La réplica de Altamira descubre sus secretos

Ha sido un proceso largo y lleno de incertidumbre sobre las fechas y el contenido final pero, a partir del próximo otoño, la réplica de la cueva de Altamira ofrecerá a quienes la visiten la posibilidad de conocer no sólo una reproducción fidedigna de sus pinturas, sino una espectacular escenificación de lo que pudo haber sido el hábitat real de sus moradores prehistóricos. Algo más de tiempo deberán esperar quienes deseen conocer el contenido del museo que aspira a ser un centro de referencia sobre el Paleolítico europeo. El plazo de ejecución se alarga hasta diciembre por lo que las salas de exposiciones –con los correspondientes contenidos– no estarán listas antes de los primeros meses del 2001.

Un proyecto integrado en el paisaje

Pocos nombres tienen por sí solos la capacidad de evocación que posee Altamira. Su poder de seducción es tal que a pesar de las severas restricciones impuestas en el régimen de visitas para preservar las pinturas originales, y del escaso aliciente de la exposición que se ha mantenido abierta al público en estos años, numerosas personas continúan acercándose hasta el actual museo. A pocos metros de allí, discretamente replegado en la otra vertiente de la colina en que se encuentra la cueva, se alza el complejo del nuevo Museo de Altamira; un edificio de sencillos y escalonados trazos, diseñado por el arquitecto cántabro Juan Navarro Baldeweg, que armoniza con el entorno hasta casi desaparecer en el paisaje que lo circunda. Para lograr esta armonización era necesario reducir el impacto visual de la gran cubierta que debía albergar la neocueva. Un diseño de cubierta inclinada siguiendo la pendiente natural de la ladera, tapizada de césped y dotada de lucernarios corridos, ha sido la solución elegida para integrar la nueva construcción en el paisaje. Un revestimiento de mampostería de piedra dorada para los muros que albergan la réplica y de caliza ámbar para la zona de museo, y los paneles ocres de aluminio situados en la parte superior de la fachada, completan el diseño exterior del edificio.
Sobre los 4.400 metros cuadrados de superficie construida se levantan dos áreas diferenciadas que se abren a derecha e izquierda del vestíbulo que servirá como lugar de acogida de los visitantes. Una de ellas alberga la réplica de la neocueva. En la otra se distribuyen las salas de exposición del nuevo museo, una sala de actos, dotada de cabina de proyección y de equipos de traducción simultánea, otra de usos múltiples en la que se desarrollarán talleres con actividades educativas, un puesto de venta de publicaciones y una cafetería que se prolonga hacia el exterior en forma de terraza con pérgola.
El visitante será recibido con audiovisual de cuatro minutos donde se ofrece una rápida panorámica sobre la historia de la cueva desde la época magdalaniense en que la habitaron los pintores que la han hecho universalmente conocida.

El impacto escénico de la neocueva

Contemplar las pinturas originales de Altamira se ha convertido en un privilegio para el que es preciso inscribirse en una lista de espera y aguardar tres largos años. El estado de conservación de las pinturas hizo aconsejable en 1982 restringir el número de visitantes que pueden acceder al interior de la cueva. Aquella decisión hacía necesario ofrecer una alternativa a las cerca de 90.000 personas que a pesar de la imposibilidad de ver las pinturas, continúan acudiendo cada año a Altamira.
Si bien el impacto emocional y estético de las pinturas originales es insustituible, el visitante de la neocueva contará con la ventaja de conocer con exactitud cómo era el hábitat real de los moradores de Altamira hace 14.000 años. La réplica ha sido construida recuperando las dimensiones originales de la cueva, distorsionadas por una serie de derrumbes que obligaron a levantar muros de contención enmascarados como falsas rocas que han falseado desde hace décadas su disposición espacial y crean una imagen muy distorsionada de cómo fue realmente la cavidad en la época de las pinturas. En la reconstrucción todo esto era evitable y se ha recuperado la gran boca original, con cerca de 15 metros de abertura, separada del paisaje exterior por unos paneles de cristal a través de los cuales penetra, tamizada, la luz natural. De esta forma, el visitante vuelve a percibir desde el interior cuál era la sensación real de los moradores. Para evitar que la imagen de la gente agolpada en el exterior disipe esta percepción, los visitantes accederán a la cueva por una pasarela lateral en suave descenso hacia el suelo de la neocueva.
Varios atriles con pantallas de plasma situados sobre la pasarela en lugares estratégicos del recorrido, aportarán información complementaria mediante la proyección tanto de textos como de imágenes de los preparativos que hacía el autor de las pinturas y de su ejecución. Pero el impacto que parecía indispensable para poner en situación a los visitantes es un holograma, que les sorprenderá a poco de entrar en la oscuridad de la cueva con una escena cotidiana de los primitivos moradores de la cavidad.
Por un momento, la cueva cobrará vida durante, apenas cuarenta segundos en los que aparecerán intangibles pero perfectamente reales los personajes que vivieron en ella. Este pequeño milagro de luz representará una escena habitual y es la única concesión al efectismo, pero a buen seguro representará un buen reclamo turístico.
En el suelo de la réplica se ha reconstruido también el taller de los pintores de las cuevas y se ha reproducido una excavación arqueológica en la que puede observarse el modo en que se investigan y recuperan los vestigios de la época.
Al pie de la pasarela se abre la cavidad que alberga la réplica de las pinturas que han dado fama universal a Altamira. En la reconstrucción del entorno se ha conservado la relación entre luz natural y penumbra del espacio original y el visitante tendrá ocasión de comprobar cómo las tareas cotidianas de los primitivos habitantes de la cueva se realizaban a escasos metros del lugar elegido por el autor de las pinturas para plasmar los bisontes, ciervos y caballos que decoran la sala de polícromos, algo que no resulta tan evidente en la cueva original.
Este espacio es el único en el que no se ha respetado la altura original del techo ya que de otro modo no habría sido accesible para los visitantes. El pintor de Altamira trazó sus figuras sobre una superficie que se alzaba apenas metro y medio sobre el suelo de la cueva y que en algunos puntos descendía hasta los 80 centímetros, unas dimensiones que impedirían deambular con cierta comodidad a los visitantes y que, por este motivo, ya se alteraron en la cavidad original. Un resalte en la pared de la réplica señala la altura exacta que tenía la sala cuando se efectuaron las pinturas.
El visitante tendrá ocasión de contemplar no sólo las conocidas figuras de bisontes, que cubren tan sólo una tercera parte del techo, sino la totalidad de las pinturas que alberga la sala de polícromos, y que apenas pueden ser observadas en su estado natural.
Para reproducir con fidelidad las pinturas se ha recurrido a las expertas manos de Matilde Músquiz y Pedro Saura, que son autores de la réplica instalada desde 1993 en la ciudad japonesa de Mie. Músquiz y Saura han utilizado las mismas técnicas pictóricas y los mismos materiales empleados hace 14.000 años por el creador de las pinturas: carbón vegetal, colorantes minerales (óxido de hierro y limonita) y agua. La única aportación moderna han sido los barnices y resinas que, además de simular el efecto de humedad en la roca, ayudarán a preservar las pinturas. La recreación de los resaltes y fisuras de la cueva ha sido hecha con caliza compactada con un 10% de resina sintética y moldeada de manera que se reproduce hasta el último detalle de la superficie original. Para ello ha sido preciso realizar un riguroso trabajo de planimetría digital ejecutado por el Instituto Geográfico Nacional y un minucioso estudio de restitución morfológica de la cueva tal y como se encontraba durante la ocupación magdalaniense, que ha sido llevado a cabo por el director del Museo de Altamira, José Antonio Lasheras, y por el investigador del CSIC Manuel Hoyos.

Un Museo del Paleolítico

Aunque la réplica de las pinturas sea lo que suscite más interés en el visitante ordinario, el nuevo complejo de Altamira quiere ser también un centro de referencia en el estudio del paleolítico. Frente a la propuesta presentada por la comisión de expertos nombrada por el Consorcio que gestiona el proyecto, de orientar Altamira hacia un museo del lugar, mucho más restringido, en el que tan sólo se abordasen aspectos relacionados con el yacimiento, ha prevalecido el criterio, defendido por el propio director del complejo, de convertir Altamira en un Museo del Paleolítico en Cantabria.
El edificio albergará finalmente entre sus muros una exposición que recogerá no sólo los fondos del propio Altamira, sino aportaciones de otros museos nacionales como el Arqueológico, el de Antropología, el de Ciencias Naturales y el Museo de América, así como fondos provenientes del Museo de Prehistoria ubicado en Santander. La exposición, que responderá a conceptos museísticos modernos en los que tendrá una gran importancia la utilización de medios audiovisuales, incluirá también aspectos temáticos que ayudarán a comprender mejor las circunstancias en que se desarrolló la ocupación de la cueva en el magdalaniense: clima, paisaje, alimentación, tipos de hábitat o adorno personal. Algunos aspectos complementarios como la historia del descubrimiento y conservación de Altamira o la realización de la propia réplica, completarán la propuesta museográfica del nuevo Altamira. La exposición temática se ubicará en los pabellones que han albergado hasta ahora los fondos del Museo, y que se añadirán al complejo, alcanzando así un área didáctica de 160.000 metros cuadrados.
La reciente ampliación en 1.500 millones de pesetas de la inversión prevista inicialmente en Altamira servirá para desarrollar estos aspectos complementarios y sitúa el presupuesto final del proyecto en una cantidad cercana a los 5.000 millones de pesetas, muy superior a la inicialmente presupuestada.
El complejo de Altamira está configurado también como centro de investigación. Para cumplir con esta función se le ha dotado de salas para la restauración y conservación de restos arqueológicos y de una biblioteca que contará con las cerca de 9.000 monografías que existen en el actual centro y que la convierte en una de las mejores bibliotecas sobre el paleolítico del país.

Un proyecto de recuperación paisajística

El proyecto de la nueva Altamira, tal y como fue diseñado por Navarro Baldeweg, contemplaba también la creación de un parque que rodease el complejo, con el que se trataría de reintegrar Altamira en el entorno paisajístico que la circundaba hace 14.000 años. Para ello se plantarían las mismas especies arbóreas que había en la época en que se pintaron las cuevas, conocidas a través del polen que ha quedado impregnado en rocas y utensilios. Un bosque de robles castaños y sauces restituiría al paisaje la autenticidad de la que le ha privado el uso de especies de vivero y de eucaliptos. Sin embargo, el proyecto inicial ha quedado mermado en su extensión, lo que llevó a Navarro Baldeweg a expresar su desacuerdo con esta modificación. La razón esgrimida desde el Consorcio es que los terrenos sobre los que debería asentarse el parque no son todos ellos de su propiedad, por lo que la recuperación paisajística quedará limitada a una parcela mucho menor.
Sea como fuere, en cuestión de semanas el nuevo Altamira desvelará los secretos que contiene la réplica de lo que, 120 años después de su descubrimiento, sigue siendo el testimonio más importante y espectacular del arte paleolítico.

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