Una costera decepcionante

Entre los pescadores de Santoña existe el viejo dicho de que “con un zalabardo pagas la comida del año”. Pero esa imagen de un enorme redeño rebosante de bocartes pertenece más bien a una época muy lejana en el tiempo, cuando en la lonja santoñesa llegaron a venderse un millón y medio de kilos de bocarte en un día. Medio siglo después de aquella cifra récord, los redeños o zalabardos siguen siendo igual de grandes, pero la cosecha no. Y no solo porque esa pesquería haya bajado en volumen, sino porque los propios pescadores han aprendido a regular las capturas para proteger la especie tras el aviso de agotamiento de hace una década. Una contención a la que ayudan mucho los mercados, que no están dispuestos a pagar por un bocarte tan pequeño que no sirve ni para anchoa ni para fresco.
Un buen ejemplo es lo ocurrido en la última costera, que se ha cerrado con un resultado decepcionante, tal y como explica el presidente de las Federación de Cofradías de Pescadores de Cantabria y patrón mayor de Santoña, Miguel Fernández: “Al principio, vino un pescado un poco decente, treinta y tantos granos (peces por kilo), y como las conserveras siempre están esperando a ver cómo va la costera, no hubo precios fuertes; luego, el pescado venía pequeño, tuvimos que ir reduciendo las capturas… Y, más tarde, desaparecieron el pequeño y el grande. En realidad, el pequeño no lo quisimos pescar, nos autorregulamos porque no tenía mercado y no se puede matar por matar”, razona. “Dejamos de pescar lunes y viernes, y luego fijamos una cantidad bastante limitada, por si venía el grande, pero el grande no llegó”.
Después de un mes sin prácticamente capturas, los pescadores acordaron que tres o cuatro barcos de la flota vasca, a los que cubrirían los gastos, se aventurasen a ir a aguas más alejadas en busca de bocarte de mayor tamaño, pero la exploración no dio resultados.
Una de las pocas ventajas que ha tenido esta costera de primavera ha sido la proximidad a la costa de los bancos de bocarte. No ha habido que recorrer 70 u 80 millas como otros años. Las capturas se han producido tan cerca del litoral cántabro que algunas flotas han podido, incluso, llevar la pesca del día a la lonja de su propio puerto y dormir en casa.

Una bocina que no molesta

Ninguno de estos movimientos pasa desapercibido para la población en un lugar como Santoña, donde la llegada de barcos cargados de pesca tiene su propio sonido. Una bocina avisa de la arribada de los barcos, aunque lo hagan de madrugada y saque del sueño a toda la población. Puede parecer una costumbre anacrónica en tiempos de teléfonos móviles y Whatsapp, pero nadie se queja, salvo la esporádica protesta de algún hotelero que vela por el descanso de sus clientes. En Santoña, la pesca sigue siendo un referente para casi todas las familias y ese intempestivo sonido es el augurio de buenas noticias, aunque en muchos casos, como ha pasado en esta costera, los resultados no acompañen.
De hecho, en la Lonja de Santoña el bocarte subastado ha sido apenas la mitad de lo que se vendió el pasado año. Tan solo un millón de kilos, que han deparado unos ingresos de 2,1 millones de euros, frente a los 4,8 millones del pasado año. Porque también el precio por kilo se ha visto reducido desde los 3 euros de promedio a los 2,5 de la actual campaña.
Curiosamente, el mismo volumen de pesca se ha desembarcado en Laredo, un millón de kilos de bocarte, frente a los dos millones y medio de la anterior campaña. Y en Colindres se ha pasado de casi medio millón de kilos de la anterior costera a poco más de 190.000. En contante y sonante, de un millón de euros a tan solo 345.000. Las cotizaciones no varían mucho de un puerto a otro, pero tanto en Colindres como en Laredo, el precio medio del kilo de bocarte subastado ha sido inferior al de Santoña, donde los conserveros tienen más facilidad para acudir a la subasta de cada barco mientras en las esperas hacen otras gestiones y el precio ha sido un poco más alto.
El pequeño tamaño de las capturas ha desbaratado la costera, a pesar de las grandes expectativas con que comenzó, y a pesar de que la biomasa se ha recuperado espectacularmente, con cifras que no se veían desde los años ochenta.
En esta ocasión, la ausencia de bocarte del tamaño que necesitan las conserveras no las va a dejar desabastecidas. Las fábricas se aprovisionaron en las primeras semanas en las lonjas de Ondárroa, Guetaria y Fuenterrabía, ya que fue cerca de esos puertos donde se hicieron las capturas iniciales, y cuentan en sus frigoríficos con importantes reservas de salazón procedentes de la costera del pasado año, que fue especialmente abundante en Galicia. Y, como viene ocurriendo desde hace años, el grueso de sus aprovisionamientos, sobre todo los de aquellos que trabajan con precios más baratos, proviene de pesquerías lejanas a nuestras costas, como las de Argentina, Perú, o China.

Tres lonjas en 15 kilómetros

Mientras que la costera del bonito, recién comenzada, exige largas travesías hasta el caladero, que se va desplazando a lo largo de la temporada, y los 16 tripulantes que llevan estos grandes pesqueros pueden estar hasta 20 días sin tocar puerto, el bocarte se lleva a las lonjas a las pocas horas de ser capturado. La elección del puerto de desembarco casi nunca busca obtener un mejor precio, porque es muy similar en todos, sino que se decide por la distancia a la que se encuentre. Los pocos céntimos por kilo que pueden separar una subasta de otra no compensarían el gasto de gasoil ni el tiempo que se emplea en llegar a otro puerto más alejado.
La proximidad de los bancos de peces al litoral, la preocupación por ofrecer la máxima calidad a los compradores e incluso la drástica limitación impuesta en las cantidades que pueden capturar cada día (esta costera se rebajó el límite a 4.000 kilos por barco) han propiciado que esta vez las lonjas hayan realizado cuatro subastas a la semana, con el bocarte que se descargaba de lunes a jueves. La del viernes se eliminó por la resistencia de los fabricantes a comprar ese día un producto cuya preparación para salazón requiere mucha mano de obra, ya que les supondría un sobrecoste salarial considerable hacerlo en sábado.
Además de la competencia que plantean los puertos vascos, en la costa oriental de Cantabria son tres las cofradías que pugnan por atraer a sus lonjas al mayor número de barcos, las de Santoña, Laredo y Colindres. Una competencia que se agudiza por la gran proximidad de estos tres puertos.
Cada cofradía ha puesto en marcha sus propias estrategias para impulsar sus ventas. Así, el patrón mayor de Santoña, Miguel Fernández ha llegado a acuerdos con las grandes cadenas de distribución (Mercadona, Eroski, Lupa, Carrefour, BM) para que se abastezcan de pescado fresco en la lonja santoñesa. Además, tiene a su favor la ubicación en la villa de la mayoría de los grandes fabricantes de anchoa. También Laredo cuenta con un buen número de industrias de salazón, aunque la proximidad de ambas lonjas convierte en casi irrelevante la pertenencia de esas fábricas a una u otra localidad.
En no pocas ocasiones son las mareas, que deparan una mayor o menor accesibilidad al Puerto, las que deciden a qué Lonja se dirige un barco. Y tanto Colindres como Santoña salen perjudicados en relación a Laredo: “Aquí tenemos un problema con la marea; no pueden entrar los barcos cuando quieren”, lamenta el patrón mayor de la Cofradía de Colindres, José Luis Bustillo.
Parecidas circunstancias se le plantean al puerto santoñés, con el agravante de que se trata de un problema reciente. Tan reciente, apuntan, que coincide en el tiempo con la construcción del puerto deportivo de Laredo, cuyo enorme dique podría haber afectado a la dinámica de las corrientes, arrastrando arena hacia el canal de la bahía santoñesa.”Aquí han dejado de entrar muchos barcos por miedo a varar; un bonitero que viene de marea no entra y eso no ocurría cuando no estaba el de Laredo. Nunca tuvo Santoña problemas en la ría”, afirma rotundo el patrón mayor de esta villa.
Para Miguel Fernández la solución no pasa, esta vez, por realizar cuantiosas inversiones en la mejora de los accesos náuticos a estos tres puertos pesqueros, aunque en ellos se genere el 75% de lo que mueve el sector de la pesca en Cantabria. Más eficaz, en su opinión, hubiera sido centralizar esas inversiones en una sola plataforma de ventas: “Si todo el dinero que se han gastado en Laredo, en Santoña y en Colindres lo hubiesen empleado en crear una sola lonja en medio de la bahía que centralizase todas las subastas, los barcos ganarían más y no tendríamos tres cámaras de hielo, ni tres cofradías subvencionadas”, afirma rotundo Fernández.

Quedan 1.200 pescadores en Cantabria

En la costera del bocarte suelen participar unos 175 barcos, procedentes de todos los puertos del Cantábrico. Los más numerosos son los vascos, seguidos de los cántabros que emplean en esta pesquería 42 cerqueros, a bordo de los cuales va una media de 16 tripulantes. La costera del bocarte moviliza, por tanto, a unas 700 personas.
La flota cántabra se completa con 80 barcos de artes fijas, que requieren cuatro tripulantes cada uno. Son, pues, unas 1.200 personas las que a bordo de los pesqueros mantienen viva esta dura profesión en la comunidad, con salarios que dependen de lo que se capture, porque van ‘a la parte’. Sus ganancias, como las del armador, siempre están rodeadas de incertidumbre. Si las costeras son buenas y el barco en que navega tiene suerte, un pescador puede ganar veintitantos mil euros al año. Pero a veces no llega a los seis mil.
A este empleo directo hay que añadir las muchas actividades que complementan el trabajo en el mar: “Talleres, fábricas, camiones…”, enumera Miguel Fernández, que se detiene en un recuerdo reciente: ”Hace poco vino la ministra y preguntó por qué estaban las rederas ahí. Le dije: ‘se empieza a pescar aquí’, porque el trabajo de la mar comienza en las rederas que arreglan el arte”.
Este veterano pescador, que ahora lleva la responsabilidad de dirigir la Cofradía de Santoña, resalta el carácter abierto de las instalaciones portuarias que él ha tenido especial empeño en preservar para no romper el estrecho vínculo que esa villa tiene con su puerto. Cualquiera puede deambular por los muelles y comprobar cómo se hacen las descargas o, incluso, conseguir pescado. “Santoña es un puerto y una pescadería. Aquí vienen los ancianos con su bicicleta y su bolsa, cogen 3 o 4 chicharros y se los llevan a casa para comer. Y ningún barco se los niega, valgan un euro o dos. Yo siempre he dicho que la lonja de Santoña es una pescadería, pero gratis. Yo no puedo entrar en Femsa [así siguen llamando en la zona a la actual Robert Bosch Treto] a buscar tornillos y aquí sin embargo… Es una tradición y hay que respetarla”.
Otra de esas tradiciones es la de acudir a la Cofradía de pescadores para solventar una cuestión burocrática o legal, o simplemente a pedir consejo o ayuda ante una necesidad. Y a mantener viva esa sensibilidad social también dedica Miguel Fernández buena parte de su tiempo.

Un futuro dudoso

El sector pesquero no solo soporta, en mayor o menor medida, la economía de las ocho localidades costeras que cuentan con una flota. Desde que estalló la crisis, ha servido de refugio para muchos jóvenes que antes trabajaron en la construcción o en actividades que nada tenían que ver con la pesca, rompiendo unas tradiciones familiares que se han recompuesto con su vuelta al sector, hasta el punto que en la flota santoñesa el 90% de las tripulaciones están ahora formadas por gente de la localidad.
El otro diez por ciento son pescadores senegaleses, mauritanos o peruanos, un porcentaje mucho menor del que había hace unos años, cuando la bonanza económica dejó los barcos cántabros sin tripulantes locales. Aún siendo muchos menos de los que había, la presencia de esos pescadores foráneos añade una nota de diversidad que contrasta con la estampa tradicional de los puertos.
A esa continuidad de las tradiciones contribuye el hecho de que la pesca es un negocio familiar, en el que las generaciones se suceden a bordo de la misma o de una renovada embarcación. “Son empresas familiares” –explica el patrón mayor de Colindres, José Luis Bustillo– “y si la familia continúa, bien. Si no, se acabó, porque esto no rinde para dárselo a alguien de fuera”, constata.
Idéntica raíz familiar se da en Miguel Fernández, jubilado y puente entre dos generaciones dedicadas al mismo oficio: “Yo tengo dos hijos y los dos van a la mar, y me siento muy orgulloso de ello. Van a la mar porque les gusta y porque lo han vivido en su casa. Mis hijos han estudiado lo que han querido y han decidido ir a la mar. Ahora son patrones y tienen su trabajo”.
“Es el arraigo, la tradición, pero se está muriendo”, concluye Miguel, con un absoluto pesimismo sobre el futuro del sector que atribuye a la existencia de cuotas muy restrictivas para las flotas locales, hasta el punto de que España, que ha sido una potencia mundial en pesca, capaz de autoabastecerse sobradamente, se ha convertido en importadora de pescado. “Si no se consigue más cuota para Cantabria, esto no tiene futuro; estamos en junio y ya hay un 30% de las especies cerradas. Europa para nosotros fue la sentencia de muerte. La pesca ha sido un sector muy maltratado por las administraciones. Incluso en el Ministerio han suprimido la palabra pesca”, se queja el patrón mayor de Santoña.
Fernández pone como ejemplo las restricciones en la costera del verdel (sarda o caballa), de la que depende el 60% de la facturación anual de los 80 pesqueros que se dedican a artes fijas en Cantabria y que en dos años han perdido un 32% de su cuota de capturas.
Ni siquiera basta con disponer de un determinado cupo de pesca; hace falta que el mar no se muestre luego evasivo. Con esa esperanza ha dado comienzo la flota cerquera de Cantabria la costera del bonito, con barcos que se encuentran ya muy lejos de casa, a más de 700 millas de sus puertos para tratar de capturar los primeros ejemplares, que llegan por el Atlántico.

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