución Industrial a una Tercera o a lo que llaman Economía del Conocimiento. Si queremos seguir siendo la octava potencia, tenemos que tener empresas con mucha mayor personalización, mucho más versátiles, que sean capaces de deslocalizar parte de sus actividades, que sean mucho más globales, que utilicen mejor la tecnología y que creen valor no por costes sino por innovación. El pantalón de cinco euros se hará en China; en cambio, un pantalón de esquí que permita la transpiración y aporte investigación sí se podrá quedar aquí. La economía española crece bien, pero nuestro valor añadido no crece y el modelo tiende a agotarse. Estamos basando la economía en el consumo interior y en poner ladrillos, pero eso se acaba. España tiene que reaccionar y cambiar esa economía por una economía del conocimiento y aumentar la productividad, donde estamos en niveles deprimentes, y en los últimos diez años hemos bajado medio punto. En el último semestre, la de Europa subió un 2% y la nuestra un 0,2%, diez veces menos.

P.– Hay que tener en cuenta que ha aumentado muy sensiblemente el divisor, al haber regularizado a un montón de inmigrantes que antes no se computaban…
R.– Podemos discutir si es un -5 o un +1, pero es evidente que los números están tremendamente distantes de los de Suecia o EE UU. En segundo lugar, el informe PISA nos dice que educamos a nuestros alumnos mal, tremendamente mal y nos han suspendido en las tres asignaturas fundamentales. Y si, al menos, formásemos bien a nuestros trabajadores, pero sólo el 5% de ellos se forman, los demás, no.

P.– A pesar de que gastamos más dinero en eso que nunca…
R.– Bueno, pero esos son los datos. Y en I+D nos encontramos con que llevamos muchos años convergiendo y no convergemos.
Ante una situación así, las grandes empresas podemos hacer dos cosas. Advertir que el tren va a descarrilar y empezar a despedir empleados o, lo que es bastante más responsable, echar una mano para mejorar la productividad del país mejorando la tecnología. Para eso está el centro tecnológico. Si hay muchos otros proveedores de tecnologías de la información responsables, a lo mejor somos capaces de conseguir que España conserve su puesto en el ranking mundial. Ojo, que lo hacemos también por nuestro propio egoísmo. Si a España le va bien, a nosotros también nos va bien.

P.– ¿Pero no me negará que introducir a los alumnos en la tecnología de Microsoft también es la forma de fidelizar a su clientela futura?
R.– ¿Con qué estudiaron los alumnos americanos hace 20 años? Con ordenadores Apple y su sistema operativo. Ahora usan Windows. En el fondo, los clientes utilizan en cada momento la tecnología más sencilla y más poderosa. Cuando estos chavales salgan mañana a trabajar, la demanda va a estar en nuestros productos y es razonable que se eduquen en aquella tecnología que el mercado demanda. En cualquier caso, tenemos que hacer una tecnología que enamore cada vez más a nuestros clientes.
P.– No sé si Marx tenía razón cuando decía que cuando toda la actividad la pudiesen hacer las máquinas y todo el mundo tuviese las mismas máquinas, el margen del empresario sería cero. ¿Si todas las empresas utilizan la misma tecnología de Microsoft, qué perspectivas tienen los negocios de obtener productividades distintas?
R.– En ajedrez todos jugamos con las mismas reglas, pero hay genios como Kasparov, que gana siempre, y gente como yo, que pierde siempre. Lo mismo pasa en la tecnología. Los ordenadores se han convertido en una commoditie. En el 96% de las empresas hay ordenadores. El problema es que hay gente que es capaz de meterles otras cosas. El primer factor de una empresa es el visionario, el emprendedor. El segundo, la política de contratación: tener los mejores talentos y ser capaces de retenerlos. El tercero son las herramientas de software y la cuarta, los procesos.
Las herramientas de software deben permitir que esos procesos se controlen de la forma mejor posible, pero sigue habiendo mucha gente que usa su ordenador sólo para reemplazar su máquina de escribir o su calculadora. Pero hay otros que se plantean cómo es su producto, cómo es su mercado, cómo puede hacer para innovar, cómo hacer procesos que le diferencien del vecino, cómo contratar a los mejores. Incluso si compran Microsoft Office, que es igual para todos, lo verán distinto, porque tiene tanta inteligencia que se personaliza, de tal forma que probablemente no se parezca en nada cómo aparece en tu ordenador a cómo aparece en el mío, porque utilizamos funcionalidades distintas y el Office va sacando en pantalla las que tú normalmente utilizas.
P.– En Cantabria contamos con una Escuela de Ingeniería de Telecomunicaciones, dentro de poco habrá también una de Informática, tenemos unos salarios inferiores a los de las grandes capitales y un entorno atractivo. ¿Podemos aspirar a que se asienten aquí factorías de software?
R.– Yo creo que sí. Lo que hay que hacer es seguir trabajando mucho en la Universidad. Un presidente de una comunidad autónoma me dijo: Yo quiero que mi región sea número uno, ¿qué tengo que hacer? Yo le respondí: Lo más importante es tu Universidad. ¿Tiene los mejores catedráticos, los números uno? Pues consíguelos. Que se creara Silicon Valley en California no es una casualidad. Es que las mejores mentes pensantes estaban allí.
También tenemos que hacer un esfuerzo importante por unir esa investigación teórica con las empresas. El pensador trae la idea y el empresario la lleva al mercado. Así se crea un círculo virtuoso: el Gobierno paga al profesor de la Universidad, que no sólo genera conocimientos teóricos, sino también prácticos, que un empresario puede poner en el mercado. Ese empresario contrata a gente y vende, con lo que genera una riqueza para la comunidad a la que le devuelve lo que recibe pagando sus impuestos. Con ello la comunidad paga al profesor y todo vuelve a empezar. Pero es necesaria una tremenda inversión en educación, incluso importando profesores de donde sea. Si hay que traerlos de China o de EE UU, habrá que hacerlo.

P.– ¿El software es ciencia o es lógica?
R.– Es un poco de todo. Es ciencia, es arte, tiene un poco que ver con la antropología: te observo, veo lo que haces hoy e intuyo lo que vas a hacer mañana. Las empresas de software tienen que tener la vocación de escuchar al cliente, algo que no hacen muchas. Una vez que se sabe lo que quieren, hay que tener los programadores para hacerlo. Luego hay una parte muy importante que tiene que ver con el marketing y el soporte técnico: Tienen que ser capaces de decirle al mundo que eso existe. En España lo que ocurre es muy sorprendente. Tenemos un mercado de software del que nos podemos sentir orgullosos. Tenemos más de 1.300 empresas de software con más de 56.000 personas programando. En algunas áreas, como el software de hoteles hay empresas pioneras. La cuota de software de Microsoft en España es sólo un 13%. Hay algún otro americano más chiquito que nosotros y todos los demás son de aquí.

P.– Pero, ¿se investiga y se rentabiliza la investigación en España?
R.– En España también tenemos grandes investigadores. Ha aumentado muchísimo su porcentaje de citas en publicaciones científicas. Y, sin embargo, casi ninguno de esos investigadores está aquí. Por otra parte, somos el país con menos patentes por habitante. Nuestra cultura nos lleva a hacer una tecnología tremendamente teórica. En las patentes del genoma humano que se registran en EE UU hay muchas citas de científicos españoles que no han patentado ni han hecho intención de hacerlo. Los norteamericanos son mucho más prácticos, mucho más pegados a la tierra y les parece que generar riqueza no es malo, ni para ellos ni para los demás. Quieren ser empresarios, se sienten bien por generar puestos de trabajo. Aquí les preguntas a los chavalitos de la Universidad y muy pocos te dirán que quieren ser emprendedores. Te dirán que quieren trabajar en una multinacional, en la Administración pública o ser notarios.

P.– ¿Es Microsoft demasiado poderosa para caer simpática?
R.– Yo creo que estamos cayendo mucho más simpáticos ahora. Cuando nacimos caíamos simpáticos, después tuvimos una adolescencia problemática, porque cometimos un error tremendo al encerrarnos en nosotros mismos. Lo que hago a los clientes le gusta, pero no dejo acercarse a la prensa. No nos comunicábamos. Eramos como los adolescentes. Durante una larga temporada, Microsoft no habló. Teníamos mucho que hacer. El mercado nos compraba… Y como nosotros no hablábamos, hablaban de nosotros nuestros competidores. Yo llevo quince años en la empresa y me siento corresponsable de esa época. Pero ahora estamos en una época de madurez serena. Nos comprometemos. En España las cosas nos están yendo bien y hemos decidido gastar en cosas que a lo mejor no tienen retornos nunca, como este centro que abriremos en Cantabria, o manteniendo los precios. Empresas que no nos compraban nunca ahora nos compran en grandes cantidades. Por ejemplo, hace diez años no nos compraban bases de datos. Ahora vendemos más que Oracle y BB2 juntos. Vamos a ser unos maduritos muy interesantes.

P.– ¿Cuál ha sido el secreto del éxito de Microsoft?
R.– En cualquier empresa es importante la motivación, los equipos, la figura del directivo como líder, que sepa motivar. En Microsoft tenemos el éxito que tenemos porque hay gente con pasión, que sabe trabajar de forma ordenada, en grupo, que no crea pelea intestinas… Las personas son lo realmente importante.
Nosotros nacimos en un mercado elitista, el de los IBM y de los buses de Digital. Todo costaba carísimo y dijimos: en vez de hacer software para unos pocos y muy caro, vamos a hacerlo muy barato y para todos. Se pusieron precios absolutamente populares y así lo estamos manteniendo en productos de alta tecnología, como puedan ser las bases de datos, para que las pequeñas y medianas empresas puedan comprar lo mismo que pueda tener el Banco Santander. Eso es muy especial de Microsoft. Lo otro ha sido centrarnos en el software, lo que sabemos hacer y repartir el mercado con las empresas locales. Nosotros somos 400, pero compartimos nuestro negocio con 196.000 personas de 15.000 empresas.

P.– Usted ha convivido en EE UU con los máximos responsables de Microsoft durante varios años y da la impresión de que cuando habla de su empresa habla de una misión poco menos que altruista, vamos que no parece una visión muy americana del negocio…
R.– Bill Gates, cuando tenía 17 años, dijo que quería hacer un software que estuviera en cada casa y en cada mesa de oficina. Lo tiene allí escrito. La segunda decisión fue: vamos a hacer una empresa que reparta la riqueza, que alrededor nuestro haya mucha gente que crezca, lo cual se ha cumplido también.

P.– Ni siquiera con estas recetas parece probable que vuelva a repetirse un éxito semejante…
R.– Microsoft fue un día pequeño. Hace treinta años eran tres trabajadores. Ahora somos 60.000. Recuerdo que, muy al principio, Gates contrató a su décimo empleado, Steve Ballmer, que ha sido mucho tiempo mi jefe y ahora es el presidente, y le dijo: “que sepas que ésta nunca será una compañía de más de 200 personas”. Hay muchas compañías que nacen ahora y que pasado mañana también pueden ser de 60.000 empleados.

P.– ¿Microsoft es el sistema y Linux el antisistema?
R.- En esto de Linux ha habido mucho de romanticismo, de la época hippy, de vamos a poner todo en común… Yo respeto mucho a esa comunidad formada por un montón de gente que echa muchas horas en hacer líneas de código para ponerlas al servicio de toda la humanidad. Olé. Junto a eso se creó el mito: Esto se baja de la web y se instala. Pero no es fácil de instalar ni de mantener, ni es más seguro. Era la panacea, era gratis… pero nosotros seguimos creciendo. Los clientes han sido capaces de reconocer que, aunque por nuestra tecnología pagas, el valor añadido que aporta es mucho más que aquello que puedes obtener gratis. La gente no es tonta. Pero si hay quien no tiene dinero para pagar un Windows y se quiere bajar un Linux, mejor eso que nada.

P.– Hasta ahora, todas las tecnologías, por su carestía, creaban desigualdades entre los países que podían acceder a ellas y los que no. El software parece, a primera vista, la más democrática. En cualquier país del Tercer Mundo se pueden encontrar los mismos programas que en los del Primero. ¿El software hace real, por fin, la igualdad de oportunidades?
R.– Sí, pero hace falta que ese país tenga conectividad, que es lo más caro, y el hardware, que te puede salir por veinte o veinticinco euros al mes. Luego, es verdad que el software está al alcance de todos y te puede salir por un euro o dos al mes, quizá menos que la energía eléctrica que consume el ordenador. Pero es posible todo esto en el Tercer Mundo no esté al alcance de todos.

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