‘La Calle del Sol siempre ha sido bohemia’

Cerca de la sesentena, Moncho Burgués admite haber bautizado su bar como ‘El Rubicón’ porque tomó la decisión más importante de su vida y no tenía vuelta atrás. Antes había sido marinero, porque Puerto Chico fue su cuna y quería ganarse algún dinerillo para comprarse un horno y trabajar como ceramista, una pasión que sigue practicando, a la vista de los cuencos que decoran el local. Tampoco olvida su pasado como cocinero y por eso deleita a los clientes con palomitas picantes, una receta propia que se resiste a desvelar, y mojitos que importó de Cuba cuando en Cantabria nadie los conocía. Hace doce años, Marcos, que ahora tiene 46, también cruzó el Rubicón, abandonando el bar que regentaba en su Salamanca natal y jugándoselo todo para venirse a Santander.
P.– ¿Cómo comienza la historia del Rubicón?
R.– El año que viene hará 25 años que estoy aquí. Antes tuve otro bar que se llamaba ‘La Paquita’, una bolera que había en la Travesía de África, en el Río de la Pila. El local había sido una carpintería y antes de la Guerra fue una escuela laica que regentaba la madre de Jesús Aguirre, el ex jesuita. Manuel Vicent hace una referencia a ello en su último libro.
P.– ¿Cómo era la calle del Sol por aquellos tiempos?
R- Por entonces era una calle con sabor, clásica, popular, pero fuera del circuito de marcha. Solo había un par de bares de barrio (‘Sauri’ y ‘Barlovento’) y el de Vicente, en la esquina, que ahora se llama ‘Las Meninas’. Los primeros tres años funcionó como restaurante hasta que me dí cuenta de que era muchísimo trabajo, todo el día metido en la cocina… Después, la calle ha pasado por distintas épocas. A finales de los ochenta se puso de moda pero no con el ambiente de Cañadío sino más alternativo; después vinieron años malos, en torno a 1991, cuando hubo una puñalada en el Río de la Pila y subió aquí toda la gente del ‘caballo’. Se limpio rápidamente pero en 1992 llegó una crisis bestial. Luego fue recuperándose lentamente.
P.– Desde fuera, da la sensación de tener mayor presencia social que nunca…
R.– Desde la entrada en vigor de la Ley Antitabaco ha sufrido un bajonazo tremendo. La filosofía de los bares de esta calle es que te sientas como en casa y eso ya no se puede conseguir porque ya no puedes fumar. No es que haya bajado porque otras zonas han subido, es porque han atacado la esencia del bar, que era estar dentro sentado tranquilamente y fumarte unos cigarros y beberte unas cervezas… Ahora hay un corrimiento de gente hacia Cañadío, que tiene terrazas, o hacia el Río de la Pila, con más ambiente, porque los nuestros no son bares orientados hacia la calle ya que, entre otras cosas, no podemos poner terrazas.
P.– Al menos pueden ofrecer actividades culturales, aunque sean sin humo…
R.– Para los conciertos nunca ha habido una autorización expresa, aunque sí épocas de mayor o menor permisividad. En los 90 actuaban en el bar cantautores, músicos de jazz, había recitales poéticos… y así se sigue haciendo. Pero en el año 2003 comenzó una prohibición total en el que sólo se autorizaban conciertos en algunas salas que tenían licencia, que en Santander eran tres. El cambio de alcalde fue fundamental, porque la mentalidad de Íñigo de la Serna es completamente distinta a la de Piñeiro y quiere crear una ciudad más viva. Ahora vuelven a permitirse y nos consta que el Gobierno de Cantabria está estudiando una ley marco que regule las actuaciones en los bares
P.– Su bar y otros de la calle están jugando un papel determinante en la recuperación del barrio…
R.– El barrio empieza a revitalizarse socialmente cuando los distintos locales de la calle, no solo los bares, decidimos unirnos. No se por qué, hay una inercia que hace que confluyan aquí varios bares que organizamos conciertos y exposiciones, cuatro galerías de arte, un centro de teatro, un espacio joven europeo, la librería de viejo de Paco Roales, el centro audiovisual de Luis Bezeta….Ya colaborábamos en el concurso de fotografía que organizamos desde hace diez años, pero en 2008 decidimos crear la Asociación ‘Sol Cultural’ para aprovechar la coincidencia de estar todos en la misma calle y hacer algo más por el barrio.
P. -¿Es una casualidad o es que la calle tiene imán para lo cultural? 
R.– La calle siempre ha sido bohemia. Hasta el tipo de gente que viene a estos bares es distinta, no buscan ni el ambiente de Cañadío ni el mogollón del Río de la Pila. Nunca seremos una zona de masas sino una alternativa para la gente que sale a hablar.
P.– ¿Que tal se mezcla esa gente un tanto ‘alternativa’ con los vecinos de toda la vida?
R.– Hemos notado un relevo generacional, porque los vecinos viejos se han ido muriendo y la gente que ha venido a vivir recientemente es más bohemia. De todos modos, tenemos muy buena relación con los vecinos del barrio. Desde hace dos años nos encargamos de organizar las fiestas y todos participan y colaboran sin ningún problema. Nos dimos cuenta de que si queríamos llevar las actividades culturales a la calle teníamos que tomar el papel de asociación de vecinos y plantear los problemas de la calle.
P.– ¿Cuáles son esos problemas?.
R.– La calle ha mejorado mucho con la semipeatonalizacion pero nos gustaría que fuera completa porque no podemos sacar terrazas, ya que la acera no llega a los tres metros (mide 2,90). Curiosamente, hay calles más estrechas con terrazas y otras en las que ocupan toda la acera, a pesar de tener más tráfico que la nuestra. Aquí sólo hay ocho coches y dos garajes, la mayoría para motos, así que sería fácil peatonalizarla. No podemos ser una ciudad inteligente, como quiere el Ayuntamiento, sin zonas peatonales conectadas entre sí que permitan desplazarse a pie por toda la ciudad. Otra prioridad es arreglar la otra parte de la calle, la conexión con Puerto Chico, en la que no se ha hecho nada.
P. ¿Ya se ha solucionado definitivamente el problema del nombre de la calle?
R.- Siempre ha sido la Calle del Sol pero después de la Guerra los carmelitas consiguieron que pasara a llamarse Calle del Carmen. La familia Calderón hizo una defensa del nombre anterior y mantuvo la placa. Ahora, aunque en algún sitio figure de otra manera, oficialmente es Calle del Sol.
P.– Después de tantos años supongo que tendrán más amigos que clientes…
R.– Tenemos una clientela fija que viene casi desde que abrió, aunque siempre te llega gente nueva, entre ellos, extranjeros y estudiantes de Erasmus, porque el bar les recuerda un poco a lo suyo. Les sorprende la música porque es muy especial y está muy escogida y, como no está alta, les permite conversar
P.– ¿Cuál ha sido la mejor noche de El Rubicón?
R.- Por el local han pasado cantautores como Luis Pastor o Quique González, que compuso su último disco casi entero en aquel piano. Pero no se me olvidará la noche del 21 de marzo de 2010 cuando los músicos de Mastreta y el grupo Garúa, formado por profesores del Conservatorio, tocaron juntos dentro del local. Fue mágica.
P.- Presidiendo el bar hay una bandera republicana ¿Eso desanima a algunos a entrar?
R.– Puede haber alguna persona que no quiera entrar porque esté ahí la bandera, pero también tenemos un cliente que viene casi todos los días a tomarse un vino y de joven era falangista. Este bar siempre ha tenido una referencia izquierdista y solemos poner artículos de opinión de los periódicos para que la gente los coja. Pero eso no disuade a nadie. Ha habido algún impresentable pero es una excepción, porque es un sitio tranquilo de convivencia.

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