Altadis inaugura en El Bosque la fábrica de puros más avanzada de Europa

Altadis es el primer productor mundial de puros, tanto en los elaborados a mano (con marcas tan emblemáticas como Montecristo, Partagás, H. Upmann o Romeo y Julieta) como en los fabricados mecánicamente y, por tanto, de precio más popular. Si los primeros son producto de sus hábiles liadoras de Honduras y República Dominicana, los manufacturados salen de la nueva planta cántabra de El Bosque, que junto con la fábrica de Cádiz atienden el mercado español. El grupo conserva en Francia las antiguas plantas de Seita en Morlaix y Estrasburgo y en Estados Unidos posee otras fábricas de puros en Florida, Alabama y Pennsylvania que surten un mercado muy interesante para Altadis, ya que a pesar de la durísima reprensión social que existe en Norteamérica contra el consumo de tabaco, que ha provocado una reducción muy fuerte en la demanda de cigarrillos, los cigarros puros se han convertido en un signo de estatus social y eso ha dado lugar a que sea el mayor mercado mundial de puros y el más rentable para la compañía hispanofrancesa.
La división de cigarros de Altadis tiene otra planta más, en Filipinas, dedicada exclusivamente a la elaboración de cortes de hojas de tabaco en bobinas, que utilizan como materia prima otras plantas del grupo, entre ellas la de Santander.
La nueva fábrica de Cantabria ha ido absorbiendo las producciones de las factorías de Málaga y Gijón a medida que estas cesaban en su actividad y produce once formatos distintos de 53 labores diferentes (150 si se incluyen las que se exportan, bastante menos significativas). Las marcas más relevantes son Vegafina, Farias, La Flor de los Caribes, Ducados Mini, Entrefinos, Tarantos y los Minis Cubanos (Montecristo, H. Upmann, La Gloria Cubana y Partagás).
De todas ellas, la más vinculada a la planta cántabra es el Farias, un cigarro con aspecto exterior de puro y entripado cortado –como los cigarrillos– que nació a finales del siglo XIX y ha resistido hasta hoy.

Quince años de espera

El 70% de los 441 trabajadores que forman la plantilla son mujeres, algo tradicional en las fábricas tabaqueras, aunque la creciente mecanización ya no requiere especiales habilidades manuales y el número de operarios tiene una tendencia claramente descendente. Hace diez años, su predecesora, la fábrica de Santander, necesitaba 700 trabajadores para una producción de 120 millones de cigarros, la tercera parte de los que hace ahora.
Desde finales de los años 80 estaba decidido el abandono del viejo convento de Santa Cruz, en la calle Alta de Santander, donde estaba ubicada la fábrica, pero la recesión del mercado tabaquero supondría un retraso de quince años en el proyecto de la nueva planta y cuando finalmente se decidió su construcción, Tabacalera se había deshecho ya de los terrenos del polígono de Guarnizo donde estaba previsto ubicarla. Finalmente, gracias a las gestiones del Gobierno regional pudo establecerse en el nuevo polígono de Entrambasaguas que casi ha necesitado en su totalidad.
En el taller principal de la nueva planta, dedicado a la elaboración, cabrían casi dos campos de fútbol, y está organizado en tres líneas de liado y envasado: la de los Farias Superiores; la de otros cigarros de hoja completa y la destinada a los que se fabrican con tabaco homogeneizado.
Tabacalera ya no tiene en Cantabria depósito de tabaco, pero la nueva fábrica tampoco necesita grandes almacenes para ello. Además de un almacén convencional de 1.800 m2 donde guarda la materia prima que le llega en rama o en strip, cuenta con una cámara de congelación donde guarda las bobinas que le llegan de Filipinas e Indonesia congeladas a -20o para que no pierdan sus cualidades aromáticas. A medida que son requeridas desde las líneas de producción, las bobinas pasan a un proceso gradual de descongelación que dura varios días hasta que recuperan la temperatura ambiente.
Las cinco tiruleras instaladas en la fábrica para enrollar la hoja de tabaco o la picadura que va en el entripado del puro, tienen una tecnología que permite un liado continuo de los cigarros, muy semejante al de los cigarrillos.
En la sección de liado natural hay 80 máquinas, cada una de las cuales puede hacer 15.000 cigarros/día, mientras que en el liado del tabaco homogeneizado se alinean otras 30, con una capacidad individual de 37.000 unidades/día. Finalmente, cuatro cortadoras pueden darle la medida exacta a 2,1 millones de cigarros cada jornada.

Automatización

Todos los procesos de fabricación están mucho más automatizados que en su predecesora de la Calle Alta, pero el mayor avance se encuentra en la paletizadora automática de producto acabado, que resuelve las tareas más arduas de envasado.
Las instalaciones en el taller de elaboración se han diseñado para evitar la acumulación de polvo, con un sistema de limpieza por aspiración. Destaca el mecanismo de impulsión del aire acondicionado, constituido por conductos flexibles de lona perforada que, además de garantizar una buen distribución del aire, permiten su limpieza mediante lavado.
La mayor parte de los operarios proceden de la planta de Santander. Otros han llegado de la que se cerró en Gijón. Son los que prefirieron conservar su empleo, a costa de asumir el traslado. Pero también han venido de otras fábricas de Altadis que siguen activas en La Coruña, Málaga, Logroño y San Sebastián y que necesitaban hacer reajustes de plantilla.
La tabaquera ha puesto mucho empeño en acostumbrar a sus trabajadores a los riesgos del nuevo puesto, antes de su incorporación efectiva, y en el respeto del medio ambiente, aunque la actividad no es especialmente agresiva con el entorno. En el diseño de los procesos se ha tomado como referencia la norma medioambiental 14.001, y entre las medidas adoptadas está la instalación de un punto limpio, a donde van a parar los residuos tras una recogida selectiva, y de una sala para sustancias peligrosas.

El convento de la Calle Alta se queda vacío

El abandono del viejo convento de Santa Cruz en la calle Alta ha dejado sin uso un edificio construido en 1656 y que desde la amortización de Mendizábal ha tenido utilidades civiles. La antigua iglesia del convento ha sido desde 1837 el taller principal de la fabricación de cigarros, sin apenas modificación de la arquitectura religiosa. En el 2002 comenzó el desalojo, con un traslado sección por sección a la nueva fábrica, para evitar las interrupciones de la producción. El pasado 31 de diciembre, como último paso, los responsables de Altadis entregaron oficialmente las llaves de la antigua fábrica a Patrimonio del Estado, propietario del edificio, que la tabaquera ocupaba en régimen de alquiler. Ahora, vacío, el viejo convento espera otro uso civil, que no debiera faltarle dado que es uno de los escasísimos espacios de que puede disponer Santander en el centro de la ciudad.
El edificio, catalogado como monumento histórico, podría ser utilizado, según el delegado del Gobierno, como nueva sede del Tribunal Superior de Justicia de Cantabria, si bien las dimensiones parecen muy superiores a las necesidades del tribunal. Sea cual sea su destino, será otro servicio más de los muchos que ha prestado a la ciudad en sus casi 350 años de existencia.

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