Inventario

Nuestras debilidades

El mundo se ha globalizado tanto que en las relaciones internacionales los patrones políticos han dado paso a patrones comerciales. La ONU tiene, en la práctica, mucha menos fuerza que la Organización Mundial de Comercio. Un país descartará siempre hacer la guerra contra otro que sea un buen cliente y, aunque no lo fuese, siempre resulta más práctico y provechoso enviarle multinacionales que tanques.
Pero este nuevo orden internacional da lugar a muchas paradojas. Las naciones ya no se reservan su propia tecnología de guerra, porque tienen que rentabilizarla, vendiéndosela a otros. De esta forma, los pocos morteros palestinos son curiosamente de fabricación israelí y un país puede acabar siendo atacado por los aviones de combate que él mismo vendió. Bin Laden, por ejemplo, utilizaría contra EE UU las armas que antes le entregaron los norteamericanos para ayudarle a desalojar a los rusos de Afganistán.
En cualquier caso, ni siquiera hace falta comprar misiles al enemigo, como han demostrado los terroristas que atentaron contra las torres gemelas. Basta comprar un billete de avión y el arma (el avión repleto de combustible y convertido en misil) lo pone el propio atacado.
Un sistema montado de esta forma tiene difícil defensa. Hasta ahora funcionaba con una falsa sensación de seguridad por la suposición errónea de que Estados Unidos lo tenía todo controlado, desde las conversaciones telefónicas hasta los movimientos de personas en los lugares más recónditos del planeta con el FBI, la CIA, los satélites espías, la red Echelon, los programas informáticos que actúan como caballos troyanos en los ordenadores de empresas y particulares… Pero era tan incierto como lo que aparece en las películas.
En realidad, todo es más caótico, descontrolado y aleatorio de lo que nos querían hacer ver y así es posible que el enemigo público número 1 de Estados Unidos sea desde hace años Bin Laden, sobre el que había incluso una orden presidencial de asesinarle, y sin embargo nadie hubiese decidido bloquear sus cuentas o expropiarle sus empresas, o que un reciente asesino de seis de sus familiares en cuya captura se movilizó todo el FBI y las cadenas de televisión norteamericanas tardese seis días en ser encontrado ¡en el jardín de su madre!
Quienes crean que toda la maquinaria militar y de inteligencia occidental puede acabar fácilmente con un puñado de terroristas visionarios se equivoca y probablemente el propio Bush ya es consciente de ello. Frente a individuos que tienen poco o nada que perder, que renuncian a su propia vida, que están acostumbrados a una sola y parca comida diaria en un territorio inhabitable, nuestro sistema no encuentra respuestas. Impermeables a los servicios de inteligencia, ajenos a los bienes terrenos y anhelantes de la gloria celestial, rompen los esquemas de la lógica occidental que hasta ahora había conseguido derrotar a cualquier otra con la enorme seducción que tiene el confort.
Las revoluciones las hicieron siempre los descamisados y se han apagado cuando tuvieron camisa. A medida que la población de nuestro mundo se ha sentido más atada a propiedades y bienes de consumo ha ido perdiendo el interés por las aventuras políticas. Ahora, como ocurría con los romanos, los peligros vienen desde las fronteras del imperio, de aquellas comunidades a las que no ha llegado la riqueza.
Occidente acumula enormes maquinarias de guerra, pero no para usarlas, sino para disuadir. Las opiniones públicas de nuestros países no aceptarían fácilmente los muertos en combate, porque eso pertenece ya a un estadio histórico pasado. Ahora las guerras se ganan con mucha más sutileza y la munición es estrictamente económica. La tranquilidad no volverá por el simple hecho de acabar con los 3.000 terroristas formados por Bin Laden, porque los mártires tienen un efecto contagioso, sino por la conversión de los antisistema en miembros del sistema, a través de una penetración cultural, ideológica y económica, algo que necesita tiempo y mucha más mano izquierda de la que tiene EE UU.
Controlar los aeropuertos de todo el mundo, poner policías en cada avión que despega, llenar las calles de cámaras y sospechar de todos los disidentes ideológicos es demasiado trabajoso y poco eficaz cuando al adversario no le importa morir. Y al fin y al cabo, nuestro sistema de vida es incompatible con la desconfianza permanente. El mundo se mueve demasiado deprisa y no sería capaz de asimilar las trabas, los controles y la burocracia. Véase el fracaso de la URSS.

El Zidanne de la Bolsa

¿Qué diferencia hay entre un analista bursátil y un cronista deportivo? En realidad, no tantas. Ambos se dejan llevar por el mercado y ambos prefieren equivocarse a favor de la mayoría que en contra, sobre todo si es con el equipo de casa. Así se crean los mitos que son, como sabe cualquier informador, lo que vende. Un periódico deportivo necesita cada año un Zidanne para llenar sus portadas, y para él resulta mucho más rentable que el Florentino Pérez de turno pague 12.000 millones de pesetas por el fichaje que si lo hubiese conseguido por la tercera parte. A más dinero, más morbo, más excitación de los aficionados, más titulares y más ventas. Lleva las de perder cualquier agorero que se empeñe en opinar que el nuevo astro es, en realidad, un humano y su aportación no va a ser espectacularmente mayor que la del hombre al que sustituye, que teóricamente ya era muy alta. La abrumadora avalancha de informaciones sobre el nuevo ídolo acaban por convencer al aficionado de que él sólo vale por todo el equipo
La maniobra se repite año tras año con un personaje distinto (Raúl, Figo, Zidanne, en el Madrid, Ronaldo, Rivaldo, Saviola, en el Barcelona…) por lo que no hay peligro de tener que pagar por los posibles fiascos. Si con tan espectacular refuerzo no se consigue la Liga, basta apagar progresivamente los micrófonos al crack fallido y reemplazar el mito por otro, con rumores sobre un fichaje aún más espectacular si cabe. A partir de ese momento, carpetazo al anterior. La máquina de la ilusión vuelve a funcionar y el alicaído aficionado, dispuesto siempre a dejarse mecer por la esperanza, renace de sus cenizas con las pilas tan recargadas como millones se paguen por el sustituto. Al fin y al cabo, el dinero no sale de su bolsillo.
Con los analistas de Bolsa pasa algo parecido. Cuanto más se hincha el globo, más aficionados inversores aparecen dispuestos a aprovechar la oportunidad, que a su vez contribuyen a que se hinche aún más, por lo que las nuevas subidas ratifican las previsiones del gurú. Da lo mismo lo que cueste un valor, porque al día siguiente el mercado siempre está dispuesto a pagar más. Paradójicamente, a precios disparatados hay mucho más dinero dispuesto a entrar, y basta con mirar lo que ocurría hace un año. Pero es necesario un Zidanne, en este caso, el grupo Telefónica. Todo lo que hiciese Villalonga era jaleado como una oportunidad de negocio espectacular, aunque fuese una ruina como Vía Digital o una desmesura como la compra de la productora holandesa Endemol por un billón de pesetas y la de Lycos por tres.
En un mercado de oportunidades el precio era lo de menos. Villalonga-Zidanne era la estrella rutilante que convertía en oro cuanto tocaba y el eslógan: crear valor para el accionista. ¿Cuántas veces apareció esta frase en las juntas generales de todas las compañías en los años 1999 y 2000? Eso era lo importante y pagarle 84.000 millones en incentivos a unos ejecutivos era poca cosa cuando lo daban todo por los accionistas. Lo importante no eran los balances, ni la moralidad de la gestión, ni los beneficios; lo importante era el factor especulativo, hasta el punto que ni siquiera era necesario repartir dividendo para que los accionistas se sintiesen satisfechos. ¿En cuántas juntas de este año aparecerá el famoso eslógan presidiendo la mesa de consejo? Obviamente, en ninguna. Como el valor se esfuma a un ritmo desolador, volveremos a la vieja economía de la solvencia, el beneficio y el crecimiento.
La Liga bursátil parece ya de Segunda División. Los analistas no tienen ningún Zidanne y los inversores se han desinflado. No hay nadie a quien jalear y eso perjudica a todos. Igual que los periódicos deportivos venden menos cuando no hay un astro o cuando el Madrid flojea, los diarios económicos han sufrido un bajón de ventas espectacular con el hundimiento de la Bolsa. Y resulta duro tener todo el escenario preparado hasta el último detalle, sin contar con una figura que lo llene. La Bolsa es, como el deporte o como los medios de comunicación, un negocio en sí mismo, independientemente de los valores que cotizan. Un negocio que, como Hollywood, vive de crear ilusión, pero necesita buenos argumentos. El problema es que, cuando los tiene, añade demasiados efectos especiales y crea mitos donde sólo hay gestores mediocres y valores terrenos.
Igual que los periódicos deportivos de motu propio aceptan formar parte de la hagiografía de los grandes clubs, hasta convertirse en una pieza más de su enorme maquinaria de marketing, para repartirse parte del negocio, los diarios económicos acaban por engrosar las bancadas de los grandes grupos de intereses y eso da lugar a un mundo de complacencias donde nadie pasa factura a nadie.
¿Quién convirtió a KIO en la superestrella de los 80?¿Quién hizo de Mario Conde el gestor de referencia en España? ¿Quien lanzó Terra a los espacios siderales? ¿Quién divinizó a Villalonga? –Todos, con rarísimas excepciones.
¿Alguien advirtió que el monarca de KIO, Javier de la Rosa, y que Mario Conde acabarían en la cárcel, que Terra llegaría a valer veinte veces menos o que Villalonga sería expulsado del paraíso y dejaría en la compañía varios regalos envenenados? –Obviamente, no, pero es verdad que nadie pidió explicaciones. Para nuestro consuelo, eso mismo pasa en otros países. Hay demasiados hooligans en donde debiera haber sólo la frialdad de un forense.

Suscríbete a Cantabria Económica
Ver más

Artículos relacionados

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Botón volver arriba
Escucha ahora